3 de octubre de 2021
El viento arrastraba las primeras hojas secas, esas que anunciaban la llegada del otoño; octubre había llegado casi sin avisar, como una brisa fresca que envuelve todo y lo cambia de color.
Había algo melancólico en la luz dorada de la tarde, en las sombras alargadas de los árboles que parecían estirarse perezosamente sobre el césped. Sentía que el tiempo se me escapaba de las manos, que todo transcurría demasiado rápido.
Había sido un mes largo, aunque no sabría decir exactamente por qué, quizá era la rutina, las clases que se repetían una tras otra, los entrenamientos, los paseos solitarios por las calles mojadas después de una lluvia de media tarde, Lucas... A veces, cuando el sol empezaba a caer, encendía un cigarro y lo fumaba lentamente, como si de alguna manera pudiera alargar ese momento, atraparlo entre mis dedos.
En clase, todo parecía igual, salvo por una pequeña novedad, Matheo, llevaba semanas viéndolo de lejos, sin llegar a intercambiar más que un par de miradas, no habíamos hablado, él solía sentarse unas filas más atrás junto a los chicos, hablando o simplemente perdido en sus propios pensamientos.
Había algo en él que llamaba mi atención, quizás la forma en que su pelo castaño caía desordenado sobre su frente, o esa manera distraída en la que tamborileaba los dedos sobre la mesa como si se sintiese ansioso por salir y fumar; había días en que, sin motivo alguno, esperaba que girara la cabeza y sus ojos se encontraran con los mios, pero no pasaba.
Hoy, sin embargo, Matheo había tardado más en llegar a clase, yo me encontraba sentada junto a Iris pues Julia se había puesto mala y no había venido a clase.
Matheo llegó casi puntual por primera vez, caminó despreocupado como siempre, pero cuando pasó a mi lado, yo levanté la vista; ese gesto inconsciente, apenas un movimiento leve de su cabeza, fueron lo suficiente para que sus ojos se cruzaran por un instante con los mios.
Él sostuvo la mirada, no más de un segundo, pero en ese breve encuentro, algo pareció cambiar.
Sentí cómo un leve escalofrío le recorría la espalda, era extraño cómo, en ese momento tan fugaz, parecía que todo se ralentizaba.
Matheo no dijo nada, no hizo ningún gesto que pudiera interpretarse como una invitación, simplemente siguió caminando hacia su lugar habitual, como si nada hubiera pasado.
El resto de la clase transcurrió como siempre, el profesor hablaba sobre leyes medioambientales, algunos tomaban apuntes en silencio, otros miraban el teléfono y otros hablaban entre susurros.
Pero yo no podía concentrarme del todo.
El timbre que anunciaba el recreo sonó, y el aula se llenó de murmullos y movimientos rápidos, me coloqué la mochila en el hombro y salí al pasillo junto con Iris.
-¡Vamos a la cafetería! Necesito cafeína -dijo Iris, enganchándose de mi brazo mientras sonreía.
Asentí, dejándome llevar, mientras teníamos conversaciones triviales sobre las clases, los exámenes, y pequeños cotilleos del día a día.
Al estar llegando a la cafetería, Matheo apareció frente a nosotras, como si el viento lo hubiera traído directamente hacia donde estabamos o si lo hubiese invocado.
-Dalia -dijo su nombre con naturalidad, como si lo hubiera dicho mil veces, aunque era la primera vez que lo escuchaba salir de sus labios.
Me detuve en seco, sorprendida por su presencia y por el hecho de que se dirigiera a mi; Iris, a mi lado, abrió los ojos con curiosidad, claramente interesada en lo que estaba sucediendo.
Matheo se acercó con calma, los dedos metidos en los bolsillos de su chaqueta, y una leve sonrisa que no revelaba demasiado.
-¿Tienes un cigarro? -preguntó, sin darle demasiada importancia, pero con una mirada directa que me hizo sentir expuesta.
Parpadeé, aún procesando la situación y saqué la cajetilla de mi bolso para tenderle el cigarro, mis dedos rozaron brevemente los de Matheo al entregárselo; ese contacto, por breve que fuera, hizo que una corriente eléctrica recorriera mi piel. No era algo que pudiera explicar; simplemente sucedió.
-Gracias -dijo él, encendiendo el cigarro y dándole una calada mientras apartaba la vista, como si no hubiera nada fuera de lo normal en todo aquello.
Sentí como mi corazón latía más rápido de lo habitual, no sabía qué decir, qué hacer; Iris, notando la tensión en el aire, intervino con su característica despreocupación.
-Bueno, Matheo, al menos invítanos un café como pago ¿no? -bromeó, lanzando una mirada divertida, y claramente fuera de lugar.
Matheo esbozó una sonrisa, esta vez más evidente, y exhaló el humo del cigarro con tranquilidad.
-Quizá otro día -respondió, sin apartar la vista de mi, cómo despidiéndose o dándome las gracias-.
Y, con esa respuesta críptica, dio media vuelta y se alejó, dejándonos allí paradas, aturdidas por lo que acababa de suceder.
Iris soltó una carcajada, divertida por la escena.
-¿Qué acaba de pasar? -preguntó, entre risas-. Dalia, ¿de dónde salió eso?
No supe qué responder, observaba la figura de Matheo perderse entre los estudiantes, su cigarro aún encendido.
-No tengo ni idea de que acaba de pasar -dije aún pensando en nuestro roce.
Con el toque del último timbre recogí mis cosas, y me despedí de Iris, estaba por tomar el camino hacia mi casa cuando una voz familiar la detuvo.
-¡Dalia! -era Alex, desde aquella vez que se presentó había charlado un par de veces más con nosotras, parecía agradable al contrario que Pablo y Sergio-. ¿Vas para casa? Yo también voy en esa dirección, ¿te importa si te acompaño?
Asentí, no tenía prisa, y Alex siempre era buena compañía, vivíamos relativamente cerca, así que caminar juntos parecía algo natural.
-¿Qué tal las clases hoy? -preguntó Alex, ajustándose los auriculares que colgaban de su cuello.
-Lo de siempre, supongo -respondí, sonriendo. Alex tenía esa manera de hacer que todo pareciera más ligero-. Nada fuera de lo común, es un aburrimiento.
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Editado: 25.10.2024