Glamour Oscuro

CAPÍTULO 2: ESCENA 11

CAPÍTULO 2: ESCENA 11:

IDIOMAS - LA ACADEMIA DE FRANCÉS

La Academia de Idiomas Berlitz está en el tercer piso de un edificio comercial en la zona financiera. Blanché sube las escaleras (el elevador está en mantenimiento) con su bolso lleno de cuadernos nuevos, bolígrafos, y una determinación que roza lo maniático.

Son las 6:30 PM de un martes. Acaba de salir del trabajo. No fue a casa a cambiarse. Vino directo.

La recepción es pequeña pero pulcra: paredes blancas con pósters de la Torre Eiffel, el Coliseo, Big Ben. Una chica de veintitantos con audífonos Bluetooth la saluda sin mucho entusiasmo.

—Hola, ¿en qué te puedo ayudar?

—Vengo a inscribirme en el curso intensivo de francés.

La recepcionista teclea en su computadora. —Tenemos dos opciones: el curso regular, dos veces por semana, seis meses. O el intensivo, cuatro veces por semana, tres meses.

—El intensivo.

—Es más caro. $240 mensuales versus $160 del regular.

Blanché ya hizo los cálculos mentales en el bus. $240 mensuales durante tres meses son $720 total. Más de la mitad de su sueldo mensual solo en clases de francés.

Pero la Dra. Lockhart fue clara: la preparación tiene costo. La pregunta no es si puedes pagarlo, sino si puedes pagar NO hacerlo.

—El intensivo —repite Blanché.

—Perfecto. El grupo empieza mañana. Nivel principiante, 6:30 a 8:00 PM, lunes, martes, jueves y viernes.

Blanché llena los formularios, paga el primer mes con su tarjeta de débito (mentalmente resta esos $240 de su presupuesto de ropa, salidas, cualquier cosa no esencial), y recibe un libro de texto: Français Débutant - Niveau A1.

—Tu salón es el 304. Llegas quince minutos antes mañana para placement test —dice la recepcionista, ya volviendo su atención a su teléfono.

AL DÍA SIGUIENTE - 6:15 PM

Blanché llega con veinte minutos de anticipación. El salón 304 es pequeño: ocho escritorios dispuestos en semicírculo, una pizarra blanca, un póster del mapa de Francia con las regiones marcadas en colores pastel.

Ya hay tres personas esperando.

Un chico de unos dieciséis años con uniforme de colegio privado, haciendo tarea de lo que parece ser matemáticas mientras espera.

Una señora de unos sesenta y cinco años, cabello gris perfectamente peinado, leyendo una revista de viajes.

Y un hombre de unos cuarenta años con traje de oficina y maletín ejecutivo, revisando emails en su teléfono.

Blanché se sienta. Saca su cuaderno nuevo, su lapicero, su libro de texto.

Van llegando más estudiantes: dos chicas universitarias que claramente son amigas y se sientan juntas riéndose de algo en el teléfono de una de ellas. Un hombre mayor que debe ser jubilado. Una mujer de treinta y tantos con ropa deportiva que huele a gimnasio.

La profesora entra exactamente a las 6:30 PM.

Madame Colette Dubois tiene unos cincuenta años, cabello rubio ceniza recogido en un chignon impecable, suéter de cuello alto color camel, y unos lentes de leer que lleva colgando de una cadena dorada. Tiene ese aire de elegancia europea que Blanché está tratando de descifrar: cómo se ven sofisticadas sin aparentar estar tratando.

—Bonsoir —dice con una sonrisa profesional—. Je m'appelle Madame Colette. Bienvenue à votre cours de français.

Blanché no entiende nada excepto "Madame Colette" y algo que suena como "course". Pero anota todo fonéticamente en su cuaderno.

Madame Colette cambia al español: —Buenas noches. Soy Madame Colette. Bienvenidos a su curso de francés intensivo. Durante los próximos tres meses, transformaremos su relación con este idioma. Pero necesito que entiendan: el francés no se aprende pasivamente. Se practica obsesivamente.

Blanché subraya "obsesivamente" en su cuaderno.

La primera clase es básica: el alfabeto francés, fonética, presentaciones simples.

Je m'appelle Blanché. J'ai vingt-trois ans. Je suis salvadorienne.

Blanché repite en voz baja, practicando la pronunciación nasal que el español no tiene. Su lengua se siente torpe. Las vocales están en lugares incorrectos de su boca.

El chico del colegio privado pronuncia perfecto (probablemente ha tenido tutores desde los cinco años). Las universitarias se ríen cada vez que intentan pronunciar, tratándolo como actividad divertida más que aprendizaje serio.

Blanché no ríe. Toma notas en cada pausa. Cuando Madame Colette da ejemplos, ella los escribe todos. Cuando la profesora pregunta si hay dudas, Blanché levanta la mano tres veces con preguntas específicas sobre pronunciación.

Al final de la clase, mientras todos guardan sus cosas apurados por irse, Madame Colette se acerca a Blanché.

—Mademoiselle Cazafortín, ¿verdad?

—Sí, Madame.

—Noté tu... intensidad. —Lo dice sin juicio, solo observación—. Haces más preguntas que el resto de la clase combinado.

—Necesito aprender rápido.

Madame Colette inclina la cabeza, curiosa. —¿Por qué estudias con tanta urgencia? La mayoría de mis estudiantes toman francés por hobby, por viajes turísticos, o porque la universidad lo requiere. Pero tú... hay algo diferente en tu energía.

Blanché considera mentir. Decir algo genérico como "me gusta el idioma" o "quiero viajar a Francia".

Pero hay algo en Madame Colette —tal vez su directness europea, tal vez el hecho de que no conoce a nadie en esta academia y nunca los volverá a ver fuera de aquí— que la hace decir la verdad:

—Porque necesito sonar como alguien que pertenece.

Madame Colette no pregunta "¿pertenecer a dónde?" No la juzga. Solo asiente.

—Alors, eso requiere más que clases dos veces por semana. Requiere inmersión.

—Dígame cómo.

Madame Colette saca un papel de su bolso y escribe una lista:

1. Cambia tu teléfono a francés
2. Escucha France Inter radio online, 30 min diarios mínimo
3. Ve películas francesas con subtítulos en francés (no español)
4. Lee Le Monde o Le Figaro, aunque no entiendas todo
5. Habla sola en francés. En el espejo. En la ducha. Todo el tiempo.




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