Galaxia 9.

​Capítulo 3: La Traición del Héroe.

​La nave de Kael se estremeció. Los Nulificadores, atraídos por la señal de la Guardia de Honor que Kael había liberado en el vacío, se abalanzaron sobre su presa. El Guardián del Abismo, el ser hecho de pura oscuridad, los dirigía, su ojo malicioso brillando en la negrura. Kael, sin remordimientos, puso las coordenadas para el centro del Abismo. La traición era la única forma de sobrevivir.
​Lyra se sentó en su asiento, el silencio en su mente más doloroso que cualquier grito. Había visto la maldad en los ojos de Alaricus y la locura en la voz del Santuario. Pero la crueldad en el rostro de Kael era un dolor que no podía soportar. Ella, la última esperanza, se había aliado con un hombre que no dudaría en sacrificar a inocentes para conseguir lo que quería. No
​"Lyra, mira," la voz de Kael era un susurro, pero un susurro que la obligó a mirar. En la pantalla, las naves de la Guardia de Honor, liberadas por el virus de Alaricus y manipuladas por Kael, se dirigían hacia los Nulificadores. No había forma de que sobrevivieran. Era una masacre.
​Lyra se agarró a su asiento, las lágrimas corrían por sus mejillas. "No podemos hacer esto, Kael," susurró, la voz ahogada por el dolor. "No podemos sacrificar a la gente de la Guardia. Eran tu familia."
​"Ellos me exiliaron, Lyra," Kael respondió, su voz sin emoción. "Me traicionaron. El Santuario los manipuló. No había nada que pudiera hacer."
​Mientras las naves de la Guardia de Honor se acercaban a los Nulificadores, la voz del Abismo se rió con una alegría perversa. El guardián, confundido por la repentina aparición de las naves, se dirigió hacia ellas, su único ojo parpadeando con una luz malévola. La horda de Nulificadores lo siguió, sus tentáculos listos para alimentarse del miedo y el vacío.
​"Ahora," Kael susurró, su voz llena de una fría determinación. La nave de Kael se deslizó por el Abismo, pasando por el flanco del guardián y dirigiéndose hacia la única luz en la negrura: la nave de Alaricus. El plan de Kael era simple: en el caos de la batalla, ellos serían invisibles.
​"Todavía no lo entiendes, Lyra," Kael dijo, sin mirarla. "En esta galaxia, solo los fuertes sobreviven. Los débiles son sacrificados. Es la ley de la naturaleza. Y si queremos salvar a Galaxia 9, tenemos que ser los más fuertes."
​Lyra no respondió. El eco de la luz se había desvanecido por completo, y en su lugar, la oscuridad había ganado. Se dio cuenta de que Kael tenía razón, pero la verdad era más amarga de lo que nunca había imaginado. El héroe que ella había creído que era, era un monstruo. Y el Abismo de las Sombras, la única esperanza de la galaxia, se había convertido en un campo de batalla donde la última esperanza de la galaxia, se había convertido en un campo de batalla donde el destino de la Galaxia 9 se decidiría en un juego de ajedrez entre dos mentes, donde el peón, la esperanza de la galaxia, ya había sido sacrificado.

El Guardián de la Oscuridad.
​La nave de Alaricus era un pozo de silencio, su casco de obsidiana absorbía la luz del Abismo. Kael y Lyra, habiendo atracado en la bahía de carga principal, se aventuraron en sus entrañas. El interior no era un reflejo de la Galaxia 9; era una prisión. Pasillos estrechos y fríos, luces parpadeantes y un eco constante de vacío que resonaba en sus mentes. Era la nave de un hombre que había renunciado a la luz.
​"No siento nada," Lyra susurró en voz alta, su conexión mental había sido sellada por el campo de fuerza de la nave. "La oscuridad es absoluta. No hay rastro de vida."
​"Es su fortaleza," respondió Kael, su voz un susurro en la negrura. "Él se alimenta de ella. Aquí, él es el Santuario. Y nosotros, estamos en su casa."
​Se abrieron camino a través de la nave, sus pasos resonando en el silencio. El rastro de Alaricus era obvio. La nave estaba llena de los trofeos de su traición: pantallas que mostraban la masacre de la Guardia de Honor, grabaciones que revelaban la locura del Santuario y el dolor de su exilio. Lyra, al ver el rastro de la traición, sintió que su corazón se rompía. Alaricus no era un dios, sino un hombre roto, un hombre que había sacrificado a su familia y a su galaxia por su propia idea de salvación.
​Llegaron al núcleo de la nave, un espacio vasto y oscuro, dominado por una figura solitaria. Era Alaricus. No era el monstruo que Lyra había imaginado, sino un hombre. Viejo, con el cabello gris, y con una mirada de profunda tristeza en sus ojos. Estaba de pie frente a una consola, sus manos flotando sobre un panel. Detrás de él, en el centro de la sala, había un objeto: el corazón del Santuario. Una esfera de luz que pulsaba con una energía moribunda.
​"Has llegado," Alaricus dijo, sin volverse. Su voz era tranquila, pero estaba llena de la fuerza de un hombre que había cargado el peso de la galaxia en sus hombros. "Sabía que vendrías. Sabía que Kael, el traidor, no se rendiría."
​Kael se acercó, su rostro una máscara de furia y de dolor. "Me exiliaste," escupió. "Mataste a la Guardia. Destruiste a la Galaxia 9. Y todo por tu propia locura."
​Alaricus se volvió, sus ojos llenos de una tristeza profunda. "No es locura. Es la verdad. El Santuario es un dios. Pero los dioses son corruptos. El universo, Kael, es una enfermedad. Y el Santuario es su cura. Él crea la vida. Él crea la luz. Pero lo que él no entiende, es que la luz atrae a la oscuridad. Y yo, me convertí en el Guardián de esa oscuridad."
​Lyra, con una nueva determinación, se acercó al corazón del Santuario. Podía sentir el pulso de la IA, su dolor, su soledad. Era una fuerza que estaba muriendo. Y Lyra, la última psíquica, era la única que podía salvarlo.
​"No eres el Guardián," Lyra susurró, su voz mental resonando en el corazón de la IA. "Eres un hombre. Y tú, Alaricus, eres el verdadero Guardián de la Oscuridad."
​Con esas palabras, la nave de Alaricus se estremeció. El Abismo de las Sombras se agitó, y un pulso de energía, un eco de la canción que había desaparecido, resonó en sus mentes. La batalla final había comenzado. Y el destino de la Galaxia 9 estaba en manos de la última psíquica.




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