Gladiolus - Todo Cambió

Pinocho

La oficina de los hermanos Burgos, aunque modesta, tenía un encanto que reflejaba el esfuerzo y la dedicación de su familia. Las paredes estaban adornadas con fotografías familiares y recuerdos de su padre, mientras que los muebles, elegidos con esmero, mezclaban funcionalidad con un toque elegante. Todo estaba en su lugar, ordenado, transmitiendo una sensación de paz en medio del caos diario de la empresa.

Esa mañana, Isabella, Alessandra y Briccio estaban reunidos para discutir los temas cruciales que mantenían a la empresa en marcha. A pesar de la seriedad de los asuntos, el ambiente estaba cargado de complicidad y calidez. Alessandra, siempre la más alegre, llegó tarde, pero con una excusa que ya traía una sonrisa a sus labios.

—¡Lo siento, lo siento! —exclamó Alessandra entre risas, entrando apresuradamente en la oficina—. Anoche me quedé un poco más de la cuenta, pero prometo que traigo algo delicioso para compensarlo.

Briccio, quien desde la muerte de su padre había mostrado pocas sonrisas, le regaló una de esas raras, una sonrisa ladina, que hizo que Alessandra se sintiera aún más aliviada.

—Espero que sea algo realmente bueno —bromeó Isabella mientras miraba con curiosidad la bolsa que Alessandra traía consigo.

—¿Dudas de mí? —Alessandra levantó una ceja, simulando indignación, antes de sacar una caja de su bolsa—. ¡Croissants de almendra y café de la mejor panadería de la ciudad! No se hable más.

Mientras saboreaban los croissants y el café, la conversación fluía con facilidad, alternando entre bromas y discusiones serias sobre el plan de marketing, el seguimiento de los pedidos grandes y los permisos requeridos para la importación. La inversión reciente de los Urriaga había generado muchas expectativas, y todos estaban enfocados en asegurar que cada detalle estuviera bien ejecutado.

A medida que avanzaba la mañana, las ideas volaban de un lado a otro de la sala, hasta que Alessandra decidió abordar un tema que había estado rondando en su mente.

—Tenemos que hablar de Sorní —dijo Alessandra, rompiendo el flujo de la conversación con un tono más serio.

Isabella asintió, mientras que Briccio frunció el ceño, visiblemente sorprendido. Él no estaba al tanto del encuentro que Isabella había tenido con Sorní semanas atrás, pero ahora comprendía por qué Alessandra había aumentado las reuniones de seguimiento y estaba más inquisitiva de lo normal.

—¿Qué pasa con Sorní? —preguntó Briccio, intentando ocultar su creciente preocupación.

Alessandra comenzó a relatar los detalles del encuentro, explicando cómo Sorní había intentado intimidar a Isabella con una propuesta comercial que, en lugar de seducirla, la había ofendido profundamente. Mientras escuchaba, Briccio recordó las pocas veces que había visto a Sorní. Nunca había cruzado muchas palabras con él, solo los saludos corteses de rigor. Sin embargo, tras la muerte de su padre, Sorní no había mostrado el menor interés en ayudarles. De hecho, se había burlado cruelmente de Briccio, llamándolo inútil y mantenido, prácticamente echándolo de su oficina. Pero, irónicamente, Briccio le agradecía ese desprecio; fue un golpe que lo hizo reflexionar y crecer.

Cuando Alessandra terminó de contar la situación, Briccio compartió su propia idea sobre diversificar la empresa.

—Creo que debemos empezar a diversificar —dijo Briccio, cruzando los brazos y observando atentamente a sus hermanas—. No vamos a abandonar la comercialización de productos, pero creo que podríamos explorar el montaje de mostradores para eventos. Tiene potencial y nos permite no poner todos los huevos en una sola canasta.

Isabella y Alessandra intercambiaron miradas, asintiendo en silencio. Sabían que Briccio tenía razón. Además, el rechazo de Isabella a Sorní podría haber provocado algo en él, y era mejor estar preparados.

—No creo que nos ataque directamente —continuó Briccio, con una voz cargada de experiencia—, pero sé con qué clase de personas se junta. Mis salidas de fiesta años atrás me mostraron su verdadero rostro. Debemos estar atentos.

La conversación se interrumpió cuando la asistente entró en la oficina, anunciando la llegada de Fabio y Vicente. Isabella y Alessandra se miraron, compartiendo una rápida comunicación visual que decía mucho más de lo que las palabras podrían expresar.

Briccio, quien no era ajeno a las sutilezas, las observó con una mezcla de orgullo y diversión.

—¿Pasa algo que no sepa? —preguntó Briccio, arqueando una ceja, su tono lleno de curiosidad.

Isabella y Alessandra se apresuraron a responder, intercambiando una mirada de complicidad antes de que Alessandra tomara la palabra con una sonrisa traviesa.

—No, nada. Todo bien. Solo una sorpresa. —La respuesta fue tan inocente como falsa, pero ambas hermanas confiaban en que Briccio no sospecharía nada.

Briccio sonrió, pero esta vez no hizo ningún esfuerzo por ocultarlo.

—Les crecerá la nariz como a Pinocho —dijo, su tono divertido—. Tengo 35 años, de los cuales hace 31 que las conozco, pero sigamos con la mentira.

Isabella y Alessandra se rieron, sorprendidas y aliviadas al mismo tiempo. El sonido en la puerta las hizo recuperar la compostura rápidamente, pero la chispa de la broma seguía encendida en sus ojos. Sabían que Briccio las había calado, pero también sabían que, como buen hermano, estaba dispuesto a seguirles la corriente… al menos por ahora.




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