Capitulo 5 (reino de las hadas y las ninfas) parte 2
Mientras la oscuridad se cernía sobre el castillo, una sensación de inminente peligro llenaba el aire. Los murmullos se intensificaban, y cada sombra parecía esconder un secreto. ¿Quiénes eran los verdaderos traidores? ¿Y qué planes oscuros tejía Damián en las sombras? La noche estaba lejos de terminar, y el destino de todos pendía de un hilo.
Cuando Rayan y Jack terminaron la reunión, Bruce entró con una sonrisa pícara que a Rayan le emocionó ver.
—¿Se dio cuenta? —preguntó Bruce.
—No, señor, todo está en orden.
—Puedes retirarte.
Cuando Bruce salió del despacho, no se dio cuenta de que las sombras lo rodeaban. Rayan sabía que un ser oscuro lo visitaría, pero nunca imaginó que esa oscuridad provenía de Damián. Aunque el rey trató de ocultar su miedo, los años le habían enseñado que el temor no era una debilidad, pero demostrarlo a quien no debía podía llevar a la destrucción.
A pesar de sus esfuerzos, Damián lo olió de inmediato; nada se le escapaba. El demonio no pudo evitar mostrar una sonrisita de lado a Ray, quien se sintió incómodo al instante.
—¿Me temes? —le preguntó, sentándose en el trono del rey. Al ver que no respondía, prosiguió—: Claro que lo haces. Disculpa la pregunta tonta. Siéntate, por favor.
—¿En qué puedo ayudarle, señor? —dijo Rayan, con la voz temblorosa.
—Por lo que veo, quieres ir al grano. Bueno, ¿hiciste lo que te pedí?
—Señor, el consejo no lo permitiría. Muchas personas pueden morir...
—Si te di el trabajo a ti, era porque supuestamente serías el mejor de todos —lo interrumpió Damián, su tono helado. —Dime si vas a hacerlo o le daré el trabajo a alguien más capacitado, y le dirás adiós a tu alma en el proceso.
En ese instante, Alan, "su mano derecha", emergió de la oscuridad en la esquina del despacho. Al darse cuenta de la seriedad de la amenaza, Rayan se arrodilló de inmediato, suplicando clemencia.
—¡Señor! ¡Por favor, deme otra oportunidad! ¡Piedad! ¡Mi pueblo no puede perder a más personas! —exclamó mientras las lágrimas caían por su rostro.
Cualquiera que viera la humillación del rey Ray no lo creería, ya que era un altanero de primera. Aunque nadie sabía cómo era Damián físicamente, cuando el rey lo descubrió... bueno, en realidad él se le apareció, pero nunca pensó que su vida se convertiría en una pesadilla.
Alan se colocó a la izquierda de su señor, observando con una sonrisa de lado. Damián presenciaba la escena con deleite, saboreando el poder que tenía sobre Rayan.
Aunque Damián sabía que podía destruir el consejo con un solo chasquido, ¿dónde estaría la diversión? Todo terminaría de un abrir y cerrar de ojos, así que decidió iniciar un juego de ajedrez, donde muchos no sabían en qué consistía el juego, y de paso también estaban perdiendo, mientras él llevaba la delantera.
—Está bien, te daré otra oportunidad —dijo finalmente Damián—. Convéncelos de sacrificar a más jóvenes y llevarlos a la batalla. Los necesito lo antes posible. Y de los niños, no te preocupes, Alan se encargará.
—Gracias, señor, gracias —respondió Rayan, sintiendo un alivio momentáneo.
Damián se levantó del asiento y comenzó a caminar hacia la sombra, pero antes de cruzar, se detuvo, al igual que su compañero.
—Casi lo olvido, Rayan. Voy a necesitar a tu esposa o a tu hija, para que las sacrifiques por hablar de más y por tus errores. Cualquiera de las dos está bien. —Antes de que el rey pudiera protestar, Damián traspasó las sombras, dejándolo con las palabras en la boca.
El eco de sus palabras resonó en la mente de Rayan, como un eco aterrador que lo perseguiría. La angustia lo invadió, y el terror a perder a su familia se apoderó de él. Mientras las sombras se cerraban a su alrededor, Rayan sintió que el tiempo se detenía. La noche oscura no solo traía consigo el peligro, sino también decisiones fatales que marcarían el destino de su reino.
Mientras se arrodillaba en el frío suelo, una idea desesperada surgió en su mente: encontrar una forma de engañar a Damián y salvar a su familia. Pero, ¿qué precio tendría que pagar para lograrlo? La lucha entre el deber y el amor se desataba en su interior, y la oscuridad parecía reírse de su dilema.
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