Epílogo:
Un mes después...
Ha pasado un mes, un mes desde que se ha ido. ¿La extraño? ¡Joder, claro que sí! Y más que a nada en el mundo.
Uriel, Miguel, Cassiel y Metatrón aún siguen aquí, terminando ciertos asuntos. ¿Qué asuntos? No lo sé. Tampoco pregunto.
Todo este mes he pasado encerrado en mi habitación, no he querido salir ni ver a nadie. La tristeza de no tenerle me esta consumiendo, estoy jodido. ¿Quién lo diría? ¿Qué terminaría enamorado de ella? ¿Y que al final ni siquiera la tendría a mi lado?
No quiero ni imaginar las cosas por las cuales debe estar pasando, debe estar sufriendo y no puedo hacer nada para traerle conmigo de regreso.
—¿Seguirás aquí encerrado lamentando su perdida? —la voz de Gonzalo hace que levanté mi vista hacia él.
—No tengo nada más que hacer, ni siquiera puedo traerla de regreso conmigo —una lágrima traicionera recorrió mi mejilla.
—¿Crees que ella querría verte así? —preguntó, mientras se cruza de brazos.
Negué con la cabeza —Sé que no —tiré mi cabeza hacia atrás y observé el blanco techo de la habitación.
Sentí que la cama se hundía a mi lado y como Gonzalo se acomodada junto a mí.
—¿Te irás, cierto? —su pregunta me ha tomado desprevenido.
Tragué con dificultad —Aún no lo sé —suspiré.
—¿Pero estás obligado a regresar al cielo? —me miro expectante.
—Sí —musité.
—Me tocará ir sólo a la universidad —se encoge de hombros réstandole importancia, pero sé muy bien que está tan triste o más de lo que yo lo estoy.
Nos quedamos en silencio, mientras observamos el techo. ¿Qué podría decirle? Ya he dicho todo lo que podría decir, en cuanto los cuatro arcángeles regresen, deberé marcharme con ellos y no hay nada que pueda impedirlo.
¿He mencionado lo que le ha pasado a Rafael? ¿No? Bueno, nuestro padre no ha querido exiliarle y no porque las puertas del infierno estén cerradas —ya que podríamos obligarle a vivir como un humano normal— pero nuestro padre se niega a negarle la oportunidad de cambiar.
Le tienen encerrado en una celda, en el cielo. Le han arrebatado su gracia y ahora no tiene forma de escapar. Se niega a cambiar, no piensa dar su brazo a torcer. Es muy testarudo y aún cree que la humanidad no merece vivir.
¿Qué puedo deciros? Creo que le vendría bien ser un humano un tiempo y así pueda darse cuenta de su error.
Pero mi padre no quiere, aún confía en que él cambié por si solo. ¡Patrañas! Jamás cambiará, le conozco a la perfección y sé que no lo hará.
(...)
—Es hora de irnos, Gabriel ¿Estás listo? —palmea mi hombro Miguel.
Y decir que en un principio, creía que estaba chalado por su loca historia de que era un ángel. ¿Quién lo diría? Todo era cierto y yo me negaba a creerle. Es increíble todo lo que ha sucedido en estos poco meses, enterarme de que era un ángel. Que no tenía padres y que eran mis guardianes.
Que tenía la misión de salvar a la humanidad, de una inevitable destrucción. ¿Increíble, no? Y pensar que creí que nadie podría creer mi historia, pero Gonzalo confío en mí y jamás me dejo solo.
—¿Sigues aquí? —chasquea sus dedos frente a mí, Uriel.
Eso me hace regresar a la realidad, mi nueva realidad. Deberé irme...
—Sí, estoy listo —respondí sin ánimo alguno.
Pude ver la preocupación surcar el rostro de los cuatro arcángeles frente a mí, intenté regalarles una sonrisa, pero fallé en el intento. Salió más una mueca, que una sonrisa.
—Adiós, Gabriel —Se despide Gonzalo.
Le estrecho en un gran abrazo —Voy a extrañarte idiota —sonreí ante mis palabras.
Me dio unas cuantas palmadas en la espalda —Y yo a ti, maldito emplumado engreído —dice y no pude evitar soltar una gran carcajada por sus palabras.
Me separé de mi amigo, para poder despedirme del padre Juan.
Le dí un abrazo —Gracias —agradecí mientras aún le rodeaba con mis brazos.
—Siempre que necesites algo, no dudes de venir aquí —me regaló una sonrisa radiante.
Después de unas despedidas más, unas puertas enormes aparecieron frente a nosotros y al abrirse dejaron a la vista a mi padre. ¿Qué está haciendo aquí?
—Hijos míos —saludó muy emocionado al vernos.
Al menos alguien es feliz.
—Padre —saludamos los cinco al unísono.
—Gabriel —me regaló una mirada demasiado tierna. ¿Qué le pasa?
—¿Sucede algo? —quiero saber.