Las sombras se alargaban mientras las alas de un ángel rompían la quietud del aire, como un rayo de luz en medio de la tormenta. Me encontraba en el umbral de la muerte, entre la vida y la oscuridad que se cernía sobre mi mundo. Un demonio corrompido ha irrumpido en mi hogar, arrasando todo a su paso, y mis padres, en un intento de protegerme, cayeron bajo el filo de sus garras.
El demonio, con ojos ardientes como el abismo, me había marcado como su próxima víctima. Su aliento era pesado y su sonrisa, cruel. Era niña, con el corazón roto y el alma hecha pedazos, era incapaz de comprender lo que sucedía. El mundo, lleno de colores vibrantes hasta entonces, se desvaneció en una niebla oscura.
Entonces, de entre la niebla, una figura celestial desciende. Un ángel, su rostro cubierto por una sombra de misterio, irrumpió en la escena como un faro de luz. Con un solo movimiento, las sombras del demonio se desintegraron bajo la luz pura y cegadora de su espada celestial. El demonio corrió, derrotado, buscando escapar del poder divino que lo acechaba.
El ángel se acercó a mí, apenas podía mantenerme en pie. Mis ojos, llenos de lágrimas, miraron a aquel ser tan radiante como el sol, pero tan ajeno a mi sufrimiento. Lo abracé, buscando consuelo, sin entender del todo quién era ni por qué había llegado.
—Elysia—, susurró el ángel, como si el viento mismo me hablara —. Estás a salvo ahora. Te llevaré a un lugar donde podrás estar segura.