—Recuérdame que nunca más vuelva a confiar en tus amigos, Patrick. —comentó Garin, agobiado por el encierro que significaba esa fría celda.
—Se volvió loco cuando vio el aparato ese. Antes había actuado con normalidad. ¿Qué le pasará? —dijo el perro salchicha mientras pensaba en la causa que podría haber desencadenado en el extraño comportamiento del hombre.
—Se los dije, meternos en este asunto era una completa locura. ¿Por qué no habré hecho algo más por detenerlos? Soy una inútil. —mencionó Teresa comenzando a llorar.
—Deja tus autolesiones verbales para otro momento. Estamos aquí encerrados y necesitamos escapar —exclamó el pastor alemán—. Repitan conmigo: Juntos somos invencibles.
—Juntos somos invencibles. —repitieron los demás perros.
—Si estamos unidos... —Todos repitieron eso, a excepción de Patrick, quien percibía un olor con su nariz.
—Huele a comida mexicana. —dijo para sí mismo el alargado.
—....salvaremos al mundo de la comida mexicana...espera, ¿qué? —Garin enfureció ante lo que el perro salchicha le hizo decir.
—Oye, ¿y para cuándo salvar al mundo de la comida italiana también? —bromeó Max, recibiendo un puñetazo en la cara por parte de Sebastian.
—Si antes te quería, ahora te amo, fortachón. —mencionó el pastor alemán.
—Pero todavía seguimos sin saber cómo salir de aquí. ¿Que haremos? —preguntó Arturo, pero una acción del pitbull enmudeció a todos.
Simplemente con acercarse a las rejas y tirar de ellas sin hacer mucho esfuerzo, las arrancó de su lugar dejando el paso completamente libre para salir de ahí.
Corriendo lo más rápido que pudieron, lograron salir de la prisión sólo para saber que estaban más complicados de lo que creían.
—¿Pero qué...? ¿La prisión está dentro de una base militar? —preguntó Arturo observando el nuevo paisaje que tenían delante.
—Todas las prisiones del país están militarizadas. Ya lo sabía yo, pero no lo dije por la vagancia que me da hablar. —respondió Max.
—Esa vagancia tuya...no sé siquiera cómo haces para respirar. —dijo Teresa.
—Esa es de las tantas cosas en el mundo que nunca podrán contestarse.
—Oigan, perros, tenemos que encontrar la forma de salir de aquí. —Garin quería que todos se pusieran a pensar en algo, por supuesto, pensar era lo que menos hacían todos.
—Comprémosle un misil a China y disparémoslo contra este lugar.
—Robémonos algunos tanques y disparemos contra todo lo que se mueva.
—Consigamos ametralladoras y vaciémoslas contra todos los soldados.
Obviamente, ninguna de las propuestas era algo útil.
Una vez más, fueron salvados por Sebastian, quien señalando un pasamontañas colgado en una pared de una pequeña cabina de seguridad donde un soldado dormía cuando debería estar vigilando que no se escapara ningún recluso, le dio una gran idea a Garin.
***
Caminando lentamente, e intentando hacer el menos ruido posible, los perros se movían ocultándose con todo lo que podían para no ser vistos. Llegado un punto, el pastor alemán tomó un camino diferente al de los demás sin darse cuenta, metiéndose en un campo de práctica de lanzamiento de granadas.
Su condición de oculto, estaba tan bien logrado que los soldados arrojaron uno de esos artefactos explosivos directamente a donde estaba Garin, sin percatarse de su presencia. Cuando el objetó estalló, el cuerpo del can, que se encontraba justo encima, quedó totalmente negro y humeando levemente.
《Decidido. Desde hoy, odio las granadas.》
Los otros cinco, continuaron la marcha sigilosa hasta lograr salir de las instalaciones. Una vez fuera, se enteraron de la ausencia de Garin entre ellos.
—Oigan, chicos. ¿Dónde está Garin? —preguntó Max.
—Debe estar golpeando en la cara a los tacos y los tamales. —respondió Patrick bromeando.
—No puede ser, lo hemos perdido. Debí de haberlo cuidado más. Soy una inútil. —dijo Teresa deprimida.
Editado: 06.08.2023