Capitulo 6 (reino de las hadas y las ninfas) parte 3
Cuando el calendario marcó una semana después de la conversación entre Damián y el rey Ray, este último había estado tenso en cada momento. Aún no decidía a cuál de las dos sacrificar, porque eran las personas más importantes que tenía. Lo único positivo era que había logrado convencer al consejo de enviar a los jóvenes a la batalla; sin embargo, en una reunión comenzaron a discutir sobre cómo pelear sin que murieran tantas personas. No se consiguió una solución.
La tensión era palpable, al igual que el miedo y el terror. Todas las especies comenzaron a hacer alianzas, o al menos casi todas. Los lobos eran los únicos que no se habían aliado con nadie. Algunos dudaban de su neutralidad, pero se ahorraban los conflictos, ya que eran la única especie que no había estado en guerra durante meses. En contraste, las druidas eran las que más guerras consecutivas habían tenido.
En segundo lugar estaban los vampiros, seguidos por los cambiaformas y, en cuarto lugar, las hadas. Sin embargo, lo que más sorprendía al consejo era que, además de los lobos, había otra especie que no había sido atacada. Aunque muchos pensaban que esto se debía a su debilidad, la verdad era que el secreto residía en su alma y el calor que emanaba de sus cuerpos. Aunque el único que lo sabía era el rey Ray, él no hablaba al respecto, consciente de que Damián lo vigilaba desde las sombras y no quería arriesgarse a perder a nadie más.
Cuando se cumplieron dos semanas, Ray se encontró en la inevitable situación de tener que entregar a la persona que más amaba: su esposa. Necesitaba una heredera, y ya la tenía. No podía perderla, aunque su alma se partiera en dos. Con el corazón pesado, le pidió a Elena que se reuniera con él en su despacho, luchando por contener las lágrimas.
—¿Querías verme, Ray? —preguntó Elena. Aunque Ray la escuchó, no pudo dejar de mirar por la ventana de su despacho, observando la oscuridad que se cernía sobre el reino.
—Sí, quería saber cómo va Elizabeth con sus clases —respondió, su voz temblando ligeramente.
Elena, al escuchar la inquietud del rey, se acercó y le besó la mejilla.
—Tranquilo, cariño. Ella está preparada para cualquier tarea que quieras asignarle —dijo con alegría. Aunque esas palabras eran un alivio, Ray buscaba una excusa para justificar lo que debía hacer, pero no encontraba la manera.
—También quería saber si... ¿sabes que te amo? —dijo Ray, volteándose y acariciándole la cara mientras la miraba a los ojos.
—Claro que sé que me amas, tonto. Así como yo también te amo a ti —respondió Elena, sonriendo.
—Y quería pedirte perdón —añadió Ray, su voz apenas un susurro.
Elena lo miró desconcertada, sin entender el motivo de su disculpa. Justo cuando iba a preguntarle, Ray la abrazó con fuerza. En ese segundo, su esposa se sorprendió, ya que él rara vez mostraba sus emociones. Pero lo que ella no sabía era que al separarse, él la empujó, haciendo que cayera en las sombras, desapareciendo del mundo de las hadas y sumergiéndose completamente en la oscuridad.
El corazón de Ray se detuvo por un instante. La habitación se llenó de un silencio sepulcral, y el aire se volvió denso. La realidad de su acción lo golpeó con fuerza. Había sacrificado a la única persona que le daba luz a su vida, y el eco de su grito quedó atrapado en la penumbra.
Las sombras parecían reírse, burlándose de su desesperación. Ray se sintió atrapado en una trampa mortal, sabiendo que Damián había ganado una vez más. La oscuridad lo envolvía, y el terror a lo que vendría lo paralizaba. ¿Cómo podría enfrentar a Damián ahora? ¿Qué haría sin Elena a su lado? La noche se tornó aún más oscura, y la angustia se apoderó de su corazón, mientras el destino del reino pendía de un hilo, amenazando con desmoronarse en la oscuridad.
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