Gay

El invierno de los lirios azules

El primer pétalo que se atreve a abrirse

La biblioteca olía a papel viejo y el frío de la nieve que se colaba por las rendijas. Adrián tenía los dedos entumecidos de tanto sostener el mismo libro abierto en la misma página durante veinte minutos. Fingía leer y observaba, de reojo, cómo Julián pasaba las páginas de un tomo de poesía con la lentitud de quien acaricia algo con mucho cariño.

Habían coincidido allí todas las tardes de enero. Al principio fue casualidad: dos alumnos de último año buscando refugio del frío. Luego fue rutina. Después, necesidad. Ninguno lo decía, pero los dos llegaban más temprano cada día, como si temieran perderse aunque fuera un minuto del otro.

Julián alzó la vista. Adrián fingió leer. La poca distancia entre ellos era un silencio cómplice. Afuera, los lirios azules del invernadero del campus se mecían bajo la escarcha, tercos, esperando una primavera que nadie creía posible.

Adrián dejó el libro en la mesa. Sus nudillos rozaron el dorso de la mano de Julián, que descansaba junto a un ejemplar gastado de Rilke.

No fue planeado.

Fue apenas un segundo. Piel contra piel. Uno de los dos transmitía el calor breve y absurdo de enero.

Pero Julián no retiró la mano.

Adrián sintió que el corazón le golpeaba las costillas como si quisiera escapar y refugiarse dentro del pecho del otro. Contuvo el aliento. Julián giró apenas los dedos, lo justo para que sus yemas se encontraran. Una caricia tan leve y accidental. Pero desde ese momento ya no lo era.

Ninguno habló.

Los lirios de afuera parecieron temblar, como si el viento hubiera decidido soplar solo para ellos.

Julián cerró el libro con suavidad. Sus dedos seguían rozando los de Adrián, ahora con intención. Lentamente, muy lentamente, entrelazó el meñique con el del otro chico. Un nudo pequeño, frágil, imposible de deshacer o más bien no lo querían deshacer.

Adrián tragó saliva. Sentía un nerviosismo.

—Hace frío —susurró Julián, sin mirarlo.

Era la primera vez que hablaban.

Adrián asintió, aunque Julián no lo veía. Su voz salió ronca, intentando impresionar:

—Lo sé.

Y entonces, como quien confiesa un pecado imperdonable, Julián apretó un poco más ese meñique contra el suyo.

—No quiero que termines de leer ese libro nunca —dijo, tan bajo que casi fue un pensamiento en voz alta—. Si lo terminas, te irás.

Adrián cerró los ojos. Un suspiro se le escapó y pareció que tomaba oxígeno después de una resucitación artificial, justo entre los dos libros abiertos como testigos.

—No me voy a ir —respondió.

Y los lirios azules del campus parecieron enderezarse, como si acabaran de recordar que la primavera siempre llega, aunque sea disfrazada de un roce de manos en una biblioteca.



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En el texto hay: romance, drama, amor

Editado: 23.11.2025

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