Geal Ali Crónicas: Poder Absoluto.

Capítulo 2

Cenamos en una plaza para disfrutar del aire acondicionado y refrescarnos. Después, nos dirigimos al apartamento de Sean, situado un poco más alejado de la ciudad, en el oeste. Vive en un apartamento de dos habitaciones, que es notablemente más pequeño que mi propia habitación. Si bien no era lujoso, tenía las características típicas de un apartamento de soltero. A menudo pasábamos allí dos o tres horas viendo videos de comedia. Me dejo sentada en su sofá para irse a cambiar una hora después, tal vez por una más cómoda, optó por una camiseta deportiva blanca y unos pantalones cortos claros debido al calor, complementados con unas zapatillas deportivas de colores. En su presencia, manteníamos un comportamiento informal, aunque era particular en cuanto a mi elección de ropa, no permitiéndome usar nada demasiado revelador. Mientras esperaba a que se preparara para nuestra visita al bar donde jugamos al billar, a menudo me encontraba escuchando las voces de los vecinos.

A veces, estas voces se entrometían sin control, como susurros que surgen de repente. Discusiones sobre un enredo romántico, preocupaciones por un gato perdido y otras historias llenaban mi mente. El edificio tiene tres pisos con dos apartamentos por piso, lo que lo hace parecer una pequeña ciudadela. Aunque a veces encuentro divertido sus pensamientos, pero me mantengo distante a los pensamientos sobre sexo: no conozco sus rostros ni sus nombres, solo sus pensamientos fugaces. Sean parece atractivo y posee un físico envidiable en cuanto salió del baño. A veces me pregunto por qué no hemos buscado una relación romántica, pero luego recuerdo que su cabello rubio no me atrae; si hubiera sido más oscuro, mi perspectiva podría haber sido diferente.

—¿Vamos a lo de Dantes? —pregunté mientras apagaba la televisión y él va por una bebida energética de su mini refrigerador.

—Te acabaré en el puto billar —respondió.

—Eso suena mal. La oración correcta es: te ganaré al billar — dije con una pícara—. Estoy de acuerdo, iremos a lo de Dantes, pero en el billar, no me acabarás.

—Tienes razón, no suena bien.

Nuestra relación era más cómoda, carente de la tensión que habíamos experimentado antes. Momentos después, noté un cambio en la expresión de Sean, su alegría se desvaneció momentáneamente, creando un silencio incómodo que parecía ser su norma. Era como si sus pensamientos se hubieran ido a otra parte, aunque apenas habíamos comenzado nuestra conversación.

—¡Sean! —exclamé, preocupada.

Se volvió hacia mí, aparentemente necesitando retirarse a su habitación una vez más. Me abstuve de seguirlo, respetando su necesidad de privacidad. Sentí una ligera aprensión porque su atención estaba claramente en otra parte. Después de un par de minutos, reapareció, vestido con un conjunto que me dejó desconcertada. Vestía un traje de cuero negro, con dos pistolas atadas a sus costados. Si bien había anticipado algo intimidante, ciertamente no esperaba eso: era como si se estuviera preparando para la batalla, pero innegablemente atractivo y seductor.

—Tengo que atender algunos asuntos. —Se acercó a mí, me miró directamente a los ojos y apoyó sus manos sobre mis hombros cubiertos. —Escúchame y concéntrate. Sigue mis instrucciones: ve a lo de Dantes, disfruta de unos tequilas y relájate. Toma mi moto, siempre has tenido las llaves de mi departamento para tu comodidad. Te acompañaré a lo de Dantes cuando termine el asunto. Te aseguro que estaré ahí, pero después. Solo abstente de preguntar sobre la situación.

—Llaves. —respondí y me las entregó. —Moto, departamento, ve a Dantes. Entendido.

Nos dirigimos hacia la ubicación de la camioneta. Aunque el sol estaba presente y la temperatura era alta, una brisa fría sugería lluvia en un par de horas, lo cual podría considerarse fortuito para personas como nosotros, cuando vi la camioneta pensé que la velocidad de esta fue obstaculizada por el tráfico; viajar en motocicleta hubiera sido más eficiente para llegar a su departamento, pero el tío tenía miedo a todo. Sean entró a la camioneta, la arranca, mientras yo observo parada en la banqueta.

—No hay nadie más aquí, solo tú y yo. Dudo que alguien nos esté observando.

—Es Tabasco, siempre hay alguien observando —respondió desde su asiento. —Pero debo irme, y necesito que sigas mis instrucciones.

Di un paso atrás cuando él puso en marcha el camión. Su mirada recorrió los alrededores a pesar de la ausencia de espectadores. Los vecinos estaban ocupados con la televisión. En lugar de avanzar o retroceder, emitió un ruido inusual y comenzó a ascender. Los neumáticos se desintegraron como líquido, llamas azules brotaron de cada rincón donde alguna vez estuvieron, luego el camión desapareció por completo.

¡Qué mierda!

—Eso es imposible —. Escuché a alguien, reflejando una expresión de asombro típica de la región.

Un niño salió de la calle en bicicleta, boquiabierto. Lo miré, sintiendo que sus pensamientos eran difíciles de descifrar, preocupada de que alguien pudiera revelar lo que había presenciado.

—¿Nunca habías visto un dron, chamaco? —inquirí. Igual yo estaba sorprendida, pero disimulé.

El niño me miró, con una mezcla de incredulidad evidente en su expresión.

—Sí —respondió, claramente familiarizado con las redes sociales. — Busqué drones en Internet.

—Por supuesto.




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