ESCENA 19: CITA #3 - JAVIER, EL DIPLOMÁTICO
Dos semanas después de Rodrigo.
Blanché ha tenido una segunda cita en ese tiempo (un abogado corporativo llamado Fernando que resultó ser tan aburrido que ella fingió emergencia familiar para irse después de 45 minutos).
Ahora está en su tercera cita oficial: Javier Mendoza, 41 años, diplomático adscrito a la Embajada de España.
Lo inusual de esta cita es la locación: la casa de Javier.
Normalmente, Blanché nunca aceptaría ir a casa de un desconocido en primera cita. Es regla básica de seguridad.
Pero Javier propuso almuerzo (no cena - menos presión sexual implícita). Un sábado a las 1 PM (día, no noche - más seguro). Y ofreció cocinar para ella.
Además, Blanché investigó. Javier Mendoza tiene perfil público verificable: aparece en fotos de eventos diplomáticos, tiene LinkedIn completo con referencias de embajadores, su historial de carrera es transparente.
No es algún desconocido de internet. Es diplomático real con reputación que proteger.
Aún así, Blanché le envió la dirección a Carolina con mensaje: "Si no te escribo a las 4 PM, llámame. Si no contesto, llama a la policía."
Javier vive en San Benito, el vecindario diplomático de la ciudad. Su casa es modesta para el área: dos plantas, arquitectura colonial española, jardín pequeño pero bien mantenido.
Blanché toca el timbre a la 1:02 PM (dos minutos tarde - nunca llegar exactamente puntual a casa de alguien, les das tiempo para preparación final).
Javier abre la puerta.
Es tal como sus fotos: 1.75m, cabello gris en las sienes (distinguido, no viejo), lentes de montura metálica, suéter beige sobre camisa oxford blanca, jeans oscuros. Parece profesor universitario más que diplomático.
—Blanché, bienvenida. —Le extiende la mano para estrechar (formal, respetuoso, no intenta beso en mejilla)—. Pasa, por favor.
El interior de la casa es... interesante.
No es ostentoso. Pero está claramente habitado por alguien culto: paredes llenas de libreros con volúmenes en español, inglés, francés, alemán. Arte en las paredes (originales, no impresiones - Blanché ya puede notar la diferencia). Alfombra persa en la sala. Muebles de madera oscura que parecen heredados, no comprados en IKEA.
Huele a comida real cocinándose.
—Estoy haciendo paella —dice Javier, guiándola hacia la cocina—. Espero que te guste el marisco.
La cocina es grande y desordenada en la forma en que lo están las cocinas de gente que realmente cocina: tabla de cortar con restos de vegetales, sartén paellera en la estufa, ingredientes dispersos en el mostrador.
—Me encanta el marisco.
—Perfecto. Dame diez minutos para terminar. ¿Vino blanco mientras esperas? Tengo un Albariño gallego muy decente.
—Por favor.
Javier sirve dos copas de vino. Le entrega una a Blanché. Levanta su copa.
—Por los encuentros inesperados.
—Salud.
El vino es excelente. Fresco, mineral, con notas cítricas. Mucho mejor que el que sirven en restaurantes de $30 la copa.
Blanché se apoya en el mostrador de la cocina, observando a Javier trabajar. Él se mueve con confianza: añade caldo a la paella en intervalos precisos, ajusta el fuego, prueba el arroz, añade más azafrán.
—¿Aprendiste a cocinar en España?
—Mi abuela madrileña. Pasé veranos completos con ella en mi adolescencia. Ella insistía: "Un hombre que no sabe cocinar es un hombre a medias." —Lo dice con acento español exagerado, sonriendo.
Blanché ríe genuinamente.
—Sabia mujer.
—Lo era. Murió hace cinco años, pero cada vez que hago paella, siento que está aquí criticando mi técnica.
Hay algo en el tono de Javier - afecto genuino, melancolía sin dramatismo - que a Blanché le gusta.
—¿Por eso te hiciste diplomático? ¿Por España?
—Parcialmente. Pero también porque soy terrible para quedarse quieto. He vivido en ocho países en veinte años. España, Francia, Bélgica, Chile, México, Marruecos, Japón, y ahora aquí.
—Debe ser solitario.
Javier la mira, sorprendido por la observación.
—Lo es. La mayoría de la gente asume que es glamoroso. Y lo es, de cierta forma. Pero también significa nunca echar raíces. Nunca tener red estable de amigos. Relaciones que siempre tienen fecha de expiración porque eventualmente te transfieren.
Honestidad, nota Blanché. No está tratando de impresionarme con lo glamoroso de su vida. Está siendo real.
La paella está lista. Javier la sirve directamente del sartén en dos platos hondos. Se sientan en el comedor.
La comida es espectacular. El arroz tiene el punto exacto de socarrat (la capa crujiente del fondo), los camarones están perfectamente cocidos, el azafrán impregna cada grano.
—Esto es increíble —dice Blanché honestamente.
—Gracias. Mi abuela aprobaría... mayormente. —Sonríe—. Aunque diría que me faltó un poco más de pimentón.
Comen y conversan.
La conversación fluye naturalmente hacia geopolítica (inevitable con un diplomático). Blanché aplica todo lo que ha estudiado durante meses: lee The Economist religiosamente, escucha podcasts de análisis internacional, sigue cuentas de Twitter de corresponsales extranjeros.
Cuando Javier menciona la situación en Siria, Blanché puede responder inteligentemente sobre los Acuerdos de Astana y el rol de Turquía.
Cuando habla sobre la Unión Europea, ella menciona el problema de la deuda italiana y las tensiones con Polonia y Hungría sobre el Estado de derecho.
Javier está visiblemente impresionado.
—Hablas de Medio Oriente con propiedad. ¿Estudiaste Relaciones Internacionales?
Blanché podría mentir. Podría decir que sí, inventar una maestría que no tiene.
Pero algo en Javier la hace querer ser honesta.
—No. Leo mucho. —Verdad técnica—. Me interesa el mundo más allá de las fronteras del país.
—Es raro. —Javier se recarga en su silla—. La mayoría de las personas con quienes hablo no pueden ubicar Siria en un mapa. Tú estás discutiendo dinámicas de poder entre Rusia, Turquía e Irán.
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Editado: 27.12.2025