Capítulo 2
La familia Marino se encontraba en su departamento, el ambiente saturado de ansiedad. Eva, con el corazón en un puño, miraba hacia la puerta como si esperara que Gizmo entrara por ella en cualquier momento. Su mente estaba llena de pensamientos; cada sonido en el pasillo era un rayo de esperanza que se desvanecía en la incertidumbre.
Valeria, la hermana mayor, intentaba mantener la calma, aunque sus manos temblorosas delataban su inquietud. Se acercó a Eva y, con una voz firme, le dijo:
—No te preocupes, mamá. Seguro que Gizmo solo está escondido. Siempre lo hace.
Sofía, la pequeña de la familia, abrazaba con fuerza su peluche favorito, su rostro reflejaba una tristeza profunda y confusión. Con lágrimas asomándose a sus ojos, murmuró:
—¿Y si no regresa? ¿Y si le pasó algo malo?
Julián, el hermano mayor, recorría la sala de estar con pasos nerviosos, sintiéndose impotente ante la angustia de su familia. Se detuvo y, mirando a Sofía, le respondió con dulzura:
—Hey, pequeña, no hay razón para pensar de esa manera. Gizmo es más astuto de lo que crees. Debe estar escondido en algún lugar divertido de la casa, como siempre.
Eva entrecerró los ojos, tratando de reprimir las lágrimas, y dijo con una voz entrecortada:
—Es solo que… lo amo tanto. No puedo imaginarme un día sin él.
Valeria acarició el hombro de su madre, tratando de transmitirle un poco de fuerzas:
—Lo sabemos, mamá. Todos sentimos lo mismo. Pero debemos mantener la esperanza. Gizmo siempre encuentra el camino de regreso a casa.
La familia se unió en un silencio tenso, cada uno sintiendo la presión del momento; el amor por su pequeño compañero los unía aún más. A pesar de la angustia, había una chispa de determinación entre ellos, una llamada silenciosa a la unidad en la búsqueda de su querido Gizmo.
Con un profundo suspiro, Julián sugirió:
—Vamos a buscarlo juntos. Cuando trabajamos en equipo, siempre encontramos lo que estamos buscando.
Sofía, secándose las lágrimas con la mano, sonrió levemente, sintiéndose un poco fortalecida por la decisión de su hermano.
—Sí, ¡vamos a encontrarlo! —exclamó con renovado entusiasmo.
Así, tomando un respiro profundo, la familia Marino se preparó para comenzar su búsqueda, con la esperanza latiendo en sus corazones y el amor guiando sus pasos.
Cada rincón del hogar parecía vacío sin la presencia de Gizmo. Recordaban sus travesuras: cómo corría juguetonamente entre los muebles, perseguía sombras inmateriales y se acurrucaba en el regazo de cualquier miembro de la familia que se sentara a descansar. Su energía desbordante y el cariño que repartía llenaban el ambiente de risas y calidez. Ahora, esa alegría había desaparecido, y la familia se unió en una búsqueda desesperada, con la esperanza de que pronto Gizmo regresara, trayendo consigo la luz y la felicidad que tanto los caracterizaba. El amor que compartían por su pequeño compañero los unía aún más en ese momento de incertidumbre.
La angustia de la familia Marino se intensificaba a medida que buscaban por todo el departamento. Eva, con una voz temblorosa, exclamó:
—He revisado todos los rincones de mi habitación y no aparece. ¿Dónde puede estar, mamá?
La desesperación se apoderó de ellos, y cada lugar que inspeccionaban solo aumentaba su ansiedad. Valeria, que miraba debajo de la mesa del comedor, levantó la cabeza y, con el rostro preocupado, dijo:
—No entiendo cómo puede desaparecer así. Siempre está cerca, siempre nos sigue. Es raro que no salga a saludarnos.
Julián, exhausto y con el aliento entrecortado por el esfuerzo, se apoyó contra la pared, buscando aclarar sus pensamientos.
—Quizás se metió en el armario o en algún lugar de la azotea. No podemos dejar de buscar, no hasta que lo encontremos.
Sofía, con lágrimas en los ojos y el peluche firmemente abrazado contra su pecho, murmuró:
—Hermano, ¿y si le pasó algo malo? Me asusta pensar que esté lastimado.
Eva, sintiendo la angustia de su hija, se arrodilló a su lado y le tomó de las manos.
—Sofía, no pienses así. Gizmo es fuerte y astuto. Regresará a casa.
La familia, sintiendo el peso de la preocupación, se miró con determinación. Estaban decididos a no rendirse. La vida sin Gizmo no era algo que podían imaginar, y esa motivación los impulsó a seguir buscando. Con una mezcla de amor y desesperación, continuaron su búsqueda, llamando a su pequeño amigo con toda la fuerza de sus corazones.
—¡Gizmo, ven aquí! —gritaron al unísono, su voz resonando en el silencio del hogar vacío. Cada llamada, una súplica; cada rincón, un recordatorio de lo que significaba Gizmo en sus vidas.
Eva llamó a su nombre repetidamente, su voz resonando en el silencio vacío de la casa como un eco de angustia.
—¡Gizmo! ¡Gizmo, ven aquí! —su tono era casi suplicante, como si las paredes pudieran devolverle la respuesta que tanto deseaba escuchar.
Valeria y Julián revisaron debajo de los muebles, en la cocina y en cada habitación, pero no había rastro del pequeño peludo. Valeria, con el ceño fruncido por la preocupación, susurró:
—No puede estar tan lejos. Siempre está cerca de nosotros.
Julián se detuvo un momento, respirando profundamente antes de añadir:
—¿Y si se ha metido en algún rincón que no hemos revisado? Debemos pensar en todos los lugares posibles.
Sofía, con lágrimas en los ojos y el peluche firmemente abrazado contra su pecho, sintió que su mundo se desmoronaba sin su querido Gizmo a su lado.
—Me asusta pensar que no volverá… —susurró entre sollozos.
La sensación de pérdida era palpable, como si el aire se hubiera vuelto más denso. El miedo a lo peor se instaló en sus corazones, haciéndose eco en sus pensamientos. La familia se reunió en la sala, cada uno buscando consuelo en el abrazo del otro. Eva envolvió a Sofía con un brazo, susurrando con suavidad:
—No te preocupes, pequeña. Gizmo es fuerte y siempre encuentra el camino de vuelta a casa.