*Lilith D'angelo*
El hecho de que sobreviviese a mi tan poco planeado intento de suicidio, al asesinato, o lo que sea que haya sido, no sirvió de nada.
- Buenas, pero ridículas maneras de llamar la atención. Piensa con la cabeza, Lilith, ya no eres una niña.–
Mis padres no solo me habían enviado de nuevo al Peregrinno, si no que también habían pedido citas con el psicólogo. En parte volver a ese sitio hacía que me sintiera de alguna forma u otra aliviada, a pesar de que jamás lo admitiría.
Había estado en casa dos semanas, para recuperarme de mi corto paso por la muerte, decían que sobreviví de milagro, pero eso para mí no existía, debía haber una explicación lógica, como siempre...
– Hemos llegado, señorita Lilith.– El chófer avisó que estábamos en territorio escolar.–
– ¿Puedes dejarme en un lugar lejos de Italia y decir en casa que me dejaste justo en la escuela?.– Pregunté con sarcasmo, y él me miró envuelto en confusión.– Juro no decir nada en casa.–
– Lo siento señorita, no puedo. Tengo órdenes que cumplir.– Salió del auto y abrió la puerta invitándome a salir.
En la entrada estaban Valeria y Antonella, esperando por mí. Sin quererlo y mucho menos intentarlo había hecho amistades en aquel lugar.
Caminé hacia ellas con pasos suaves, una sonrisa se me escapó antes de poder evitarla. Observé la arquitectura tan imponente, aquí estaba de nuevo, y esta vez no intentaría escapar.
Las chicas me dieron un abrazo que les devolví sin pensarlo. Hacía meses que nadie me daba un abrazo sincero.
– ¿Te sientes mejor?.– Antonella rompió el hielo.
– Oh sí, hierba mala nunca muere, supongo.– Todas estallamos en risas.
– Venga, entremos. Debes de ponerte al día con las materias.– Valeria tenía razón, había estado fuera varios días y necesitaba cogerle el paso a los demás en cuanto a las asignaturas.
***
Las personas ya no me observaban tanto cuando estaba por los pasillos, me ignoraban. Pensaba que sería el motivo de los cotilleos por los próximos seis meses, pero me había vuelto invisible.
– Parece que por acosar a los nuevos nadie tiene tiempo para hablar de ti, Lilith.– Aunque sabía que Kim no había hecho con mala intención ese comentario, no dejaba de molestarme.
– Me gusta estar así, no quiero llamar la atención, no por ahora.– Di un bocado al spaghetti mal cocido que tenía en frente.
La comida en la cafetería no era la mejor, no estaba mala, pero cuando estás acostumbrada a comer comida gourmet en grandes restaurantes finos, esto sabía a lodo.
– Mejor así, esto está lleno de arpías.– Antonella no hablaba mucho, pero no me dejaba sola, eso me reconfortaba.
– Por cierto.– Tomé un pequeño sorbo de agua.– ¿Chicos nuevos?.– Me daba mucha curiosidad ese detalle, aunque la intentaba ocultar.
– Sí, dame un momento.– Valeria habló con la boca llena, le tomó unos segundos tragar todo aquello.– Están en nuestro curso, nadie sabe de dónde vienen, ni siquiera sus apellidos. Gabriel en estos días se ha vuelto el rey de la cafetería, anda con los del club de deporte, y todas las chicas se están derritiendo por él, no es para menos, es guapísimo.– Bebió lo que quedaba de su jugo.– Me encanta el jugo de manzana, sabe tan natural. Y Samael, todo lo contrario del susodicho, es más reservado, no ha hecho amistad con nadie, ni siquiera ha hablado con alguien, es hermoso y tiene un toque misterioso que atrae a las chicas. Pero no hace caso a ninguna.–
– Interesante.– De alguna manera aquello me llamaba la atención.– ¿Y quién te gusta?.– Valeria se ruborizó.
– Ninguno de esos.– Me guiñó un ojo.– Cuando sea "algo más", les revelo su identidad.–
Estaba haciendo nuevos amigos, no tenía duda. Me sentía bien por ella, conocer gente aquí le podía abrir muchas puertas, todos éramos hijos de personas importantes.
– Bueno chicas, tengo que irme.– Kim se levantó de su silla. Las cosas entre nosotras habían cambiado, pero no tenía la menor idea de por qué.– Asia me llama.–
– Nos vemos luego.– Dije. Con "Asia" se refería a los suyos. Aquí se organizaban por bandos: Asia: chinos, coreanos, japoneses, tailandeses, en fin... asiáticos. Esa era la mayor, y una de las más poderosas. También estaba la banda mexicana, colombiana, italiana, alemana, turca, española, inglesa, francesa, estadounidense y la segunda más grande, la rusa.
Esta escuela era como un viaje por el mundo, el mundo que solo conocíamos nosotros. Dónde ser un sicario o mafioso o jefe de un cártel, no estaba mal. Dónde vender droga, asesinar, robar, manipular, jugar sucio, no eran delito. Dónde las leyes las ponías tú mismo, y te hacías respetar a base de pistola, secuestros y torturas a seres queridos de otras personas.
– ¿Estás bien?.– Valeria puso su mano en mi hombro.– Pareces pensativa.–
– Quizás sí lo esté.– Un largo suspiro se escapó de mis labios.– Son muchas cosas en la cabeza.–
– No estás sola, no es justo que lidies con todo.– Antonella me abrazó con la mirada.
– Lo sé.– Mi reloj de pulsera vibró. Había olvidado por completo que tenía cita con el psicólogo.– Chicas, lo siento tengo que irme.– Dije mientras me levanté lo más rápido que pude.– Hoy empiezan mis sesiones.–
– ¡Suerte!.– Dijeron al unísono.
Salí casi corriendo de la cafetería. No tenía idea de hacia donde debía ir, pensaba vagar por los pasillos hasta encontrar un rostro que me transmitiera calidez y preguntar dónde estaba la sala de psicología.
Ya llegaba nueve minutos tarde. Me empezaba a agobiar. Hasta que de repente, me sentí tranquila, como si todo fuese a salir bien, la paz y el sentimiento de estar a salvo se apoderaron de mí por completo. Luego sentí el calor de una mano sobre mi hombro.
– ¿Lilith?.– Una voz clara y suave pronunció mi nombre.
Me di la vuelta. Y ahí estaba. Tenía el cabello ondulado, corto, de un rubio tan brillante que parecía oro, estaba perfectamente peinado. Tenía una sonrisa tan hermosa. Y sus ojos, de un azul intenso tan sincero, me tenían embobada. Se veía tan... angelical.
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Editado: 08.10.2021