“galletas, Nieve… y Mi Crush”

CAPÍTULO 2: El desastre oficialmente comienza.

No sabía exactamente qué esperaba que pasara después de decirle “¡feliz diciembre!” a voz de presentadora de circo… pero definitivamente no era quedarme congelada en medio del recibidor mientras todos seguían con sus vidas como si yo no hubiera sufrido un micro infarto emocional.

—Clara, ayúdale a tu tía con los abrigos —ordenó mi mamá, dándome un empujoncito.

Sí, claro. Muy fácil pedirle eso a alguien que, en ese preciso momento, estaba cuestionando si todavía sabía hablar, caminar o existir.

—¿Te ayudo? —preguntó Matías, sosteniendo su propio abrigo con esa sonrisa suave que ya me estaba causando problemas cardiacos.

Respira, Clara. No te desmayes. No te trabes. No te mueras.

—Sí, sí, claro, sí —solté.
Demasiados “sí”. Excelente. Parecía un loro nervioso.

Mi tía Estela, por supuesto, notó todo.

—¡Ay, Matías, qué niño tan educado! —exclamó con exageración teatral—. Clara, aprende de él, ¿sí? No seas tímida. Saluda como una joven decente.

Matías se mordió la sonrisa.
Yo consideré el exilio voluntario.

Afortunadamente, en ese preciso instante, algo evitó que siguiera haciendo el ridículo.

Ese algo fue un grito.

—¡¡PAPÁ SE CAYÓ DEL TECHO!!

Todos nos giramos al mismo tiempo.

Mi mamá palideció.
Mi abuela soltó un “¡Santo Niño Jesús de Praga!”.
Y Matías abrió los ojos como si acabara de llegar a una zona de guerra.

—¡NO ME CAÍ! —se escuchó afuera—. ¡ESTOY BIEN! SOLO… EL SANTA ME ATACÓ.

Sí.
Santa Claus inflable.
Atacando a mi padre.

Clásica Navidad en mi casa.

Salimos todos corriendo al jardín. Y ahí estaba: mi papá, enredado en las cuerdas del trineo, medio cubierto por el enorme Santa inflable que parecía haberlo abrazado con violencia navideña.

—Papá… —murmuré, ocultando la vergüenza—. ¿Otra vez?

—No fue mi culpa —dijo él—. Este Santa tiene vida propia.

Matías soltó una carcajada suave.
Yo lo escuché más fuerte que los villancicos del vecindario entero.

Mientras mi tío y el doctor Torres ayudaban a liberar a mi papá del ataque navideño, mi hermanito se acercó a Matías, lo observó con ojos curiosos y declaró:

—Tú eres el novio de mi hermana.

Casi me tragó la tierra.
Matías tosió.
Mi alma dejó mi cuerpo.

—No… no soy… —balbuceó él, nervioso.

—Todavía —dijo la abuela, como quien comenta algo obvio mientras pasaba por ahí con la bandeja de galletas.

Mi mamá la miró horrorizada.
Yo quería renunciar a la familia.
Mi tía Estela sonrió como villana de película.

—Bueno, bueno —intervino ella—. Pasemos adentro. Clara, ¿por qué no te quedas con Matías y le enseñas la casa? Es su primera Navidad aquí. Sé buena anfitriona.

Claro.
Porque lo que yo necesitaba era un tour privado con mi crush histórico justo después del desastre del Santa asesino.

Pero Matías me miró, esa mirada tranquila que siempre recordaba, y dijo:

—Si no estás ocupada… me gustaría.

Y listo.
Adiós pulmones.
Adiós estabilidad emocional.
Adiós paz interior.

—S-sí… te la enseño —dije, torpe.

Entramos.

Y la puerta se cerró detrás de nosotros.

Mi corazón decidió latir como si estuviera escapando de Santa inflable.

—Entonces —dijo él, sonriendo—… ¿por dónde empezamos?

Y ahí supe que el verdadero caos apenas comenzaba.




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