Si hubiera sabido que darle un “tour” a Matías significaba caminar por la casa mientras mi corazón tocaba villancicos a ritmo de metal, quizá habría fingido un desmayo.
Pero ya estaba ahí, caminando a su lado, intentando no pensar demasiado en el hecho de que él medía como tres versiones mías apiladas.
—Tu casa sigue igual de cálida… —comentó él, mirando alrededor.
¿Cálida?
Claro.
Eso o caótica en nivel "explosión de duendes alcohólicos".
Pero llamarla cálida sonaba más bonito.
—Sí, mi familia es… especial —respondí con una risa nerviosa.
Matías sonrió como si eso lo hiciera feliz.
Y boom.
Mi estómago hizo mariposas y acrobacias olímpicas.
—¿Me enseñas el árbol? —preguntó él.
—Claro, está en la sala, pero… —me detuve, recordando—. Mi hermano lo estuvo “decorando”.
Matías levantó una ceja.
—¿Decorando…?
—Con sus propias ideas. No te asustes.
Pero era tarde para advertencias.
Apenas doblamos a la sala…
—¡SORPRESA! —gritó mi hermano en modo caos andante, lanzándose sobre Matías como un koala navideño.
Matías dio un paso atrás pero lo sostuvo como un experto en niños descontrolados.
Yo quería evaporarme.
—Clara —dijo ese pequeño moustro navideño, señalando el árbol como quien presenta un proyecto de ciencia—. ¡Le puse luces de arcoíris y stickers de dinosaurios!
Efectivamente.
El árbol parecía un híbrido entre Navidad y Jurassic Park.
—Está… creativo —dijo Matías, genuinamente divertido.
Mi corazón se derritió un poquito.
Solo un poquito.
No demasiado.
Quizá un universo entero.
Pero antes de que pudiera decir algo lindo o ridículo, sonó la alarma del caos:
El timbre.
Y no cualquier timbre.
Fue ese timbre con eco de tragedia.
Mi mamá gritó desde la cocina:
—¡NO PUEDE SER! ¡YA LLEGÓ!
Yo fruncí el ceño.
—¿Quién?
Matías me miró confundido.
Y entonces apareció mi mamá, sudando, histérica y con brillo en el cabello.
—La tía Rosalba —susurró, como si fuera Voldemort.
Yo sentí que mis piernas temblaron.
La tía Rosalba, famosa por:
Llegar temprano a TODO.
Criticar absolutamente TODO.
Tener dos hijas gemelas de tres años… que parecían demonios disfrazados de angelitos.
La puerta se abrió.
—¡FELIZ DICIEMBREEEEE! —gritó Rosalba entrando con el volumen de una explosión.
Y detrás de ella…
Entraron Ellas.
Las Gemelas del Caos™.
Ambas con vestidos rosados.
Ambas con trenzas perfectas.
Ambas con sonrisas diabólicas.
—¡LUCECITAAAAAAS! —gritó una.
—¡¡¡BRILLAAA!!! —gritó la otra.
Y en menos de dos segundos…
CORRIERON
DIRECTO
AL ÁRBOL.
—¡NOOOO! —gritamos tres adultos al mismo tiempo.
Las gemelas se lanzaron sobre las luces, tirando de ellas como si fueran un premio de feria.
El árbol tambaleó.
Matías me agarró de la muñeca por instinto para apartarme.
Toby ladró.
Mi hermano gritó.
Mi mamá rezó.
La tía Rosalba aplaudió como si fuera un show.
Y entonces…
CRASH.
El árbol cayó hacia adelante.
Yo cerré los ojos porque prefería no ver la tragedia…
Pero no escuché el impacto en el piso.
Solo un golpe seco y un jadeo.
Abrí los ojos.
Matías lo había atrapado.
ENTERO.
Con los brazos abiertos.
Como un héroe navideño de película.
—¿Estás bien? —me preguntó, sonriendo, aunque tenía una esfera dorada colgando del cabello.
—¿Yo? —tragué—. ¿TÚ estás bien?
—Sí —dijo—. Aunque creo que el árbol me eligió como su nuevo dueño.
Puso el árbol de pie mientras todos lo miraban como si hubiera salvado al mundo.
Mi abuela incluso aplaudió.
—Este muchacho se queda para todas las navidades.
Yo quería derretirme.
Desaparecer.
Besarlo.
Todo al mismo tiempo.
Las gemelas desaparecieron corriendo rumbo a la cocina.
Mi mamá suspiró.
—Esto recién empieza —dijo dramáticamente.
Matías me miró de reojo, sonriendo.
—¿Tu familia siempre es así?
—Peor —respondí sin pensarlo.
Él soltó una risa suave.
—Me gusta.
Y ahí, justo ahí…
sentí que mi Navidad iba a ser un desastre maravilloso.
#1637 en Otros
#346 en Relatos cortos
#508 en Humor
amor adolecente, navidad amor sorpresas, familia humor luces navidad
Editado: 15.12.2025