"Gizmo. Un Salto de Esperanza"

Un Llamado a la Salvación

Capítulo 3.

La familia Marino, agotada pero decidida, había estado buscando a Gizmo durante horas interminables. La noche había caído, envolviendo su pequeño departamento en una penumbra inquietante que amplificaba la ansiedad que todos sentían. Las sombras se movían inquietas en las paredes, mientras murmullos de preocupación llenaban el aire. El tiempo parecía transcurrir con agonía, y la creciente inquietud se hacía más palpable con cada minuto que pasaba.

De repente, el timbre resonó a través del silencio, rompiendo la tensión que había invadido el ambiente. Todos se quedaron inmóviles, un suspiro colectivo brotó de sus labios, y sus corazones latían al unísono, llenos de una mezcla de miedo y esperanza.

—¿Quién puede ser a esta hora? —preguntó Eva con voz temblorosa, sus ojos reflejando una mezcla de ansiedad y anhelo.

Valeria, a pesar de su miedo, fue la primera en acercarse a la puerta, su mano temblando levemente mientras la posaba en la perilla. Con cada paso que daba, sentía el peso de la preocupación en su pecho. Julián y Sofía, conteniendo la respiración, se acercaron rápidamente, deseando mantener la calma. Sofía, con sus brillantes ojos llenos de expectativa, se quedó a un lado, aferrada a su peluche como si fuera su ancla en medio de la tormenta emocional.

—¡Voy a ver! —exclamó Valeria, llenándose de determinación.

Con un giro lento de la perilla, Valeria abrió la puerta y se encontró frente a Don Luis y su esposa. Ambos estaban de pie, con expresiones de seriedad y preocupación marcadas en sus rostro—Buenas noches, disculpen la interrupción —comenzó Don Luis, su voz grave resonando en el aire tenso—. ¿Ustedes son la familia que está buscando un gato negro?

El corazón de Valeria dio un vuelco. La esperanza brotó en su pecho y miró a sus hermanos, quienes apenas podían contener sus emociones.

—Sí, somos nosotros —respondió, con un hilo de voz lleno de expectativa—. ¿Lo han visto?

Don Luis asintió, un destello de alivio cruzando su rostro.

—Creemos que lo hemos encontrado. Está en el aire acondicionado de mi departamento —informó—. Hicieron falta su familia para sacarlo, pero está a salvo.

Las palabras de Don Luis resonaron en el ambiente, y un suspiro de alivio y alegría se escapó de los labios de los Marino.

—¡Vamos, vamos a verlo! —gritó Julián, avanzando hacia la puerta con determinación.

Valeria, aún respirando rápidamente, sonrió a su madre y a Sofía.

—¿Es Gizmo? ¡Debemos ir a verlo! —gritó Sofía, su voz llena de emoción y temor.

—No lo sé. Solo vi que estaba allí, pero no se mueve. Pensé que era mejor avisarles —respondió Don Luis, suspirando con alivio al ver que se preocupaban por el gato.

—Vayan, no podemos perder tiempo. Mientras llamo a la veterinaria —dijo Eva, con el corazón en la mano mientras su mente corría a mil por hora.

La familia se lanzó hacia la planta baja, con Don Luis guiándolos. Cada paso que daban era un recordatorio del profundo amor que sentían por Gizmo. Al llegar, junto al aire acondicionado, encontraron a Gizmo acurrucado, temblando y con el pelaje desordenado.

—¡Gizmo! —lloró Valeria, sus ojos llenos de lágrimas que desbordaban por su preocupación—. ¡Gizmo, ven aquí, bebé!

—¿Está bien, Valeria? —preguntó Julián, mirando preocupado a su hermana mientras su corazón se encogía ante la imagen de su querido gato.

—No lo sé —respondió Valeria, acercándose lentamente a Gizmo, con cautela—. Gizmo, por favor… responde… —su voz se convirtió en un susurro tembloroso, casi un ruego.

—¿Creen que se cayó del piso 13? —observó Don Luis, escaneando el entorno con atención, intentando entender cómo había llegado hasta allí.

Valeria se detuvo a pensar. —No pudo haberse caído de esa altura, reflexionó, aunque también se cuestionaba cómo pudo haber llegado a la planta baja. Julián, preocupado, sugirió:

—Tal vez el gato se asustó y eso lo llevó a caer. Es posible que haya buscado refugio. —Miraba a Gizmo, sintiendo un nudo en el estómago mientras la angustia crecía en su interior.

Valeria, con ternura, acariciaba suavemente a Gizmo, tratando de infundirle un poco de cariño mientras le hablaba con dulzura.

—Venga, Gizmo, por favor, necesitamos escuchar al menos un maullido de ti. —Su voz era un hilo en la oscuridad.

Fue en ese momento cuando Gizmo levantó la cabeza débilmente y emitió un suave maullido, un sonido que resonó como música en sus corazones.

—¡Oh, Gizmo! ¿Qué te pasó? —sollozó Sofía, sintiendo la angustia apoderarse de ella mientras las lágrimas resbalaban por sus mejillas—. Deberíamos llevarlo al veterinario. No se ve bien —aconsejó Don Luis, su preocupación palpable en su voz.

—Tienes razón. Vamos, necesitamos llevarlo ya —declaró Valeria, su determinación renovada, mientras dirigía su mirada hacia Don Luis—. ¿Puedes ayudarnos a llevarlo?

—Por supuesto —asintió Don Luis, listo para ayudar—. Veamos si podemos envolverlo suavemente para que esté cómodo.

La familia, ahora unida en su misión, se acercó a Gizmo con cuidado, dispuestos a llevarlo al veterinario, dispuestos a luchar por su vida.

Los hermanos se apresuraron a recoger a Gizmo, cada uno de ellos inundado de alivio y alegría al verlo de nuevo. Julián, con manos temblorosas pero firmes, lo sostuvo con cuidado, asegurándose de que estuviera cómodo y seguro en sus brazos. La expresión en su rostro reflejaba una mezcla de felicidad y preocupación al ver a su pequeño amigo tan vulnerable.

—¡Gizmo, te hemos estado buscando por todas partes! —exclamó Sofía, inclinándose hacia él con una sonrisa brillante—. Te extrañamos tanto. Aquí tienes tu peluche —le ofreció, como si quisiera que supiera que siempre lo había estado esperando con los brazos abiertos.

—Estás a salvo ahora, amigo —dijo Valeria, acariciando suavemente la cabeza de Gizmo—. Te prometemos que nunca más te dejaremos solo. Siempre estaremos aquí para protegerte.



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En el texto hay: resiliencia, esperanza y amor, unionfamiliar

Editado: 31.03.2025

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