Te dejé riéndote y fui a la cocina aun con un terrible dolor en la nariz. Qué agresiva. Dios, si hubiera sabido eso me habría puesto un casco, rodilleras y un protector bucal.
—Sabes... Tu padre y yo éramos igual a ustedes dos—Pego un salto y volteo a ver a mi mama apoyada sobre la pared—. Inocentes, peleones; de manera dulce, jóvenes. Es muy bonita la muchacha.
La tensión arrasó con mis hombros cuando una sonrisa socarrona decoró su cara.
—Mamá, por favor. No me interesa que tú y papá hayan sido amigos antes de lo que sea. Ella y yo, solo somos amigos y de ahí no pasa. No te metas.
Su sonrisa decayó y frunció el seño. Se acercó a mí sin despegar sus ojos de los míos.
—Yo me meto en lo que yo quiera porque es lo que me corresponde. ¿Crees que quiero que mi único hijo sea un soltero de por vida? Imagínate: Hoy eres soltero, pero de aquí a unos años serás un solterón ¡Un solterón! Y no por feo, sino por que nunca tuvo cojones para buscarse una novia por más que le gustase.
Di un paso atrás con un poco de miedo.
—¿Eres mi madre o mi teniente?
—Ambos, ahora vete y llévale el jugo de moras a la niña. Debe estar muriéndose de sed.
Ahora el que frunció ceño fui yo.
—¿Cómo sabes que bajé por un jugo de moras porque Araceli tenía sed...?
Miró sus pies por unos y luego me da una sonrisa de disculpa y sale de la cocina a paso rápido.
Ya sabía yo que que no era mi imaginación los sonidos que escuché detrás de la puerta antes de salir.
Gracias por leer.