Trataste de olvidar el incidente, pero no dejabas de dirigir miradas raras en mi dirección.
Me estuviste incomodando bastante, tanto que cuando quise preguntarte qué pasaba me atraganté con mi propia saliva. Me dijiste que no pasaba nada y yo solo me encogí de hombros haciendo como si no quisiera hablar contigo, echando el tema al cajón.
No volvimos a cruzar palabras por los siguientes, ¿Cuarenta minutos? Tu escribiendo por tu lado, y yo por el mío.
El recuerdo de tu cercanía hacía que mi corazón latiera con más fuerza.
Es extraño, ¿Sabes? Es como si este nuevo sentimiento fuera como una rosa, sí, una rosa. Una rosa que florece y se expande dentro de mi pecho cada vez que te acercas a mí y deja este tibieza que a veces me da calma o me daña los nervios del cuerpo. Tenerte tan cerca y no poder... ¡Ahg! Olvídalo. No vale la pena ni darle muchas vueltas al tema.
En ese momento te aclaraste la garganta—sacándome de mi recorrido por el sendero de los corazoncitos—, y te llevaste las manos a la garganta. Tenias sed.