Abril, 2086.
Academia Donford.
Estaba como todas las mañanas de mis días, acorralada en el baño de niñas del instituto; llorando.
Arrugue cada papel desechable que había sobre el lavabo blanco, comencé a gruñir liberando un poco de la ira que contenía dentro.
—¡Eres una llorona!
—¡Acepta que tu padre es un maldito alcohólico!
—¡Mató a tu hermano!
—¡Tu mamá está chiflada! ¡LOCA!
Gritaban mis compañeras con desagrado y burla, mientras me alejaba de aquella estampida choqué contra la pared de baldosas claras, contuve el chillido de dolor casi apenas y me deslicé contra ella hasta llegar a tocar el piso. Me hice bolita en cuanto las vi acercarse más, todas me observaban entretenidas ante mis inevitables lágrimas.
La joven Emily se aproximó con cautela, examinándome con sus ojos café.
—Deja de ser tan estúpida —escupió—, toda tu familia está loca, al igual que tú.
Un nudo se formó en mi garganta. Quedé quieta inspeccionando sus expresiones. Todo rastro de diversión había cesado, siendo usurpado por destellos de malicia y frialdad.
Emily era tan distinta a lo que aparentaba; sus místicos rulos rubios, su rostro ovalado y piel sedosa, la hacían ver como un ángel. Pero todo aquello era como una máscara perfecta encubriendo lo que en realidad era; un demonio.
Sus ojos atraparon los míos, que en un total silencio, se veían conectados por sombras.
—Y dime Gemma... —canturreó moviendo la cabeza, como una completa serpiente—. ¿Quién es tu próxima víctima? —Cada palabra era como un filoso cuchillo insertándose en mi pecho. Después de una pausa breve, continuó—. ¿Tu madre?
Ante estas palabras todas rieron, delatando así su broma privada.
Todos mis músculos se contrajeron, apreté la mandíbula con tanta fuerza, que en cierto momento llegué a creer que podría salirse de lugar. Siguieron carcajeando, en tanto vociferaban infinitas ofensas. Emily tomó el jabón líquido del lavamanos sin deshacerse de esa curvada sonrisa peligrosa, giró un poco. La miré curiosa, su brazo se extendió hacia mí, el recipiente volcó boca abajo. Rápidamente mis mejillas se sintieron húmedas y frías, las esquinas de mis ojos ardieron y como reflejo las apreté, mis labios fruncieron ante el agrio sabor.
Separé mis párpados lentamente, clavé mi vista en ella, ignorando todo lo demás. Una dolorosa corriente de energía ascendió desde mis pies hasta llegar a un lugar de mi mente, éstas se convirtieron en imágenes -recuerdos- difusos y relampagueantes que como con un chasquido fueron remplazados por visiones; ella se retorcía de dolor, un sonido... algo se quebraba.
Volví a la realidad gracias a un sofocante grito, todo parecía trascurrir en cámara lenta. Emily aulló delirante, llevándose una mano sobre el bajo de su pecho, cayó de rodillas frente a mí, se torcía como lombriz siendo aplastada, su boca despedía un espeso líquido rojo... sangre. Todas las niñas se aterrorizaron, y como cobardes salieron de allí a la velocidad de la luz.
Un pánico horroroso se apoderó de mí. Había quedado sola allí, junto al convulsionado cuerpo de Emily. Diciéndome —convenciéndome— que solo lo había pensado.
¿Soy yo el demonio?