El garrote mayor
Sería posible ver la historia de la humanidad como una larga sucesión de guerras.
Según se mire, parece claro que el desarrollo de nuestra especie se ha llevado adelante como consecuencia de un continuo esfuerzo por arrojarle a otros la mayor cantidad de cosas, con la mejor precisión y desde la mayor distancia posible.
Así, el hombre de las cavernas, en algún momento, descubrió que era más seguro arrojarle una piedra al otro con la mano que acercarse para pegarle con ella, e invento la onda, el arco y flecha, las lanzas….etc.
Del otro lado, los destinatarios de esos objetos desarrollaron técnicas para evitar ser dañados por los mismos, nacieron así los escudos, los muros, las armaduras, los cascos, etc.
Tirar cosas tiene una ventaja adicional, no es necesario verle la cara al enemigo. El valor de cualquiera se mantiene ante la perspectiva de que el otro no lo pueda alcanzar, así, cuanto más sofisticado y elaborado sea el medio utilizado para arrojar las cosas, mayor tranquilidad tiene quien las arroja. No es lo mismo estar atrás de una espada que de un cañón.
Así, a cada avance de los que tiran cosas sigue otro de los destinatarios de esas cosas, lo que lleva a un nuevo avance de los que las tiran que da pie a un nuevo desarrollo de los destinatarios….y así hasta el hartazgo.
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Esa mañana, como todas las mañanas de una jornada laboral, se levanto temprano, desayuno mirando las noticias sin ver las imágenes de las ciudades devastadas en el ultimo bombardeo, ni por asomo se le cruzo por la mente que, debajo de esos escombros podía haber niños, o ancianos, o mujeres, u hombres que nada tenían que ver con los intereses que movían la guerra. Verdaderamente la guerra estaba muy lejos.
Bebió su café, se puso la chaqueta, beso a su mujer y a sus hijos y subió al transporte que pasaba a buscarlo por su casa, en un suburbio de las afueras de la ciudad.
Cuando llego a su destino presento las credenciales que le franqueaban el paso. Lo dejaron pasar, llego a su puesto de trabajo, saludo al compañero que reemplazaba, recibió de este la información del proceso en curso y tomo su lugar. El otro lo saludo y se fue.
En la pantalla aparecía la vista aérea del terreno sobre el que el dron volaba en ese instante.
No tenía muy claro de donde eran esas vistas, ni a cuantos kilómetros de allí estaban, tampoco le importaba mucho, el solo cumplía ordenes, hacia su trabajo durante ocho horas y nada más, no se sentía responsable de las consecuencias, no era su problema, había otros por encima de él que se encargaban de esas cosas.
Cómodamente sentado frente a los mandos, tomando el segundo café de la mañana, apretó el botón que ordenaba lanzar la bombas, y observo por la pantalla y los datos de telemetría, como las mismas se liberaban del dron que las había llevado hasta ahí, y caían sobre el enemigo, o casi, porque una, por alguna razón, quizás una ráfaga de viento o algo así, cayó en otra parte, en fin eso era inevitable, seguramente habría algún daño colateral, pero nada fuera de lo normal.
Mientras guiaba el regreso hizo una pasada sobre el objetivo atacado, verifico los datos y siguió, nada raro, ni siquiera el tipo ese que le hacía gestos amenazantes con algo que parecía un palo. Difícilmente con ese palo podría llegar hasta la cómoda ciudad donde estaba él trabajando. Y aun suponiendo que pudiera llegar, ¿Cómo averiguaría donde estaba? Si ni los vecinos de esa ciudad sabían que desde allí se comandaban las maquinas que peleaban aquella lejana guerra.
Al terminar el día laboral llego el relevo, le paso el parte y se fue, esa tarde uno de los chicos participaba de una contienda deportiva y había prometido ir a verlo. Se tomaba muy en serio lo de la paternidad responsable, en muchos casos era un ejemplo de hombre, el ciudadano que hace fuerte a un país.
Del otro lado del mundo, en una ciudad en llamas, un hombre con algo parecido a un palo en la mano, lloraba sobre el cadáver de un niño que había muerto cuando una bomba, arrojada por esas maquinas infernales, que unos cobardes que no tenían valor para pelear cara a cara manejaban desde lejos, no dio en su blanco e impacto sobre un colegio.
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Al amanecer el sol ilumino en toda su crudeza la devastación causada por las maquinas. En los corazones de todos los que contemplaban aquello había un sentimiento en común, el odio hacia los cobardes que las manejaban, el enorme deseo de devolver el golpe, de hacerles sentir la guerra que habían llevado a sus casas. Algunos tenían un brillo especial en los ojos, como el hombre que tenía algo parecido a un palo en su mano, hoy probarían si eran capaces. Estaban listos y el momento llegaría en cuanto los drones aparecieran de nuevo.
La espera no fue muy larga, alguien dio el alerta, ahí venían de nuevo las maquinas y todos, automáticamente levantaron sus fusiles, en un intento tan desesperado como poco efectivo de detenerlas, todos menos un pequeño grupo de hombres con algo parecido a palos en las manos. Cada uno apunto a un dron con lo que tenía en la mano hasta que una luz verde en el mango les indico que el objetivo estaba fijado, entonces, el hombre del día anterior junto al niño, apretó una tecla en la maleta que llevaba y nada más. Luego la cerro y todos corrieron a refugiarse, ahora solo quedaba esperar una fracción de segundo para saber si el programa implantado en las maquinas era eficaz. Y fue, esta vez no todas las bombas cayeron, por alguna razón, que solo él sabía, algunas maquinas giraron y comenzaron a regresar por donde habían venido. Una sonrisa se dibujo en las caras de todos los que allí estaban, pero no por mucho tiempo, había que ayudar a remover los escombros que habían quedado del bombardeo del día anterior, buscando gente herida. Lo que tenían que hacer ya había sido hecho, ahora solo quedaba esperar.