Capítulo 1
El nacimiento de Gizmo
Era un cálido día de noviembre en el hogar de la familia Marino. La emoción llenaba la sala, donde todos esperaban ansiosos la llegada de los nuevos miembros de la familia. La atmósfera estaba impregnada de risas y murmullos de anticipación, mientras los hijos de Eva se movían de un lado a otro, casi sin poder contener su entusiasmo. Luna, la madre gata, con su suave pelaje y ojos brillantes, se movía inquieta en su rincón, como si pudiera sentir la expectativa en el aire.
La familia Marino se reunía alrededor de Luna. Eva, la madre, acariciaba a la gata con ternura, notando cómo su corazón latía con fuerza al ver a su querida mascota tan nerviosa.
—No te preocupes, Luna. Pronto conoceremos a tus pequeños. Van a ser adorables, como tú —comentó Eva, tratando de calmarla, mientras Julián, Valentina y Sofía observaban con ojos brillantes, llenos de ilusión.
Sofía, la más pequeña, no podía contener su emoción y repetía una y otra vez que quería ver a los gatitos. Valentina, su hermana mayor, se unió a ella, imaginando cómo serían los nuevos integrantes de la familia.
—¿Crees que serán juguetones? —preguntó Sofía, mirando a su madre con una mezcla de curiosidad y emoción.
—¡Espero que sí! ¡Quiero que sean traviesos! —añadió Valentina con entusiasmo, imaginando ya las aventuras que vivirían juntos.
Cada pequeño sonido que hacía Luna parecía aumentar la expectativa en la sala. El ladrido del perro vecino y el canto de los pájaros afuera solo contribuían al bullicio. Después de un rato, cuando la inquietud era casi palpable, el momento llegó. Luna dio a luz a cuatro adorables gatitos, y la familia estalló en risas y alegría, dejando atrás cualquier inquietud.
—¡Miren, son tan lindos! —exclamó Julián con una sonrisa que iluminaba su rostro, mientras todos se acercaban para ver mejor a los pequeños.
La sala de la casa se llenó de amor y alegría, marcando el inicio de una nueva y emocionante etapa en la vida de la familia Marino.
Uno de los gatitos, un pequeño gato negro con manchitas blancas en el cuello, llamó especialmente la atención de Julián.
—Este será Gizmo. ¡Es el más travieso! —gritó Julián.
Los días pasaron y los gatitos crecieron rápidamente, llenando el hogar de los Marino de energía y alegría. La familia los mimaba, y Gizmo, con su espíritu travieso, respondía a su amor con travesuras y juegos. La vida en el departamento se convirtió en una danza de risas, con los adolescentes persiguiendo a los pequeños felinos por todas partes.
La curiosidad de Gizmo lo llevaba a explorar cada rincón de la casa. Siempre había algo nuevo que descubrir, un lugar misterioso donde esconderse o un objeto brillante que atrapar. Su pequeño cuerpo negro con manchas blancas se movía con agilidad y destreza, mientras sus ojos brillaban con curiosidad.
Un día, mientras Eva trabajaba en su computadora, Gizmo decidió investigar el escritorio. Saltó con energía, derribando un bolígrafo y una hoja de papel.
—¡Mira cómo se escabulle! —exclamó Sofía, riéndose con complicidad.
La risa de Sofía resonó en la habitación, mientras Gizmo, con su cola en alto, se escabullía de un lado a otro, dejando un rastro de desorden a su paso. La madre sonrió, disfrutando de la travesura.
Eva: en una videollamada, frustrada
—Sí, claro, el proyecto está casi listo… ¡Gizmo, no! lo ve derribando documentos.
El día llegó cuando la familia decidió que era hora de adoptar a uno de los gatitos. En una reunión familiar, todos discutieron a quién elegir.
—¡Deberíamos quedarnos con Gizmo! —propuso Valentina entusiasmada.
—Sí, siempre está haciendo cosas locas. Es perfecto para Julián —añadió Sofía, asintiendo.
—¡Gizmo es el mejor! Siempre me hace reír —defendió su caso Julián.
—¿Están seguros de que están listos para tener un gato en casa? —preguntó Eva, pensativa. Deben saber que tener un gatito más es una responsabilidad.
—¡Sí, mamá! Prometemos cuidarlo y jugar con él —aseguró Sofía convencida.
Finalmente, la familia decidió que Gizmo sería el nuevo miembro del hogar, y todos se sintieron felices por la elección.
Desde entonces, Gizmo se convirtió en parte de la familia. Su vida con los Marino estaba llena de aventuras.
Cada día traía nuevas sorpresas. Gizmo se adaptaba rápidamente a su nuevo hogar.
Gizmo no solo era un gato; era un verdadero compañero de juegos. Siempre que Julián se sentaba a hacer la tarea, Gizmo se aseguraba de estar presente, saltando sobre el escritorio y haciendo que los libros cayeran al suelo.
Un día, Julián estaba en su habitación haciendo la tarea cuando Gizmo decidió que era el momento perfecto para jugar.
—¡No puedo concentrarme con todas tus travesuras! —manifestó Julián, mirando a Gizmo.
Gizmo saltó sobre el escritorio, derribando libros y papeles.
—¡Eres un pequeño destructor! Pero, ¿qué haría sin ti? —comentó Julián riendo.
Gizmo, ajeno a las quejas de Julián, continuaba su espectáculo, derribando más papeles y persiguiendo su propia sombra. La risa de Julián pronto se unió al caos, y aunque intentaba estudiar, no podía evitar disfrutar de las travesuras de su nuevo amigo.
A medida que pasaban los meses, Gizmo se convirtió en un compañero inseparable de Julián. Siempre estaban juntos, ya sea jugando en el parque, donde Gizmo corría tras hojas caídas, o acurrucándose en el sofá, donde el suave ronroneo del gato llenaba la habitación de calma.
La conexión entre Julián y Gizmo crecía cada día, y la familia sabía que habían tomado la decisión correcta al adoptar a ese pequeño gato travieso. Gizmo no solo trajo alegría a sus vidas, sino que también se convirtió en un miembro esencial de la familia Marino, siempre listo para una nueva aventura o un nuevo juego.
—Mira cómo se llevan. Es como si supieran lo que el otro está pensando —dijo Sofía, observando a Julián y Gizmo.