“galletas, Nieve… y Mi Crush”

CAPITULO 6: El Supermercado del Fin del Mundo.

El día siguiente empezó como empiezan todos los días importantes en mi familia:

Con la abuela abriendo las cortinas a las siete de la mañana como si estuviéramos participando en un reality show que se llama "Sobrevive a la Navidad o Muere en el Intento".

—¡LEVÁNTENSE QUE HOY TOCA SUPERMERCADOOO! —gritó, porque la mujer no sabe decir cosas importantes en volumen humano.

Yo, todavía medio dormida, rodé hacia un lado... y casi caigo del colchón inflable improvisado donde Matías había dormido cerca de mí.

Sí, cerca.
No tan cerca para considerarse algo sospechoso, pero lo suficientemente cerca para que mi corazón hiciera sonido de villancico desafinado.

—¿Listos para la misión suicida? —preguntó él, despeinándose el cabello y sonriendo como si esto fuera divertido.

Yo solo asenté con resignación y el alma en la mano.

1. El Supermercado del Fin del Mundo

Tres palabras podrían describir ese lugar:

CAOS DE GUERRA.

La gente empujaba carritos como si fueran tanques de combate. Un señor se abalanzó sobre una caja de harina PAN como si estuviera deteniendo un meteorito. Una señora gritaba que "las uvas están carísimas" y otra se quejaba de que ya no quedaban pasas.

Mientras tanto, mi mamá, mi tía Estela y la abuela avanzaban por los pasillos con listas kilométricas.

Yo llevaba el carrito.

Y Matías llevaba otro.

Porque "uno no alcanza".

En algún momento, mientras intentaba tomar una caja de aceitunas, dos señoras mayores entraron en modo pelea libre, y una terminó agarrando mi manga:

—¡ESA CAJA ES MÍA, NIÑA!

—¡Señora, por favor! —exclamé mientras Matías me jalaba hacia atrás como si fuera una víctima en un documental.

—Clara —susurró él, muy serio—, tienes que aprender a protegerte en entornos hostiles.

Yo me reí... hasta que vi a la abuela peleándose por un pimentón.

Literalmente.

Al final salimos vivos, con los ingredientes para las hallacas, tres panes de jamón, una caja de galletas y la esperanza un poco golpeada.

2. La Guerra de las Hallacas

Si el supermercado había sido una batalla...

La cocina era la Tercera Guerra Mundial.

La abuela gritaba órdenes.
La tía Estela picaba como si estuviera compitiendo en MasterChef: Edición Navideña.
Mi mamá discutía con mi papá sobre el tamaño de la carne.
Los primitos de tres años corrían con hojas de plátano como capas de superhéroes.
Toby ladraba porque alguien dejó el jamón al alcance.

Y en medio de todo eso...

Yo estaba intentando amasar.

Y Matías estaba intentando no reírse.

—No entiendo —dijo él—. ¿La masa se supone que no se pegue en los dedos o que se una a ti emocionalmente?

—Se supone que coopere —respondí, frustrada—. ¡Pero esta masa es tóxica!

Se carcajeó.
Y, en mitad del desastre, sentí su mano rozar mi muñeca, ayudándome a aplanar la masa.

Se detuvo un segundo.

Yo también.

El ruido del mundo siguió, pero nosotros nos quedamos allí, en una burbuja de harina, hojas y silencio bonito.

—Oye, Clara... —murmuró él, con esa voz que se sentía como chocolate caliente.

Y justo cuando iba a decir algo lindo, profundo, quizá un poquito arriesgado...

—¡AY, AY, AY! ¡USTEDES DOS! —gritó una voz a nuestras espaldas.

La tía Carmen.

La reina del chisme.

—¿QUÉ ESTÁN HACIENDO TAN JUNTITOS, AH? —preguntó con la ceja levantada y la sonrisa lista para causar un incendio emocional.

Matías dio un paso atrás tan rápido que casi se cae encima del bol de guiso.

Yo me puse roja como un pimentón mal escogido.

—Estamos... trabajando la masa —dije, y lo lamenté al instante.

La tía Carmen dio una risita maliciosa.

—Ajá. La masa. Sí, clarooo. "La masa".
Ya entenderán tus hijos cuando sean grandes.

—¿QUÉ? —casi gritamos los dos al unísono.

—Nada, nada. Sigan, sigan —dijo ella, alejándose con la satisfacción de alguien que acaba de guardar un episodio nuevo de chismes en su colección.

Matías se llevó una mano a la cara, aguantando la risa.

—Tu familia... es fantástica.

—Dilo como es —lo corregí—: son un peligro para la sociedad.

Y así, entre hojas pegadas a nuestros codos, harina en la nariz y el sonido de tías gritándose instrucciones, descubrí que preparar hallacas podía ser un deporte extremo...

Pero también, accidentalmente,
una de las cosas más bonitas del mundo.

Porque si algo estaba quedando claro era esto:

La Navidad en mi casa sería un desastre.
Pero un desastre precioso.
Y él estaba justo aquí, viviéndolo conmigo




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.