La casa estaba tan llena que parecía que habíamos invitado a todo el hemisferio norte a cenar.
El comedor brillaba con luces, velas rojas y el mantel especial que solo se usaba en "ocaciones importantes" (palabras de la abuela). Y claro... probar las primeras hallacas de la temporada era casi un acto sagrado.
Yo estaba tan nerviosa como si fuera una ceremonia oficial.
—Clara, tráete las primeras —dijo la abuela con ese tono de general militar—. Que Dios nos ampare si quedaron malas.
Matías estaba a mi lado, sirviendo jugo de ponche y tratando de no reírse cada vez que mi familia gritaba algo.
—No entiendo —susurró—. ¿Por qué siento que estas hallacas deciden mi destino?
—Porque lo hacen —respondí muy seria—. La abuela puede desheredar a cualquiera por una hallaca mal hecha.
Él abrió los ojos en falsa preocupación.
—Entonces... deséame suerte.
Y yo lo hice. En voz baja.
Demasiado baja.
Las primeras hallacas fueron colocadas en el centro de la mesa como si fueran diamantes raros.
Todos estaban atentos:
Mis papás.
La abuela.
Mi tía Estela.
Los primos metiches.
La tía Carmen (lista para juzgar).
Y Matías, pobre, que estaba en modo "estoy feliz pero asustado".
La abuela tomó un bocado.
Todos contuvieron la respiración.
Yo también.
Luego, la abuela dijo:
—Están buenas.
La mesa explotó en aplausos, gritos y celebraciones como si hubiéramos ganado una guerra.
Yo suspiré.
Matías también.
Y justamente cuando pensaba que la calma se había instalado...
Los primos gemelos de ocho años, Lucas y Leo, se acercaron a Matías como dos detectives sin licencia.
—¿Y tú quién eres? —preguntó Leo, frunciendo el ceño.
—¿Eres el nuevo novio de Clara? —añadió Lucas, directo al corazón de mi dignidad.
Matías casi escupe el jugo.
—¿QUÉ? —exclamé, roja como una hallaca muy mal amarrada—. ¡No digan esas cosas!
Los primos se rieron.
—Si no es su novio... ¿entonces por qué se miran tanto? —insistió Leo.
—¡NO NOS MIRAMOS TANTO! —grité.
Matías tosió. Mucho.
La abuela levantó una ceja.
Y la tía Carmen ya estaba anotando chisme nuevo.
Yo necesitaba aire.
O una avalancha.
O desaparecer en una nube de harina.
—Matías... ¿quieres salir un momento? —pregunté, intentando sonar normal.
Él sonrió suavemente.
—Pensé que nunca lo dirías.
Afuera, la noche estaba completamente blanca. La nieve caía lenta, como si intentara decorar el mundo para nosotros.
—Pensé que tu familia era intensa —bromeó él—, pero... wow. Nivel experto.
—Y falta lo peor —respondí.
—¿Lo peor?
—Mañana vienen las tías que no se saben callar.
Se echó a reír.
Y esa risa... ay.
Pero entonces él se agachó, juntó nieve... y me lanzó la primera bola directo a la bufanda.
—¿QUÉ HACES? —grité.
—Estoy adaptándome al entorno —dijo con inocencia falsa.
Tomé nieve también.
Y empezó.
Corrimos entre el jardín, esquivando luces navideñas, lanzándonos bolas de nieve, riendo como dos niños escapados de una película.
Hasta que...
Yo resbalé.
Él intentó agarrarme.
Y los dos caímos al suelo, sobre la nieve suave, entre risas y respiraciones entrecortadas.
—Ay —susurré, sin poder moverme del ataque de risa.
—¿Estás bien? —preguntó él, todavía encima de mí, apoyado en sus manos para no aplastarme.
Yo asentí.
Y de pronto, todo se volvió silencioso.
Matías estaba muy cerca.
Sus mejillas rojas por el frío.
Su nariz casi rozando la mía.
Su respiración, cálida en medio de la nieve helada.
Mis manos estaban en su abrigo.
Sus ojos estaban en mis labios.
—Clara... —murmuró, bajito, como si tuviera miedo de romper algo bonito.
Yo iba a decir algo.
O a no decir nada.
O a cerrar los ojos.
Algo.
—¡CHICOS! —gritó la voz aguda de la tía Carmen desde la puerta—. ¡SE LES ENFRÍA LA CENA! ¡Y SE LES CALIENTA EL ROMANCE!
Matías se separó tan rápido que casi provoca un alud.
Yo me tapé la cara.
—Quiero morir —susurré.
Él, rojo como un tomate navideño, se echó a reír.
—No mueras —dijo, ayudándome a levantarme—. Aún no hemos terminado la guerra.
Tomó mi mano.
Y no la soltó hasta que entramos de nuevo en la casa.
Un casi-beso.
Un casi-momento.
Un casi-nada que se sintió como demasiado.
Y yo...
yo ya estaba perdida.
En la nieve.
En la Navidad.
En él.
#1637 en Otros
#346 en Relatos cortos
#508 en Humor
amor adolecente, navidad amor sorpresas, familia humor luces navidad
Editado: 15.12.2025