Desde las más altas a las más bajas temperaturas podían experimentarse en esa alarmante ciudad, la cual siempre fue el hogar de nuestros carismáticos héroes, quienes estaban ahora sufriendo de una agotadora ola de calor encerrados en su coche, y que, para colmo, el mismo carecía de aire acondicionado.
—Me estoy asando Ban… —se quejaba Ginji, y aunque se encontraba desparramado en su asiento, no llegaba a encontrar una posición lo suficientemente cómoda como para sobrellevar ese infernal día.
—Cállate… intento dormir Ginji —le dijo con pocas fuerzas el castaño, el cual tenía su cigarro encendido aún sobre sus labios; aquello era una maniobra imprudente.
—Pero ¿qué estás diciendo Ban? —lo interrogó su amigo al echarle un ojo—. ¿Estás intentando dormir con el cigarro encendido? ¡Eso es peligroso! ¡Se te puede caer sobre tu ropa o sobre los asientos! —el rubio empezó a entrar en pánico, y se enderezó para reclamarle más a gusto—. Qué tal si luego éste se incendia con nosotros adentro, o peor aún, ¡qué tal si nos quedamos sin el auto y no tenemos dónde dormir después! —lloriqueó.
—¡Oh por Dios ya cállate! —dijo exaltado el de lentes, quien se plantó también en su sudoroso asiento—. ¡Cargo con este cigarro como si fuera mi marca de nacimiento!, además, ¡no entiendo cómo puedes hablar tanto con este calor! —le recriminó exasperado, para luego, abrirse el cuello de la camisa; le salía vapor por aquel lugar.
—No puedo evitarlo Ban… ¿no podemos ir aunque sea por un helado? —le rogó el rubio, el cual se inclinó un poco sobre él.
—Aléjate —le pidió a secas y retrocediendo lo más que podía—. Harás que se sienta más fuerte el tufo —después de comunicarle eso, cerró sus ojos—. Por otro lado… ¿de dónde rayos quieres que saque dinero? ¡Tuvimos que entregar toda la lana por algo que rompiste a último momento, o acaso ya lo olvidaste!
—¡No fue mi culpa que ese ratón saliera de la nada! —lloriqueó Ginji.
—¡Te me callas y te me aguantas! —le exigió el otro.
Un largo rato pasó, y la deshidratación en nuestros chicos, se sentía cada vez más vigente; ¡podrían estar disfrutando de un Martini con el dinero que habían perdido o incluso, hubieran podido comprar 100 bolsas de hielo para aguantar el resto del verano, pero no, debían seguir con su desgraciada pobreza! Y de este modo, la mala suerte seguía persiguiendo a nuestros protagonistas, y qué manera de seguirlos, pues parecía amarlos como el sol disfrutaba abrazarlos en esos momentos. Sin embargo, quizás ese día traería algo bueno con él, ¿o quizás no?
—Oigan, par de soquetes, ¿están despiertos? —preguntó una voz familiar.
—¿Escuchaste eso Ginji? —murmuró con la voz rasposa Ban.
—¿Qué… qué dijiste? —dijo aún más moribundo el otro.
—¡Oigan! —los volvió a llamar.
—Creo que el sol está provocándome alucinaciones auditivas, por un momento creí escuchar la voz del chico bestia por aquí —comentó tirando la cabeza hacia atrás.
—¡No es que escuchaste mal, serpiente tarada! —les gritó, a lo que los dos por fin volvieron a sus cabales.
—¡Ah! ¡El engendro en verdad está aquí! —expresó el castaño enderezándose en su asiento.
—¡Imbécil, y yo que vengo a ofrecerles trabajo! —dijo a regañadientes cruzándose de brazos.
—¿Trabajo? ¡Trabajo! ¡Con eso podemos ganar algo de dinero Ban! ¡Es nuestra oportunidad! —señaló emocionado Ginji mientras tironeaba de las ropas de su amigo, ya que no veía la hora de hacer algo más que estar ahí muriéndose calcinados.
—¡Ni lo pienses! —sentenció el pelicastaño cruzándose de brazos.
—¿Por qué no? —respondió desconcertado el rubio.
—Siempre que este bastardo viene con nosotros, los trabajos se convierten en un dolor en el trasero —indicó el de lentes.
—No te cuesta nada, ¿o quizás sí? —Shido le comentó con un dejo de burla en lo que se llevaba una mano a la barbilla.
—¿A qué viene ese alegato tan estúpido? —interrogó Ban levantando una ceja.
—¿Acaso ya olvidaste lo que pasó la semana pasada? —y ahí fue cuando la serpiente se espantó.
—¡Más vale que te calles chico mono! ¡O si no…! —lo amenazó con su puño.
—Ginji~, adivina qué hizo Ban la semana pasada~ —le canturreó a su amigo.
—¿Qué? ¿Qué hizo Ban la semana pasada? ¿Qué hiciste Ban? ¡Qué hiciste! —insistió con ese ánimo que desesperaría a la más cuerda de las personas.
—¡Bien, bien! ¿Qué clase de trabajo tienes para nosotros? —preguntó finalmente rendido ante esa jugarreta.
—Así se habla —comentó con una enorme sonrisa y se inclinó un poco más sobre la ventanilla en la que se asomaban sus dos colegas.
—¡Esperen un minuto! ¿No van a contarme qué pasó? —preguntó Gin aún con las ganas de saber.
—Tenemos asuntos más importantes que atender Ginji, por ahora cállate y escuchemos qué tiene para nosotros este simio —alegó Ban.
—Ah… —expresó con decepción.
—Tienes suerte de no ser mi enemigo —dijo disimulando su enfado Shido, aunque una de sus cejas se movía exageradamente, y luego retomó con más calma—. De cualquier forma, esta ocasión no es como las otras. Esta vez la encargada es una mujer de alta gama, y por lo que me ha dicho el hombre que estaba a su cargo, nos darán una suma que equivaldría a 12 sueldos completos.
—¡¿12 SUELDOS?! ¡¿TAN IMPORTANTE ES?! —gritó impresionado Ginji echándose hacia atrás.
—¡Espera, espera! ¡Esto suena muy bueno como para ser verdad!, ¿pero acaso no es también algo para sospechar? ¿Has visto el rostro de la mujer?, o al menos sabes algo más relevante respecto a ella? Nuestra regla es no aceptar trabajos de cualquier persona solo porque den una cantidad comprometedora de dinero; nuestra seguridad va primero —alegó Ban.
—Bueno, eso es cierto. Y no, no sé quién es, pero… —de debajo suyo sacó un par de maletas y se las entregó a ellos.
—¿Eh? ¿Qué es esto? —preguntó Ginji sosteniendo ese misterioso portaequipaje y lo abrió al mismo tiempo que Ban; ambos quedaron petrificados por unos segundos, y luego, gritaron al unisonó.
Editado: 07.12.2020