Garras y Acero

I

***

“Que hermoso brillo”

—Me sorprende que ella sea hija de los cereros —hablo la curandera con suavidad en su voz—. Es preciosa.

La pequeña, ahora de unos cuatro años de edad era una mezcla entre su padre y madre. De una reluciente cabellera rubia, ojos celestes claros, y llevaba un vestido color esmeralda.

—Bremen lo profetizo, “Nacerá en manos de cereros”, ¿recuerdas? —le respondió la mujer a su lado.

—Oh si, lo recuerdo.

***

Los cereros, que antes solo estaba conformado por marido y mujer, ahora tenían a su pequeña hija que se les había unido al árbol familiar.

Sus ventas en el negocio familiar no eran las mejores ni las peores. Neutrales, por así decirlo.

—Papá, ¿puedo ayudarte en algo? —pregunto la pequeña con curiosidad. Observando lo que hacia su padre en ese momento.

—Si tú quieres, pequeña —Acomodaba las cerillas dentro de las cajitas, y las dejaba sobre la mesa.

—Se ve entretenido.

—Así es. Pero, Odelia, quiero que tengas en cuenta que cada cosa, aunque parezca entretenida, tiene su grado de complejidad.

—Tu padre tiene razón querida —dijo Esul, ingresando al cuarto con una canasta en su mano. La cual dejaba salir un olor demasiado dulce—. Incluso cocinar tiene sus complejidades.

—¿Complejidades?

—Si, complejidades.

—Si, complejidades. Todo lo que hacemos tiene algo de ellas. Incluso para ti cuando aprendiste a caminar.

—¿Eso es bueno, o no? —cuestiono mientras observaba la canasta.

—Es bueno, querida —acaricio la cabeza de Odelia, y sonrió—. Los obstáculos nos ayudan a aprender cosas nuevas, a pesar de los errores. Los errores nos sirven de lección para nosotros.

—¿Cocinar igual cuenta?

—Exactamente. Tu madre ha soportado mucho para hacer estos ricos postres —respondió Sandrok limpiando sus manos con un paño, y tomando un trozo de queque, saboreándolo—. Delicioso, como siempre.

Esul sonrió.

—¡Yo igual quiero un pedazo! —la pequeña trato de alcanzar la canasta, pero fallando en el intento—. Gracias mami —respondió al ver como Esul le dejaba un trozo en sus manos.

—De nada, querida.

De repente Odelia preguntó.

—Mami, Papi, ¿Cómo se conocieron?

Ambos padres se observaron entre sí, y sonrieron con suavidad.

—Es una historia… algo corta —dijo Esul riendo un poco—. Pero, dejare que tu padre se lleve el honor de contarla —Sandrok sonrió.

—Claro. Pues…

***

Sandrok era el encargado del negocio familiar. Desde pequeño fue criado con las órdenes de sus padres para dirigir de buena manera el negocio. Pero, él tenía en cuenta que sus padres no estarían siempre con él, y eso le dolía.

El destino nunca está de nuestro lado, a menos que seas bendecido con la buena suerte. Pero Sandrok no tenía ni la mitad de una, ni de la otra. Y eso lo tuvo en cuenta al ver como unos lobos asesinaban a las dos personas que lo criaron.

Aunque, él igual noto que no eran unos loboso normales. Eran… más agresivos que estos.

Consulto a los hechiceros, pero ninguno quiso darle una respuesta del porque el ataque hacia sus padres. Resignándose, no tuvo más remedio que seguir solo con su negocio.

—Estas bastante decaído. No es bueno para ti trabajar en este estado —le decía siempre su vecina. Una anciana que desde que la conocía era preocupada por los demás.

Él suspiro.

—Lo sé, pero no se puede vivir sin dinero. Necesito seguir vendiendo para tener ganancias —la anciana lo observo con pena—. Sin mis padres, todo es complicado.

—La vida es dura…

—Ya lo tengo en cuenta.

—Solo cuídate, Sandrok —él asintió, y la anciana salió del negocio.

—Estoy tratando…

La puerta se abrió de repente, sonando la campanita de un nuevo cliente.

—Bienvenido…

Sus palabras quedaron atoradas en su garganta al ver al cliente en frente de su gabinete.

Era una joven chica, unos dos años menor que él, pero lo más notorio era su belleza casi etérea. Una larga cabellera rizada que caia tras su cintura, con unos rizos alborotados en las puntas. Unos grandes ojos azules iluminaban su rostro, y un collar en medio de su cuello lo hacia más notable. Tenia un cuerpo delgado, pero descuidado. No tenia buena vida. Eso era claro por su aspecto desaliñado a pesar de su belleza.

—¿Tienes cerillas?

—¿Cerillas? —preguntó, y reacciono—. Ah sí, claro.

Busco una cajita de cerrillas, y la dejo sobre la mesa.

—Son diez centavos.

—Oh, no es necesario —dijo la chica sacando su mano de la mesa, y guardándola dentro de los bolsillos de unos pantalones rotos que llevaba puestos—. Gracias por su paciencia.

—¡Espera!

Trato de alcanzar su mano, pero la puerta golpeo justo en su rostro. Golpeando su frente, y dejando la marca de la puerta en ella.

—Auch… —murmuro frotando su frente.

Observo la puerta, notando que estaba él solo. Sentía su corazón palpitar con fuerza en su pecho, y sus mejillas las sentía calientes.

—Sus ojos… eran bellos.

No podía olvidar el brillo de aquellos ojos azules, sentía que con solo verlos iluminaba su espíritu.

—Necesito encontrarla…

Necesitaba hacerlo. El nunca actuaba por impulso, pero su corazón le decía que debía de hacerlo. Recordaba las palabras de su madre una y otra vez “Si lo sientes, hazlo. O lo perderás”. Y él no quería perderla, sabia que ella se había vuelto un pedestal para su vida.

No le costo mucho encontrar sus pasos, los cuales lo llevaron al lado cercano de la mazmorra. Un barrio olvidado por el temor a que salieran los mounstros dentro de ella, y atacaran el lugar. Actualmente solo podían verse casas abandonadas, y algunas pertenencias olvidades en el suelo.

Escucho el sonido de piedras chocando, y empezó a avanzar hacia el dueño que lo producía.

Mientras avanzaba, notaba incluso parte de la vegetación destruida y quemada.

—¿Eres… tú? —pregunto en un murmullo al ver a la figura que estaba de rodillas en el suelo.




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