Después de la entrevista del viernes, el dueño de la pizzería aceptó darme un espacio en la caja, con toda mi experiencia de tres años en ella, fue suficiente para convencerlo y tendría seis meses de prueba. La tienda de comidas, tenía paredes de un tono amarillo brillante con guardas de madera, las mesas y sillas eran de madera clara, casi un color caramelo. La entrada estaba rodeada por dos pequeñas palmeras verdes, retratos de familiares de generaciones en el negocio de pizzas. El dueño era Ethan Stuart, de unos cincuenta y cinco años, de cabello tan corto que parecía militar, de piel rojiza por varias vacaciones en la playa. Empezaba el lunes a las diez de la mañana, donde conocería a mis compañeros y el encargado era el hijo mayor de él, de mi misma edad, creo que se llamaba Carlo Stuart.
Al regresar de casa, vi a Ares parado sentado en las escaleras con su forma juvenil -ya que mi hermana lo conocía así- me acerqué a él, sonriendo. Sus ojos verdes se elevaron hacia mí, acomodó su campera de algodón y también, me sonrió casi forzado. Vi que algo no estaba bien, no hablaba como si hubiera cortado su lengua o bloqueado su tranquea para no decirme algo importante.
-Ya, suéltalo-le pedí, odiaba cuando hacía tanto suspenso.
-Me pidieron que regrese al Olimpo,-dijo Ares- Zeus y sus hermanos quieren hacer una junta de declaración por haber pasado las reglas de Hades.
-Sí, estaba segura que estarías en problemas por ser corajudo-le dije entre seria y divertida. Ya sus golpes no estaban más, pero había unas oscuras ojeras que borraban toda claridad de su nobleza de guerrero- ¿Pero, podrás entrenarme?
-Me dieron un mes para ocuparme y terminar mis obligaciones con los mortales,-respondió, se puso de pie, sacándome treinta centimetros- en este caso, solo eres tú. Al final, la enfermera estaba casada y decidió echarse hacia atrás.
-No me interesa tus amoríos inmortales, Ares.
Pase por su lado, me siguió hacia el interior de los dos departamentos en un pequeño terreno. Oímos las quejas de Miley contra su madre, al parecer, la niña quería comer papas y no los vegetales que hizo su madre. Sonreí. Llegamos a mi apartamento, donde permití que Ares pasara. Se dejó caer sobre el sillón, mientras cerré la puerta y me quité mi campera, colocando la mochila negra sobre la mesa del comedor. Saqué unos libros sobre las constelaciones y política griega, Jordan me recomendó ser más lista que todos, claro viniendo de un hijo de Atenea, todo era bienvenido para mi aprendizaje. Me senté delante de Ares, que miraba un florero con dos margaritas casi desechas por tanto tiempo, Leo quiso traerlas para darle vida a mi casa.
-Un mes...-repetí sus palabras- ¿Qué planes tienes para sacarme buena?-pregunte curiosa, el dios sonrió interesado en mi cuestión.
-Por lo que veo, ya tienes varios conocimientos de historia y demás, ¿cierto?-aventuro, asentí- Entonces, comenzaremos con la práctica. Capaz que el fin de semana, es decir, mañana temprano nos veremos en la plaza este a las siete y media.
-¿Tan temprano?-dije disgustada, para esa hora la ciudad estaba muy fría.
-Entrenaremos la resistencia, correremos juntos-explicó, asentí- Si un ser te persigue, debes tomar tu potencia de semidiosa para perderlo de vista. Luego, veremos tus reflejos de defensa y más tarde, te enseñaré a usar tu cuerpo como un arma propia.
-Suena como un mes internada en el gimnasio-murmure sorprendida de todo, sería agotador pero era necesario para sobrevivir.
Ares se hundió de hombros, noté por primera vez que tenía un estuche alargado de plástico duro de color negro en su espalda. Fruncí el ceño, tendría unos cincuenta centímetros, me daba curiosidad saber de qué trataba. El dios vio mi intención, tomó su elemento colocándolo sobre la mesa. Sus manos se posaron del lado lateral del tubo, se abrió pero no podía ver nada.
-Espero que te guste, tuve que elegir entre todas-dijo, arrugué el ceño aun más-. Se llama Freyja, de cobre genuino con una empuñadura de madera de roble y incrustaciones de rubíes.
-Una espada-adivine, él asintió con calma. Me mostró el arma con orgullo, me atreví a tomarla y esta respondió con un brillo fuerte en toda su hoja afilada. La espada me eligió para dominarla en batallas-. Mi padre adoptivo me regalaba muñecas y libros. Ahora, tengo a otro padre que regala armas letales.
-Lo más importante para el final, ¿no?-sonrió.
-Así es.