Ghaleon, el último dragón dorado

CUARTA PARTE

Hoy se cumplían tres años desde el día que entablé una amistad con ese par. Cuando me lancé aquel hechizo para dormir por mil años, había perdido a todos mis amigos y familiares; no creí que podría volver a llamar a alguien amigo, mucho menos a dos.

Estos años fueron de aprendizaje para todos. Ellos me enseñaron su historia, las guerras en las que participaron, y el importante papel que tuvieron los guerreros del sol. Así se hacían llamar Arturo y los hombres con los que entrenó en la montaña. La historia de los guardianes que nos contó Séfer no tuvo mucha relevancia, pero algo me decía que no nos había dicho todo. Su especie siempre había sido muy reservada con su historia, y él no era la excepción.

Por mi parte, le enseñé las cosas básicas sobre la magia, como, por ejemplo, a controlar mejor lo que ya dominaban.

A pesar del gran don que tenía para el combate, Arturo me pidió que le enseñara como usar su fuego para defender a las personas. El pobre cargaba con un trauma a causa de una misión pasada. Intentó proteger a sus camaradas de un ataque y terminó haciéndoles daño.

Después de esa misión, Arturo pidió una licencia para descansar. En ese tiempo se casó con una jovencita de su aldea. Por obvias razones no pude asistir a la ceremonia directamente, así que me tocó presenciarla desde una distancia prudente. Séfer en cambio, fue su padrino.

El guardián estaba un poco obsesionado con mi historia, en especial con la gran guerra y la caza de mis hermanos que siguió después. Evité entrar en detalles sobre el objetivo de lo que casi nos llevó a la extinción, pues no quería que se repitiese la historia. En aquella época, buscaban el poder que podrían obtener al hacerse de un corazón petrificado de dragón. Al resultado le llamaron “las runas”.

Temía que al final, al igual que sus antepasados, sucumbiera a la tentación del poder y terminara dejándose corromper por este. Ya lo había visto tantas veces, que no quería que eso le pasara a mi amigo. Era raro sentir amistad por ellos, pues, a pesar de ser criaturas inferiores, se habían ganado mi cariño.

Como era costumbre, salí temprano para alimentarme antes de que llegasen, pues más tarde cuando arribaban a la cueva, el tiempo se nos pasaba volando y los tres terminábamos sin probar bocado en todo el día.

Al regresar a mi hogar, ya estaban esperando por mí, sin embargo, detecté una actitud sospechosa. Arturo empujó a Séfer hacia mí; él le devolvió una mirada resentida.

 —Dijiste que me apoyarías —murmuró.

—No, todo esto fue tu idea —contestó sonriendo— yo no estuve de acuerdo, solo te ayudé porque eres mi amigo.

Consternado, abrió la boca y trató de decir algo, pero no salió nada entendible de sus labios.

—¿Qué están tramando? —interrumpí acercándome a ellos.

—No es nada… —tartamudeó un poco—… grave —añadió.

—Grave o no, exijo saberlo —ordené.

—Es mejor que lo veas con tus propios ojos —dijo Arturo al ver que Séfer se quedaba en blanco.

Ingresé a mi hogar, pero todo estaba muy cambiado, el suelo estaba plano y bien nivelado. A los costados, cerca de los muros, había pilares tallados en la piedra, y en la entrada por donde ellos ingresaban, una gran puerta de roca, en la que destacaba el tallado de un árbol inmenso, un dragón volando detrás y un sol en la base, que le daba un aspecto majestuoso a mi hogar.

—¿Cómo… —tragué saliva y cambié mi postura de asombro para terminar la pregunta— …hicieron todo esto?

—¿Te agrada? —me preguntó Séfer.

—No está mal —admití intentando contraer una lágrima rebelde que se me escapaba—. No está nada mal, muchacho.

—Y eso no es todo —intervino Arturo— mira aquí —dijo señalando al fondo de la cueva. Había una entrada pequeña que daba a lo que parecía ser una habitación para humanos—, hizo un cuarto para mí y aquí al lado —señaló otro ambiente—, será el de Séfer.

—¿Hizo? —La felicidad se fue de mi cuerpo como si me la hubieran arrancado de golpe— ¿Cómo lo hiciste? —exigí saber.

—Con ayuda de esta runa. —Levantó la mano para enseñarme una roca marcada en su piel.

—¿Qué has hecho? —susurré— ¿De dónde conseguiste este corazón?

—¿Corazón? —Arturo se interpuso entre nosotros.

—¿Cómo que corazón? —indagó Séfer.

—¡Es el corazón de mi hermano! —rugí con todas mis fuerzas—. De eso se trató la cacería de hace mil años, es el motivo por el cual los grandes Dragnir se sacrificaron. ¡Es por ese maldito poder que tuve que dormir por mil años!, ¡todo por la avaricia de sus especies!

En cada palabra colocaba mi ira y dolor. Los recuerdos se arremolinaban en mi mente.

»¡Y ahora tú —con un rápido movimiento golpeé a Séfer arrebatándole la runa—, codicioso guardián!, ¡¿vienes a mí a jactarte de que llevas el corazón de Glamir, mi pequeño hermano?!

—¿Tu hermano? —preguntó con asombro mientras que Arturo lo ayudaba a levantarse.

—No lo sabía —alegó Arturo— ¿Cómo iba a saber que esas piedras se trataban de corazones de dragones? —Su argumento tenía algo de cierto, yo nunca les conté toda la historia.




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