Gemelos y Destinos

La hora cero

Adele estaba sentada al fondo del salón de clases, sus ojos quemaban por las lágrimas que no se obligaba a dejar salir. Su cuerpo temblaba y sus oídos estaban siendo torturados por el bullicio que creaban sus compañeros de clases.

¿Qué más podía salir mal en ese primer día de clases? El ataque de pánico que comenzaba a crearse en su cuerpo le advertía que pronto su respiración se detendría, de hecho, sus manos ya estaban picando, enfriándose y su frente estaba perlada por el sudor frío que goteaba bajando hasta su barbilla.

Por la ventana a su izquierda, a unos cuantos metros de distancia, se podía apreciar los grandes nubarrones gritando y avecinando la fuerte lluvia que caería en aquella fría ciudad. Las paredes blancas y muertas sólo empeoraban la situación, le hacía ver a Adele que no se encontraba en su zona de confort. Ella había comenzado una nueva vida, una que jamás decidió tener. No, ninguna vida que le ofreciera ese mundo podría hacerla sentir cómoda.

“Debo salir de aquí —pensó—, no… quiero… estar en este lugar”.

Una joven que acababa de entrar al salón de clases notó a Adele. Sus ojos se posaron en ella con mucha lástima.

“Pobrecita —pensó—, es la nueva. Debe sentirse muy sola”.

—Marcela —escuchó que la llamaron.

La joven volteó a ver a su derecha y vio a Elián, su mejor amigo.

—¿Qué sucede? —le preguntó Elián.

—La nueva —informó Marcela—, se ve muy sola.

—¿A quién le va a gustar su primer día de clase?, el Liceo se la comerá como no socialice.

Marcela volvió a mirar a Adele y entornó sus ojos para verla más fijamente. Decidió acercarse a ella, hablarle y hacer que la joven no se sintiera tan intimidada.

Al estar frente a ella notó que Adele no subió su mirada en ningún momento, al contrario, inclinó mucho más su rostro. Los cabellos rubios de la jovencita escondían su semblante y se abrazó a sí misma. Daba la sensación de estar a punto de llorar.

—Hola —saludó Marcela sonriente. Pero Adele no pronunció ninguna palabra.

Marcela se agachó para así intentar ver a Adele al rostro. Debía sentirse muy triste y asustada por su primer día de clases. Quería decirle que todo estaría bien, que ella se quedaría a su lado para que se sintiera mejor. Podía entender lo que se sentía estar en aquel estado, por lo mismo deseaba ayudarla.

Sin embargo, al agacharse y estar a la misma altura de Adele, pudo ver un collar que colgaba del cuello de la joven, tenía forma de infinito y eso produjo que toda su piel se erizara.

Su corazón comenzó a latir con fuerza y en su mano derecha apareció un infinito, era de color violeta, daba la ilusión de tener vida, como un cierto brillo recorriéndolo.

Aquello asustó en gran manera a Marcela, quien soltó un grito y cayó sentada al piso mientras miraba de manera horrorizada a Adele.

Todos los estudiantes voltearon a mirar por el grito que soltó Marcela. Poco a poco se acercaron a ella para preguntarle el por qué estaba tan asustada, tenía el rostro muy pálido y pronto comenzó a llorar mientras veía la marca en su mano.

—¡Yo- yo…! —decía—, ¡yo no me he tatuado!, ¡me apareció cuando la vi! —gritó.

Frotaba su mano con la otra mientras era ayudada por sus compañeros a reincorporarse. Todos veían a Adele como si fuera un bicho raro, un monstruo al cual temían.

Ella estaba ahí, congelada, con miedo a mirar a su alrededor. Quería volverse invisible, soltar el llanto y correr lejos de aquel lugar, que nadie la notara, que dejaran de señalarla.

Aquel instituto no sería nada diferente al anterior, no tendría tranquilidad alguna. Entendió que debería aprender a ser invisible si deseaba sobrevivir allí, pero… ¿cómo? Si ya todos la estaban viendo, y lo peor, como si fuera un ser extraño que deseaban que no existiera en la faz de la tierra.  

 

 

 

 

 

 

 

 




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