Geal Ali Crónicas: Poder Absoluto.

Capítulo 22

Ante nosotros había una puerta dorada. Amalia dudó en moverse de su posición, pero me acerqué con cautela y noté el temblor de las manos de la Napaleana. Sacó dos placas de su cinturón y las arrojó hacia mí. Cuando las atrapé, se hizo evidente que no me acompañaría.

—Necesito unirme a los demás. Mis habilidades son más beneficiosas para ayudar con las traducciones para el ejército Napaleano.

—Entiendo.

—Me falta la habilidad necesaria —admitió con inquietud. — ¿Puedes sentirlo? —inquirió, escaneando con su diamante. —¿El artefacto? Está dentro de su atuendo, la fuente de su poder se siente cuando hago el escáner. Lo percibo...

—¿Es Níquel? —pregunté, y ambas armas se transformaron, no eran adecuadas para mi estilo sino para el de Amalia. Dos katanas. Anhelaba mis dagas-yatagánes.

—Recuerda, Geal, cualquiera puede manejar armas, pero sin el verdadero dueño, la energía espiritual no se alineará por completo, solo un parte de este. Ten cuidado... yo flaquearía fácilmente, pero sé que tú no lo harás. Buscaré ayuda...

Me acerqué a la imponente puerta dorada. Contemplando las armas y lo que Amalia había indicado, podría significar que el artefacto es el espíritu puro detrás de esas paredes, pero otra presencia oscura se cernía sobre eso: Níquel.

Una entidad viviente, imbuida de una intención letal, probablemente consciente de mi presencia. El otro espíritu que percibimos no estaba vivo, pero gritaba en mis oídos para llamar mi atención, o eso sentía.

«Geal... eres más fuerte... puedes lograrlo.»

La gran puerta se abrió.

La sala del trono estaba manchada de sangre sobre el mármol, los cadáveres de los reyes eran visibles tan pronto como entré, incluido un rey Napaleano fallecido. Un escalofrío se filtró hasta mis huesos cuando me acerqué a la figura ante el trono de la reina: un hombre alto vestido con piel de destructor, su tez marrón clara y cabello blanco estropeado por la sangre en su sable. Su semblante orgulloso desmentía las profundidades sin vida de su mirada, y reconocí la amenaza.

«Estoy contigo, hija.»

La puerta se cerró abruptamente, confirmando que Amalia no entraría, pero esperaba que estuviera corriendo en busca de ayuda. Níquel me mira con cierta risa soberbia dibujada en su puto rostro. Su destreza en el combate es buena, eso debo recordarlo, pero estaba manchada por un aura oscura.

—¡Saludos, princesa! —anunció, inclinándose ligeramente. Lo miré con un aire de superioridad.—Debo admitir que Denia ha ideado un plan excelente... Tiene la intención de viajar a la Tierra con un rehén lo suficientemente valioso. Pero primero quiere asegurarse de que eres digna de su calibre: eliminarte a ti y a tu hermano y frustrar el poder que facilita su evolución a un ritmo acelerado. —se ríe entre dientes, su rostro impactante a pesar de su edad. —El caos ya ha comenzado, y no podrás disuadirnos —continuó, riendo. —La Tierra será invadida y la humanidad flaqueará.

—Y Denia te dejó aquí—dije con dureza. —Para morir.

Sonrió, no le hacía gracia la burla y la media sonrisa que siempre regalaba en mis momentos.

Hablo en serio, le hice pensar, quizá hasta dudar de la propia Denia, lo cual tomé como una llave para abrir su mente tonta y acabar con él. Debía proceder con calma.

—Denia dejó a su peón en mis manos, sabe que te mataré— continué. —Eres más que su molestia. Un hombre tonto que solo...—respiré, casi lo tenía.—... cumple sus caprichos, no al rebelde caído como crees. ¿Estrella de la Mañana? ¿Cómo le llaman? ¿Señor?—me ardía la cara, mi cerebro hacía su magia. —O sea, la amas tanto... ¿De veras la amas? ¿Qué?... crees que lo que hace es por el bien de ambos cuando en realidad busca la gloria solo para ella misma. Por su propio bien. Las perras no aman, Níquel.

—Si debo morir...—dijo con una risa maliciosa. —Será por nuestra causa que los humanos caigan ante nuestro ángel como él cayó por su Dios. Que los humanos sepan que estamos aquí, somos sus dioses. Nick, mi hermano —dijo casi susurrando y cambió de tema, algo que me puso alerta. —Siempre hemos sido buenos peleando, pero en este momento quiero decirte que yo debí ser el jefe militar, pero lamentablemente tu abuelo me dejó como concejal, algo que nunca me pareció, pero había un beneficio: tener poder sin corona. Manipulación. Supongo. Aunque lo mío es el desmembramiento.

Siete pasos a la derecha de Níquel estaban los cadáveres reales; me impactó verlos: un Uqy, un Sir. Los reyes estaban desarmados. Eso lo sabía, pero verlo es otra cosa, algo que mata la esperanza. La piel de la madre de Axtrex era tan azul como la de ella, pero la sangre de ese color diferente... Podrán tener un color diferente, pero eran seres que tenían: Fe. Níquel se dio cuenta de que estaba mirando los cadáveres de aquellas personas con tristeza, pensando en lo que sentirían sus hijos al ver esto. Los había asesinado desarmados, me repetía en mi cabeza. Desarmados. Una y otra vez. Desarmados.

Vengar a sus padres sería malo, en ese momento no debía mencionar el asesinato de sus padres o se volverían locos de sed de venganza. Tenía que mantener al equipo del congreso mentalmente cuerdo, usar la cabeza, no el corazón. Las muertes de los congresistas mayores no debían escapar de las cuatro paredes que nos encerraban a ambos.

—¿Qué es lo que más te enoja? — preguntó. — ¿Qué no pudiste haber hecho algo antes?




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