Narrador omnisciente.
Tres años atrás.
La cuidad brillaba en todo su esplendor a pesar de las fuertes gotas de lluvia que al caer, cubrían todo a su paso.
Dos almas estaban hundidas en la desesperación. Una de ellas corría entre la multitud y la otra caminaba mirando al suelo, sin impórtale lo que le sucediera.
Una de esas dos almas era una chica, quién corría a toda velocidad después de haberse dejado consumir por su imaginación. Esta chica había llamado repetidas veces a su amado durante todo el día, algo andaba mal y ella lo sabía. Los peores escenarios invadieron su mente, provocándole escalofríos que recorrieron todo su cuerpo, en el fondo de su corazón, deseaba que todo fuera parte de su imaginación. Sin embargo, esa punzada de ansiedad no desaparecía de su pecho. Su amado no le respondía los mensajes, ni las llamadas y ninguno de sus conocidos habían hablado con él en todo el día. Desesperada salió de su hogar y se adentró en la inmensa y luminosa cuidad, sintiendo cómo sus ropas se humedecían debido a la lluvia, pero no le importó y salió corriendo en dirección a la casa de su amado.
Llovía cada vez más fuerte, provocando el sonido de las gotas al caer en el calle. Se escuchaban los ruidos de la carretera, personas hablando por teléfono mientras se cubrían de la lluvia con un paraguas, los edificios todavía seguían siendo tan luminosos que algunas veces llegaban a molestar a algunos ciudadanos.
El cabello comenzó a estorbarle la visión, su corazón rápidamente bombeaba sangre y esa maldita punzada en el corazón no paraba de crearle horribles escenarios en su mente. La chica no reguló bien sus respiraciones por lo cual, cada vez que respiraba le ardían los pulmones, pero nada de eso le importaba, lo único importante en ese momento, era saber que su amado se encontraba a salvo y que su engañosa mente le jugaba de nuevo una mala pasada.
Por otro lado, el pelirrojo caminaba con sus audífonos puestos, con la música aleatoria y con una sensación de amargura en su boca. Le causaba impotencia y desesperación todo el peso que su padre le colocaba a tan corta edad, le molestaba lo difícil que era hacer amigos que no lo quisieran simplemente por su dinero, le molestaba el hecho de que nunca tuvo una buena figura paterna, al menos una cariñosa.
Ambos jóvenes se dejaron consumir por sus pensamientos, sintiendo un dolor en el pecho acompañado de una dificultad para respirar. La chica seguía corriendo, sin importarle con qué o con quién chocara. El chico sumergido en sus pensamientos no miraba a sus alrededores y no se percataba de los rostros de las personas con las chocaba.
Por otro lado, el hermano mayor del pelirrojo caminaba por la cuidad en busca de su hermano, ya que en pocas horas tendrían una cena familiar, y este no quería que su padre se enfadara por caprichos de su hijo menor.
Y de un momento a otro, esas tres almas se unieron en una desesperación. El pelirrojo por andar distraído no se dio cuenta del grave error que estaba cometiendo, estaba cruzando la calle sin ver a ambos lados y para su mala suerte un auto se aproximaba hacia él a toda velocidad. El castaño se percató de esto y por impulso sus piernas tomaron el control y él comenzó a correr hacia el pelirrojo quién todavía no se daba cuenta que estaba a segundos de ser atropellado.
El castaño corría cuando chocó con una chica que también corría pero en dirección contraria. Él se molestó por tal acción y como si todo pasara en cámara lenta, la miró a los ojos y vio una expresión que le causó incomodidad, luego, siguió corriendo hacia su hermano y lo empujó rápidamente, cayendo ambos en un andén. El pelirrojo lo miró desconcertado.
—¿K-Kousuke?