Giros de Caramelo

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Ya habían pasado tres días desde que te fueras de mi casa. Sábado, domingo y lunes, esos tres días me la pasé aburrido, super aburrido. Lo único bueno fue que pude hornear postres con mi abuela cuando volvió con mi padre.

Ahora estoy limpiando la ventana desde afuera, mi madre fue a una reunión que no se podía posponer así que me puso a mí.

Un verdadero hombre puede hacer todo lo que supuestamente le toca a las mujeres.

A veces me daba risa no sus grandes ideales feministas—las apoyo—, sino la doble moral tras ello cuando se trata de mí; ella solo no quería limpiar los cristales. Su reunión fue la perfecta excusa para machacarme la limpieza a mí.

Otra cosa que le quitó la palabra aburrido escrita en rojo en mi frente fue nuestras conversaciones en ChatApp. Entre el intercambio de mensajes pude conocer tus gustos musicales, cuáles eran tus películas y series favoritas y tú pudiste conocer las mías. Yo solo quería saber que estuvieras bien y la conversación se alargó.

Te dije que uno de mis sueños sería ser escritor, dijiste que eso era genial, pero yo no me sentí como con material de escritor; por eso me conformo con escribir en mi diario. Algo es algo, y ese algo es mejor cuando en el mayor de los casos hablaba de ti.

La chica de la que estoy enamorada.

—¡Hey, Rodríguez!

Me volteé y vi a dos de mis amigos. Yo no fui el único que se apartó del grupo de idiotas del liceo.

—Comes pumas en las mañanas, ¿O qué? Baja la voz que me duele la cabeza.

—¡Ay, perdón ceniciento! No quería perturbar tu paz—habló con burla—. Mentira, sí quería molestarte. Hendrick y yo pasamos por aquí para invitarte a una fiesta que tendremos en casa.

Aparté a Johny de un codazo y continué limpiando las ventanas cuidando de no pisar los girasoles.

—No creo que vaya... No quisiera ver a esos idiotas, me generan un asco increíble.

Johny tuerce la boca con desagrado.

—A ti y a nosotros. Y no los vas a ver son unos hijos de putas y ya el portero los conoce, ni de broma los dejaría entrar... Entonces, ¿Le entras?

—Tengo que ir aunque no quiera, ¿Verdad?

Ambos chicos sonríen con complicidad y yo sólo niego con la cabeza sin poder creérmelo.

—Me alegro de que lo sepas, te veo a las siete, ¡Ah! Y puedes traer a uno o dos acompañantes.

Ni se molestan en despedirse cuando ya han desaparecido de enfrente de mi casa.

Un acompañante...

 




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