Capitulo 8 (vampiros) parte 2
Luciana se alejó y le regaló una pequeña sonrisa mientras abría la puerta para encontrarse con las sombras. Rodó hacia la chica como un depredador que acecha a su presa, mientras ella luchaba por evitar su toque. Luciana soltó una carcajada al ver cómo su resistencia no conducía a nada, pues al final la consumía completamente, provocando que un grito aterrador saliera de sus labios con una fuerza descomunal, aunque solo duró unos minutos antes de caer en un silencio inquietante.
—Me alegra que te divierta lo que estás viendo, Luciana —dijo la voz de un hombre que emergía de las sombras, sosteniendo un maletín en su mano.
—No tienes idea de cuánto, Alan. Pero al parecer, a Jack no le da mucha gracia —respondió ella, al ver a Jack recostado en la entrada, con un semblante serio, como si mirarla fuera la cosa más aburrida del mundo.
—Déjalo, seguro disfrutó del espectáculo, pero ya sabes cómo es —replicó Alan, sin perder la compostura.
—¿Podemos dejar de hablar tonterías e ir al grano? Estamos perdiendo tiempo —respondió Jack, caminando hacia una mesa en el centro de la habitación.
Alan solo rodó los ojos y se acercó, abriendo el maletín y deslizando su contenido para que Luciana y Jack lo vieran.
—¿Funciona? —preguntó Luciana, tomando la jeringa con curiosidad.
—Lo probaremos con la reina aquí presente. Damián la mandó para experimentar con ella, no para que juegue a la muerta —aclaró Alan, su tono grave.
—Bueno, esperemos que funcione. El consejo quiere que creemos una especie que destruya a los "strigoi", y si seguimos el plan, esto puede llegar a su extensión antes de lo debido —dijo Jack, quitándole la jeringa a Luciana y dirigiéndose hacia la chica colgada, inconsciente. Al verla, se alejó un poco—. Esto la hará despertar.
En el instante en que Jack dejó de hablar, la chica abrió los ojos. De inmediato, se notó que su iris de color verde había cambiado; su color natural había desaparecido, transformándose en unos ojos completamente rojos y brillantes. Su piel morena se había aclarado un poco, y sus dientes se convirtieron en colmillos afilados. Con un tirón, arrancó las cadenas que la mantenían sujeta, liberándose al instante, lo que provocó que los presentes sonrieran con satisfacción.
—¿Quién eres? —preguntó Alan, el primero en romper el silencio.
—Mi nombre es Elena Akiak y soy la reina del mundo de las hadas y las ninfas. Tengo una hija y estoy casada con Rayan Petsch.
—¿Cuál es tu misión? —preguntó Luciana, su entusiasmo palpable.
—Pelear contra la nueva raza que será creada y proteger a mi amo Damián, así como a mi amo Jack.
—¿Cómo se transforma a un strigoi no nacido? —interrogó Jack, su curiosidad despertada.
—Solo hay dos formas de crear a un strigoi no nacido: la primera es mediante una mordida, donde se debe absorber su sangre hasta casi dejarlo muerto, y la segunda es por el nuevo invento del amo Damián, inyectándolos como a mí.
Antes de que alguno pudiera decir algo más, desde las sombras se escucharon unos aplausos que resonaron en la habitación, pero nadie se atrevió a voltear. ¿De quién se trataba? ¿Por qué ya lo sabían? El mismísimo Damián salió de las sombras, carcajeándose, mientras que Elena bajaba la cabeza en señal de respeto hacia su nuevo gobernante.
—Por lo que veo, el experimento funciona en su totalidad —dijo Damián, acercándose a Elena y levantando su rostro para inspeccionar cada rasgo, asegurándose de que todo estuviera en orden—. ¿Quién es el culpable de que casi mueras?
—Mi esposo, Rayan. Fue quien me engañó para lanzarme hacia la oscuridad, donde fui salvada por usted, mi señor.
—Bien. Alan, llévatela y pon a prueba sus habilidades. A ver qué tal —ordenó Damián, su voz resonando con autoridad.