Geal Ali Crónicas: Poder Absoluto.

Capítulo 20

Desembarcar fue diferente, salimos por una escotilla en lugar de usar la rampa. El suelo bajo nosotros lucía arenoso, agradablemente cediendo a nuestras botas. Al observar el suelo rojo, me recordó el color de la sangre, un recordatorio de nuestra humanidad compartida con aquellos a quienes normalmente nos referimos como humanos. Ryan se adelantó mientras me hacía segura de que Frerick escucha los sonidos a nuestro alrededor.

—Deberíamos buscar, quizá dentro de las estructuras —Ryan se movió para estar más cerca de la especie de pueblo, con las raras casas que no tenían nada de vista alguna de puertas y ventanas. —¿Qué hacemos, Diamante? —inquirió, sus ojos azules y rasgados se enfocaron brevemente en mí. Aunque no podía discernir sus pensamientos, agradecí su atención, me ponía un poco nerviosa, pero no me desagradaban esos bellos ojos.

—Registrar el área —dije para quitar mi mirada de la suya.

—Deberíamos hacerlo, pero es ilegal —Frerick parece serio.

—¡Basta! —exclamé, exasperada. —Esta no es una sesión legislativa. Por favor, dejen sus consideraciones legales. Procedamos como sugiere el Napaleano y registremos.

—¡No podemos! Sin una orden... —afirmó, señalando la pared —. Pedir permiso sería prudente.

Cerca de mí, logré ver que había una estructura modesta que recordaba a los edificios metropolitanos, en la tierra. Al acercarme, está dibujado el emblema del Congreso: la Cruz de Otpieg.

—Tu defecto, Diamante —le comentó Ryan a Frerick—... es tu excesiva adherencia al protocolo del Congreso. Un poco de relajación te vendría bien.

—Geal —mi hermano parecía demasiado protector, olvidando mi encuentro anterior con el destructor—. Aléjate de la casa.

En mi calidad de hermana mayor de "hago lo que quiera", me acerqué deliberadamente al edificio. Parecía pequeño, adecuado para dos personas o posiblemente un solo ocupante que necesitara un baño.

—La casita de muñecas no representa ningún peligro —afirmé.

Un ruido peculiar emanó de la estructura que portaba el emblema, que comenzó a ondular y transformarse en una masa circular parecida al mercurio, materializándose finalmente en un robot de cinco metros. Era operado por un Otpieg de sangre, cuyo tono de piel sugería linaje noble o realeza lejana, equipado con una máscara de oxígeno.

El robot con un diseño para levantar maquinaria pesada, pero en este escenario, probablemente se empleaba como arma, dado el reciente asalto a la metrópoli, odio que todo me pase a mí.

Sus enormes manos mecánicas me sujetaron con firmeza, inmovilizando mis brazos con una fuerza considerable.

—¿Quién eres? —preguntó el Otpieg en un tono mecánico desde dentro de la cabina, su respiración continua y desconcertante.

—¡Tranquilo! —grité, pero los chicos que venían conmigo estaban más tranquilos de lo que yo quería. —¡Por favor, no le aprietes las manos a esta maldita cosa!

Escuchamos una compuerta abrirse y el grito de un hombre:

—¡Raj! —una persona de edad avanzada gritó, armado con una pistola láser.

¡Mierda! Tanta hostilidad me caga.

Debió haber escuchado el ruido de la transformación del robot.

—¡Raj! ¡Tranquilo! —ordenó el anciano humanoide al Otpieg de sangre que me sujetaba.

Ambos iban vestidos con ropa normal, pantalones de tela y camisas de algodón, pero manchados por el trabajo con aceite; de alguna manera era una especie de taller.

—Intrusos, señor.

—¡Muéstrenme sus brazos, piernas! ¡Dónde los tengan! —exclamó el anciano apuntando el arma láser a los príncipes.

Frerick levantó el brazo, bajando la manga de su chaqueta para mostrar el tatuaje de congresista, el símbolo que tenía la casa o el robot. La cruz de Otpieg.

—Lo tengo en un lugar complicado... —Ryan miró al anciano de pelo blanco, nariz chata y piel bronceada.

Un momento...

¿Lugar complicado? Quería ver ese lugar complicado.

¡No, no! ¡Cambia de tema!

—... Si te lo muestro, te vas a llevar una gran sorpresa. —dijo Ryan.

Idiota.

—Bueno, con el Otpieg bastará— bajó el arma. —¡Raj!

—¿Eh? —responde el joven Otpieg.

—¡Seul-chala! .

—¿Por qué?

Saon cion-grucis'cha.

—Oh— entonces el joven me dejó caer. Caí de rodillas.

—Disculpen, soldados— mencionó este anciano bajando su arma, pero sin soltarla, no lo culpó. Cualquiera puede ser un loco. —De cerca, puedo verlos... ¡Dios! Perdónenme, mi vista está fallando, pero ordené a la gente que no saliera, excepto nosotros dos, Raj y yo... Soy Hamid, líder del sector doce. Otpieg, informando, señor. Sus Altezas. —Hizo una reverencia a Frerick, reconociéndolo. —En este humilde taller, arreglamos cosas para el reino.

—Lo siento —escuché a Raj decirme.

Bajo torpemente del robot, su voz ya no se escuchaba robótica.

—Su Majestad Ryan Sato —el anciano se dirigió al Napaleano, haciendo una reverencia.




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