Ghaleon, el último dragón dorado

QUINTA PARTE

Pasaron dos años desde que me despedí de Arturo.

Me tomó más tiempo de lo que hubiera querido, y al final todo fue en vano. Por más que viajé por los confines del mundo, no pude encontrarlos, y tampoco a sus corazones. Aceptar que soy el último de mi especie, fue muy duro de asimilar.

Mi hogar seguía igual que la última vez, incluso el corazón de mi hermano estaba en el mismo lugar donde lo escondí. Lo único diferente, era que el cuarto pequeño, el que se suponía era de Arturo, estaba amueblado, y por lo que se veía, hacia poco que lo habían usado.

—¡Volviste! —El grito me sacó de mis pensamientos.

—Mi querido amigo —saludé.

—¿Hace cuanto que regresaste? —interrogó dejando caer las cosas que traía y corrió a abrazarme. Era divertido verlo hacer eso, ya que; para él; yo era como una montaña.

—Hace un par de minutos —contesté colocando mi garra con cuidado en su espalda.

—Tengo tanto que contarte, pero tú primero —insistió mientras se sentaba en el suelo— ¿Cómo te fue?

—Nada —suspiré—. Recorrí el continente y todas las islas aledañas, pero no encontré ni un rastro.

—Lo lamento mucho. —Sus palabras sonaron con sinceridad. Después, vino el silencio incómodo.

—Vamos, suéltalo ya, ¿qué quieres contarme?

—Voy a ser papá —soltó sin darme tiempo para procesarlo.

—¡Eso es maravilloso! Te demoraste mucho, ¿no lo crees?

—Aún teníamos asuntos sin resolver. —De un momento a otro su expresión cambió—. Se trata de Séfer.

—¿Qué pasa con él? ¿sigue obsesionado con los corazones? —Debía admitir que extrañaba a ese descarriado mocoso.

—Sí. —La respuesta me tomó por sorpresa—. Sigue buscando más runas.

—Eso no puede ser. —No quería aceptarlo—. Pensé que lo de ese día solo sería una rabieta.

—No lo fue —reconoció con resignación—. Hace unos meses me llegó un paquete de él en el que me enviaba una runa de fuego; según lo que decía la nota.

—¿Qué más decía?

—Que esa runa podría duplicar mi poder —Frotó su sien—. Y al final agregó: “yo no olvido a mi mejor aliado”.

—¿Conservas el corazón?

—Lo tengo escondido en un lugar seguro.

Su respuesta me reconfortó.

Después de esa incómoda conversación, pasamos el resto del día hablando de cosas más alegres. Yo le conté lo más relevante que vi en mi viaje y él me contó cómo como había cambiado su pueblo y el problema que les acometía ahora. Un dragón se había establecido muy cerca de su hogar, y cada cierto tiempo tenían problemas con sus ataques. El único que le podía hacer frente y obligarlo a retroceder era él.

También me contó que ya faltaban pocas semanas para que su primer hijo naciera. Nunca había visto a alguien deprimirse tan rápido y de la nada saltar de alegría por el mismo motivo. Convertirse en padre lo tenía con la felicidad a flor de piel.

Pasaron las semanas y al final nació su primogénita, una preciosa niña, a la que llamó Izmar. Arturo se escapaba casi todos los atardeceres para ponernos al día en todas las aventuras que habíamos pasado. Así transcurrieron los meses, hasta que una noche Arturo me dijo que me traería a su familia para conocerlos. Aquello me hizo muy feliz, si me aceptaban, podría formar parte de ellos.

Sin embargo, cuando nos despedimos esa noche, tuve un mal presentimiento, como si esa fuese la última vez que lo vería.

La ansiedad no me dejaba en paz. Me debatís entre mis ganas de ir a verlo o esperar hasta mañana; el día en que se suponía, traería a su esposa.

Supuse que los nervios se debían a eso e intenté dormir, pero fue en vano, esa sensación no se iba. Era como si tuviera una presión en el pecho. Ese escalofrío ya lo había sentido antes, y en ese entonces no me había equivocado. Solo me sentía de esa manera cuando aún estábamos en guerra, y un obscuro se acercaba.

—Todo sigue igual a cuando me fui. —La sorpresa me hizo saltar contra uno de los pilares. No reconocí la voz, pero no había dudas; era Séfer.

—¿Qué haces aquí? —interrogué sin perderlo de vista, llevaba una túnica que cubría todo su cuerpo y una capucha que ocultaba su rostro—. Podrás ocultarte detrás de esas vestimentas, pero el hedor que emanas es asqueroso —gruñí—, estas enfermo.

—Te equivocas querido Ghaleon. —Podía escuchar como arrastraba las palabras entre ligeras risas—. ¡Estoy mejor que nunca! —gritó quitándose la capa a la vez que descubrió su cuerpo.

Estaba irreconocible. Parte de su piel eran escamas parecidas a las de los dragones, sus ojos se habían vuelto como los de un reptil, su brazo izquierdo ya no era humano, ahora una garra reemplazaba su mano. Sacudió su cuerpo y estiró un par de alas membranosas, incluso tenia una cola con púas en la punta.

—¿¡Qué has hecho!? —pregunté con lástima al ver sus cambios.

—No te atrevas a mirarme con lástima —soltó entre gruñidos—, ahora soy un ser supremo.

—¿A qué precio? —No respondió, solo saltó para atacarme.




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