Georgia

27

Al día siguiente, Ares regreso a mi casa con un conjunto deportivo y unas gafas oscuras espejadas. Era parecido a esos agentes de seguridad del presidente. En tanto, Ares miraba el lugar por enésima vez, yo estaba buscando mis zapatillas grises con detalles en rosa claro por mi habitación. Parecía algo imposible, eran mis favoritas y las mejores para salir a correr, tendría menos ampollas y sentía que mi padre haría todo esfuerzo para sacar mi potencial. Finalmente, halle el calzado debajo de mi cama, antes había mirado, por lo visto, lo pase por alto. Me coloqué ambas en mis pies, saliendo de la habitación para reunirme con Ares, que estaba sentado en el sillón leyendo una de mis revistas de decoración de interior.

-Estoy lista-le avise, el dios de la guerra se levanto acercándose a mí.

-Bueno, vamos-asintió, tomé mi riñonera azul eléctrico con cierres en dorado y salimos hacia el pasillo- No sabía que te interesaba la decoración. Tu departamento depende de ello.

-He intentado pintar las paredes del salón en amarillo claro, pero la señora Wang no estuvo de acuerdo-le expliqué, mientras caminábamos- Después de todo, es su residencia. Solo, alquilo porque es lo que puedo hacer.

-¿Por qué te fuiste de la casa de tus padres adoptivos?

-Quería independizarme a los veinte, había tenido una buena beca en diseño de interiores pero golpee a la hija de decano y me expulsaron.

-Veo que te metes en problemas-sonrió pensando que siempre comentaba algún hecho donde golpeaba a la gente- Eso me agrada.

Nos detuvimos a dos calles, donde Ares me indicó que faltaba menos para llegar al parque. Comenzó a contarme sobre la guerra de Afganistán con Marcelle, cómo se enamoró de ella y las cosas que tenían en común, como entrenar y usar armas letales, también correr hacia el peligro. Si eran cosas interesantes y atrayentes para un dios. Marcelle tenía el encanto de hacerse a los hombres, de piel pálida con varios lunares sobre su cuerpo y su nariz salpicada de pecas, de labios gruesos y grandes ojos avellanas, su pelo era rubio oscuro.

-Imagino que fue bonita-dije algo incómoda de hablar sobre ella.

-Era valiente, hermosa e inteligente-sonrió Ares.

-Sí parece el tipo de mujer que todo hombre desea.

-Tú, también lo eres.

-No-le corté- Solo, soy valiente cuando se burlan de mis ideas. Inteligente y astuta, capaz-sonreí- Y, suelo causar problemas.

-Eso suena que eres osada en tus principios, algo que pocos logran conservar.

-Gracias. Me enseñaron a defender mis ideas desde niña.

-Y, cuando no entendían tus razones, los golpeabas...

-Así es, pero lo merecían. Se ponían pesados.

Ares se detuvo unos momentos, girándose hacia mí y me miró pensativo. Noté mis mejillas rojas ante su forma juvenil, teníamos los mismos ojos grises como el metal y la característica de defendernos en lo verbal y físico, pero ciertamente, nunca tuve un buen combate, solo sabía arrojar patadas en la entre pierna o dar una bofetada como mucho de violencia para protegerme. Continuamos caminando, ya estaba cansada hace rato que no sabía dónde me llevaba, por dos calles vi más edificios de dos pisos o cuatro como máximo, pero no había parques o zonas verdes.

-¿Dónde me llevas?-le pregunte, cuando nos frenamos delante de unas puertas de metal azules sin folletos, solo había un lector de tarjetas-. Ares...

-Tranquila, cambie de opinión-respondió pensativo, apoyó una tarjeta de metal de plata y la puerta dio un clic para entrar-. Aquí estarás segura, mejor que el exterior donde cualquier monstruo pueda verte como su presa.

-¿Entonces, esto es como un gim de semidioses?-aventuré, él asintió.

Me empujó suavemente para entrar. Pasamos dentro, donde el aroma de sudor y algo de vainilla rodeaba el lugar como un santuario de guerreros obstinados a llegar a conocer el Olimpo. Ares me guió por un pasillo estrecho, sin folletos ni nada parecido. Las paredes eran sordas, si alguien estaba practicando con una ballesta o un arma de fuego no se escucharía por nada. Seguimos, hasta llegar a una recepción donde había una chica de cabello rojo fuego con varias pecas en todo su rostro y sonrió al reconocer a Ares.

-Te presento a tu media hermana-dijo él-. Alena Brooke y es una experta en el arco.

-¿Y, tú eres...?-dijo la chica de unos treinta y tantos años.

-Georgia.

-¿Está despejado el salón de pruebas, Ali?-pregunto Ares con cierto cariño a la mujer.

-Claro, pero debo registrarla.

Ares asintió, la recepcionista hizo unas breves preguntas antes de continuar por el edificio. Seguí a Ares, sintiéndome ansiosa de lo que planeaba y sabía que el resto del mes estaría adolorida, tratando de renunciar a los entrenamientos. Pasamos por varios pasillos, casi laberintos y creía que el gimnasio era más pequeño desde afuera, una expansión de magia, sin duda.

-¿Estás lista? No quiero reclamos ni lloriqueos-me advirtió el dios.

-¿No deberías alentarme en vez de darme un sermón?

-No empieces, niña-dijo casi ofendido. Rodee los ojos.

-De acuerdo, vamos.

Entramos al salón de pruebas, mucho más grande que un dojo japonés y había todo tipo de equipos para practicar desde pesas hasta muñecos de combate. Claro, que el centro estaba más despejado para batirse a duelo. Tragué saliva, ya quería salir corriendo pero Ares vio esa idea en mí y me jaló hacia su lado, llevándome a colocarme unas pesas para los pies con el objetivo de tener resistencia al correr, esto lo veía mal. Partiéndome la madre cada dos segundos siendo amenazad por Ares.

¡Joder! ¿En qué carajos me metí?




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