Génesis ( Saga el Hoyo#0.1)

El Despertar del Caos

Capitulo 16 (los hechiceros, brujos y druidas) parte 3

Mientras Eliza se recuperaba de la experiencia traumática, la situación en la cueva se tornaba cada vez más crítica. El strigoi, alimentado por la sangre de su madre, había comenzado a desarrollar habilidades inusuales. Su piel, antes suave y delicada, ahora mostraba patrones serpenteantes, y sus ojos, una mezcla de rojo y negro, brillaban con un hambre insaciable.

Elle, que había estado observando desde un rincón oscuro de la cueva, sintió un escalofrío recorrer su espalda. Sabía que el tiempo se estaba agotando y que debían actuar antes de que el pequeño monstruo se convirtiera en una verdadera amenaza. Sin embargo, la culpa la consumía. Había sido ella quien había traído a Eliza a este mundo, y ahora ambas estaban en peligro.

—Debemos encontrar una manera de detenerlo antes de que crezca aún más —dijo Elle, su voz temblorosa.

—¿Y cómo lo hacemos? —preguntó Eliza, angustiada—. No puedo volver a acercarme a él. Es un strigoi, y ha probado mi sangre.

—Tal vez haya un ritual que podamos realizar. He oído hablar de antiguos hechizos que pueden contener a los strigoi. Necesitamos reunir ingredientes específicos, pero no tenemos mucho tiempo —respondió Elle, sintiendo que la presión aumentaba.

Decididas a actuar, ambas mujeres comenzaron a buscar en la cueva los materiales que necesitarían. Sin embargo, el estruendo de la cueva resonaba cada vez más fuerte. El bebé, ahora un strigoi en plena transformación, se había liberado de su prisión y estaba buscando a su próxima víctima.

De repente, un grito desgarrador resonó en la cueva. Era Dean, quien había regresado con el alimento, pero se encontró cara a cara con la criatura que había creado. Eliza y Elle, al escuchar el grito, se dieron cuenta de que el momento había llegado. Debían enfrentarse a lo que habían desatado.

El strigoi, ahora completamente consciente de su poder, se abalanzó sobre Dean. Pero en lugar de atacar, el pequeño monstruo se detuvo, como si estuviera evaluando a su presa. La mirada de Eliza se encontró con la de su hijo, y en ese instante, comprendió que había algo más en juego.

—¡No! —gritó Eliza, extendiendo su mano en un intento de detenerlo—. ¡Regresa!

Pero el strigoi no escuchó. En su mente, había un conflicto: el amor de su madre y el instinto de cazar. La batalla entre lo que era y lo que podría ser se libraba en su interior. En ese momento, Eliza comprendió que no solo luchaba por su vida, sino también por el futuro de su hijo.

Mientras tanto, en el consejo de vampiros, la noticia del caos en la cueva se propagó rápidamente. Los líderes vampiros comenzaron a discutir la posibilidad de intervenir. Algunos veían el potencial del strigoi como un arma poderosa, mientras que otros temían que su existencia fuera un peligro inminente para todos.

La tensión aumentaba en ambos mundos. Eliza y Elle, atrapadas en la cueva, enfrentaban no solo al strigoi, sino también a las sombras de sus propias decisiones. A medida que la noche avanzaba, el destino de todos pendía de un hilo, y la línea entre el bien y el mal se desdibujaba cada vez más.

Finalmente, Eliza reunió el coraje necesario para enfrentar a su hijo. Con lágrimas en los ojos, comenzó a recitar un antiguo hechizo que había aprendido de su madre. Las palabras resonaban en la cueva, llenando el aire de energía. El strigoi, momentáneamente distraído, se detuvo, como si estuviera sintiendo el poder de su madre.

Eliza sabía que este era su último intento. Si fallaba, no solo perdería a su hijo, sino también a su propia vida. En un acto de desesperación, extendió su mano hacia el strigoi, intentando establecer una conexión. En su mente, recordó los momentos felices que había compartido con él, los suaves arrullos y las risas. Esa conexión emocional podría ser su única esperanza.

—¡Recuerda quién eres! —gritó, su voz resonando con fuerza—. ¡Eres mi hijo, no un monstruo!

El strigoi titubeó, su expresión momentáneamente confundida. El conflicto interno se intensificaba; el amor de su madre luchaba contra la sed de sangre que lo consumía. Elle, viendo la lucha, se unió a Eliza, añadiendo su propia energía al hechizo. Juntas, comenzaron a crear un remolino de luz que rodeaba al strigoi, intentando purificar su esencia oscurecida.

La cueva temblaba, y la magia que estaban invocando se sentía palpable en el aire. Pero el tiempo se agotaba, y el strigoi, aunque vulnerable, aún poseía un inmenso poder. Eliza sabía que este era el momento decisivo, y con cada palabra del hechizo, se aferraba a la esperanza de que el amor pudiera prevalecer sobre la oscuridad.

oscuridad. El strigoi, atrapado entre dos mundos, parecía luchar contra la influencia de la magia que lo rodeaba. Su cuerpo se contorsionaba, como si intentara liberarse de las cadenas invisibles que lo mantenían prisionero. En sus ojos, Eliza podía ver el destello de su antiguo yo luchando por salir, un reflejo de la inocencia que una vez tuvo.

—¡No te rindas! —gritó Elle, sintiendo que la energía del hechizo comenzaba a decaer—. ¡Sigue! ¡Él necesita tu amor!

Eliza, sintiendo el aliento de la desesperación, recordó las historias que su madre le había contado sobre el poder del amor verdadero. Con cada palabra que pronunciaba, se imaginaba abrazando a su hijo, recordando su risa y la alegría que había traído a su vida. Esa conexión podía ser el ancla que lo mantuviera en el camino correcto.

De repente, el strigoi se detuvo por completo, sus ojos parpadeando entre el rojo y el negro, y en ese instante, Eliza supo que había una chispa de esperanza. Con un último esfuerzo, levantó su voz, resonando en la cueva como un canto antiguo.

—¡Vuelve a mí! —exclamó, su corazón latiendo con fuerza—. ¡Eres parte de mí, y siempre lo serás!

El strigoi, con su cuerpo tembloroso, comenzó a retroceder, como si las palabras de su madre tuvieran un efecto tangible sobre él. La luz del hechizo se intensificó, llenando la cueva de un brillo cálido. Eliza sintió cómo la energía se acumulaba, un torrente de amor y esperanza que parecía capaz de atravesar cualquier oscuridad.




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