Nos sentamos sobre el césped del patio del colegio.
Hay que ser sinceros, me moría de los nervios. Te sentaste tan cerca de mí que no pude controlar mis nervios y comencé a sudar. Te preocupaste por el color rojizo que inundaba mi cara y me pasaste una botella de agua plástica.
Intercambiamos números y nos pusimos de acuerdo para ir a estudiar y a organizarnos en mi casa. Aunque te advertí que mi madre muchas veces se pone muy cariñosa con todas las personas que visitaban la casa (aunque ella nunca lo fue con mis ex falsos amigos, debí ver que eran una mala influencia en ese entonces).
—¿Sabes cómo llegar?
Te llevaste un mechón de cabello rebelde atrás de tu oído.
—La verdad es que no tengo ni la más remota idea de dónde es que queda eso.
Una risa incómoda llegó a mis oídos, incomoda per sobre todo melodiosa.
—No pasa nada. Podemos acordar encontrarnos acá en la escuela y luego vamos en un auto que tomaré prestado, ¿Te parece bien? Así no te podrías perder aunque quisieras.
Asentiste y nos tomamos nuestro tiempo hablando trivialidades.
Tu compañía era de lo más calmante, siempre animabas la conversación añadiendo cualquier cosa.
Eso era una de las cosas que me gusta de ti. Eres de lo más animada... Cuando y con quien quieres.