ESCENA 20:
CITA #5 - PATRICIO, EL HEREDERO ENCANTADOR - PRIMERA PARTE
Tres semanas después de Javier.
(Blanché tuvo una cita #4 con un médico cirujano que era perfectamente agradable pero predecible. Decidió no continuar.)
Nunca respondió al último mensaje de Javier. Eventualmente, él dejó de escribir.
Blanché se siente culpable por eso. Pero también aliviada. Javier representaba algo peligroso: la posibilidad de conexión real que podría desviarla del plan.
Primero la armadura, después el corazón, se repite.
Ahora está en la inauguración de una galería de arte contemporáneo. Es viernes por la noche, 8 PM, y el espacio está lleno de coleccionistas, artistas, críticos, y aspirantes a todo lo anterior.
Blanché usa vestido negro simple (su uniforme confiable), tacones nude que alargan sus piernas, cabello perfectamente estilizado. Se mueve por el espacio con la confianza que ha cultivado durante casi un año de entrenamiento.
Ya no se siente impostora en estos espacios. No completamente.
Está estudiando una instalación - cajas de luz con fotografías de paisajes urbanos en decadencia - cuando escucha voz masculina a su lado:
—Es fascinante, ¿no? La forma en que captura la belleza en la ruina.
Blanché se gira.
El hombre es... guapo. No hay otra forma de describirlo.
Treinta y cuatro años (estimado), 1.80m, cabello oscuro con algunas hebras plateadas prematuras, ojos verdes (¿lentes de contacto o genética afortunada?), rostro angular que pertenece a revista GQ.
Usa traje sin corbata (Tom Ford, si Blanché tuviera que apostar), reloj discreto (no Rolex ostentoso, algo más subtle - ¿Jaeger-LeCoultre?), zapatos italianos de cuero que probablemente cuestan más que su alquiler mensual.
Pero lo que más impresiona a Blanché es su postura: relajada pero no descuidada. Como alguien que nunca ha tenido que preocuparse por pertenecer porque siempre ha pertenecido.
—Es interesante —responde Blanché—. Aunque me pregunto si romanticizar la decadencia urbana no es privilegio de quienes no tienen que vivir en ella.
El hombre sonríe. No es sonrisa condescendiente. Es genuina.
—Punto excelente. El arte de la pobreza creado para consumo de los ricos. —Se gira para mirarla completamente—. Patricio Velasco. Un placer.
Extiende su mano. Blanché la estrecha. Su apretón es firme sin ser agresivo.
—Blanché Cazafortín.
—Hermoso nombre. ¿Cazafortín es español?
—Lo es. Aunque mi rama familiar está aquí desde hace cuatro generaciones.
—Fascinante. —Patricio gesticula hacia la instalación—. ¿Coleccionas o simplemente disfrutas?
Pregunta con trampa. Si digo que colecciono, él preguntará qué tengo. Si digo que solo disfruto, parezco turista.
—Aspiro a coleccionar —responde honestamente—. Por ahora, estudio.
—Esa es la mejor respuesta que he escuchado esta noche. La mayoría de la gente aquí finge saber o finge no importarle.
Caminan juntos hacia la siguiente pieza. La conversación fluye naturalmente.
A diferencia de Rodrigo (que habló solo de sí mismo) o incluso Javier (que fue interesante pero serio), Patricio pregunta sobre ella.
Genuinamente pregunta.
—¿Qué te trajo al mundo del arte?
Blanché podría dar la respuesta ensayada y segura. Pero algo en Patricio la hace querer ser honesta.
—Decidí que no podía seguir siendo ignorante en algo tan hermoso.
—¿Decidiste? —Patricio levanta una ceja—. La mayoría de la gente dice "siempre me gustó" o "mi familia me inició". Tú dices que fue decisión consciente.
—Lo fue. No crecí rodeada de arte. Mi padre es maestro de secundaria. Mi madre trabaja en textiles. Pero vi el mundo donde vivían las personas con acceso al arte, y decidí que quería entender ese lenguaje.
Blanché se sorprende de su propia honestidad. Normalmente es más cuidadosa.
Pero Patricio no parece juzgar. Si acaso, parece más interesado.
—Eso es increíble. Las mejores personas son las que se construyen a sí mismas.
Las mejores personas son las que se construyen a sí mismas.
Esa frase se clava en el pecho de Blanché.
Porque viene de alguien que claramente no tuvo que construirse. Alguien que probablemente nació con todo.
Y aún así, valora la construcción propia.
Continúan caminando por la galería. La conversación se expande: hablan de política, de literatura (Patricio acaba de terminar Los Detectives Salvajes de Bolaño), de viajes (él acaba de regresar de un mes en Japón).
Patricio escucha. Realmente escucha. No está esperando su turno para hablar. Está genuinamente interesado en lo que ella dice.
Después de una hora, propone:
—Hay un bar de vinos a dos cuadras. ¿Te gustaría continuar esta conversación ahí?
Blanché debería aplicar sus reglas: nunca ir a segundo lugar en primera reunión, mantener misterio, no parecer demasiado disponible.
Pero en cambio dice:
—Me encantaría.
El bar de vinos es pequeño y oscuro, con botellas del piso al techo y mesas de madera rústica. No es ostentoso. Es auténtico.
Se sientan en una mesa esquinera. Patricio ordena una botella de Barolo italiano sin mirar el precio (Blanché sabe que esa botella cuesta mínimo $150).
La conversación continúa. Más personal ahora.
Patricio cuenta sobre su educación en Suiza (pensionado desde los catorce), su familia (padre empresario, madre coleccionista de arte), sus hermanos (dos hermanas, ambas casadas con europeos).
Pero no lo dice presumiendo. Lo dice con cierta melancolía.
—Suena glamoroso, ¿verdad? Escuelas suizas, veranos en la Riviera italiana. Pero también significa no tener raíces. Significa que tus amigos de infancia están dispersos en tres continentes. Significa que tu familia se siente más como concepto que como realidad tangible.
Blanché piensa en su propia familia: ruidosa, apretada en un apartamento de clase media, siempre en el negocio de todos.
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Editado: 27.12.2025