Ghaleon, el último dragón dorado

TERCERA PARTE

Dos años transcurrieron mientras lo veía entrenar. Era el mejor de su clase, y podría apostar a que era el mejor de todo el cuartel. Bajo su liderazgo sus compañeros crecieron en poder, pero más que todo en bondad, el mundo no estaba perdido si existían humanos así.

Esa mañana el joven se despidió de su grupo y partió. Durante todo el viaje de regreso me debatí internamente si debía darme a conocer, pero después de seis días de camino, no pude decidirme. Así que lo dejé en su pequeña aldea y me dirigí a mi hogar.

Tomé la decisión de que sería mejor no intervenir en su vida, mas, si el destino lo volvía a poner en mi camino, lo ayudaría. Al cabo de unos días sin saber de él, las ansias me carcomían. Me había acostumbrado a verlo todos los días, y ahora que no lo hacía sentía que me faltaba algo, así que decidí ayudar un poco al destino.

Creé una nueva entrada a mi cueva. Abrí un pequeño, pero notorio sendero que conectaba mi hogar con el lugar donde se enfrentaba a su amigo guardián. Cuando terminé, me recosté a descansar, y ahora sí, iba a dejar que el destino siguiese su curso.

A la mañana siguiente, un estruendo me despertó. Salí con apremio pues sabía lo que esos sonidos significaban. Me oculté una vez más en la montaña para observar a los dos amigos combatir. Este enfrentamiento fue el más intenso de todos, el guardián había mejorado con creces su magia de viento, pero aún no era rival para el joven guerrero de fuego.

Este último había adquirido la experiencia en combate que le hacía falta, ahora era un guerrero como los de aquellos tiempos. El combate sorpresivamente resultó con la victoria del guardián, aunque me percaté de que el humano se contuvo al final.

Como era habitual, los dos amigos se apoyaron en la roca. Este era el momento que había estado esperando. Desde esa posición se podía ver el sendero que había creado. No pasó mucho tiempo cuando el guardián alzó la mano señalando el camino. Ambos se levantaron, sus ojos destellaban curiosidad, pero sus acciones eran precavidas, cogieron sus armas y se adentraron en el túnel.

Me apresuré a mi casa y sin hacer el menor ruido me colgué del techo en la parte oscura, la que quedaba a contraluz del sol, ocultándome a simple vista.

No tuve que esperar mucho, los dos entraron a mi hogar blandiendo sus armas. Espalda contra espalda daban vueltas, mirando todo a su alrededor. No dejaban ningún flanco descubierto, se notaba la confianza que se tenían. «¿Serán suficientes para hacerme frente?» me pregunté.

No pude contenerme más y me abalancé hacia ellos desde arriba extendiendo mis garras. Ambos reaccionaron con premura. Antes de caer al suelo, el humano lanzó un poderoso ataque de fuego, mientras que el guardián ya corría hacia mi flanco derecho con ambas armas preparándose para cortarme.

Me cubrí del fuego con mi ala; no era lo suficientemente caliente para hacerme daño. Por un instante, pensé en dejar que el ataque del guardián me impactase para que probara lo imposible que le sería atravesar mis escamas, pero, al ver las espadas que usaba, desistí de esa idea. En cambio, lo detuve con mi garra. Su reacción fue demasiado rápida y sincronizada. En vez de tomarlos por sorpresa, yo fui el que salió asombrado. El guardián debió escucharme desde que entraron a la cueva; su gran sentido de la audición me seguía sorprendiendo.

No pensaba dejarlos agarrarme con la guardia baja de nuevo, giré mi cuerpo golpeando al humano con mi ala y al guardián con mi cola; eran guerreros sorprendentes. Se dieron cuenta de que no podrían esquivarme, por eso, saltaron en la misma dirección en la que venía el ataque, disminuyendo gran parte del impacto.

El humano giró su cuerpo para caer de pie contra la pared de roca y conjuró de nuevo una llamarada, pero esta era diferente, de un color más intenso; y eso no fue todo; pues el calor que desprendía era muy peligroso. Mientras tanto, el guardián ya repuesto y de pie, sostuvo su arco tensionado, sin embargo, no alcancé a ver ninguna flecha.

Cuando esquivé el ataque del humano pude ver que el guardián estaba conjurando algo. En ese instante liberó la tensión del arco. Aunque no miraba lo que era, intuí que estaba esperando que esquivase el ataque de su compañero. Conjuré un hechizo sobre mi cuerpo que me permitía hacer un salto de luz.

El fuego derritió una parte de la pared de roca sólida, mientras que algo invisible se estrelló contra el techo de la caverna: un ataque de viento, imperceptible para cualquier ojo; incluso el mío.

Conjuré otro hechizo, esta vez sobre mis ojos; para poder observar las flechas de aire con las que me atacaba, mientras que con el primero que lancé, esquivaba todo lo que me arrojaban. Noté una ligera chispa de alegría en sus miradas, como si pensaran que, al tenerme así, sus ataques me estaban acorralando. Debía admitir que la resistencia mágica en estas criaturas era algo fuera de lo común.

Utilicé un hechizo más sobre mis alas, lo que aumentó mi velocidad. No podía creer que estos dos guerreros me estuviesen obligando a usar tres hechizos al mismo tiempo. Con rápidos movimientos me coloqué al alcance de ellos. No tuvieron tiempo de reaccionar, a uno lo golpeé con mi ala y al otro con mi cola, esta vez fue muy efectivo, los dos se estrellaron contra la pared cayendo de bruces.

Los dos quedaron tendidos en el suelo por un tiempo. Temí haberme sobrepasado con ese ataque, pero al verlos ponerse de pie; aunque tambaleándose; suspiré de alivio y satisfacción. Murmuraron algo entre ellos y se colocaron hombro contra hombro, ambos levantaron las manos hacia mí y se pusieron a conjurar. De repente una llama apareció en las manos del humano, el guardián colocó las suyas alrededor de la llama; como haciendo presión sobre ella. Fue entonces cuando esta comenzó a cambiar de color, de amarillo a rojo, después tomó un color verde claro y al final un azul intenso.




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