Viernes, 16 de diciembre.
Poco a poco, las calles de la gran ciudad se vestían de nieve, mientras los comercios del centro plasmaban en sus ventanales las diferentes ofertas de temporada navideña.
Sarah había sido casi arrastrada por su amigo Ryan hasta un supermercado local, lugar donde este quería realizar sus compras de navidad. Él odiaba dejar todo para lo último, porque siempre decía que después del 20 no conseguiría ni la miel para cubrir el pavo.
–¿Es necesario que lleves tantas cosas? –Cuestionó ella, señalando el contenido del carrito de compras, mientras esperaban su turno en la caja. –Cualquiera diría que vas a organizar un banquete tipo Las Vegas en tu casa.
–Solo llevo lo necesario, cariño. –Ryan se encogió de hombros. –Recuerda que en la última semana del año no se consigue casi nada en las tiendas, y yo prefiero ser precavido.
–¡Siguiente en la fila, por favor! –Anunció el cajero.
–Es nuestro turno. –Indicó Sarah acercándose a la caja. Saludó al joven que atendía y con la ayuda de Ryan, deslizó uno a uno los artículos para su registro.
–Espero que no sume más allá de lo que tengo planeado. –Se quejó este.
–Déjame pagar a mí. –Propuso Sarah.
–¡Claro que no!
–¡Claro que sí! Tengo 6 cupones de navidad que vencen entre el 19 y el 22.
Ryan se quedó pensando, mientras terminaban de pasar los artículos por el sensor de la caja registradora.
–Ok, pero luego te hago el abono.
–Como quieras.
–Su compra suma usd $465,25. –Anunció el cajero, cuya placa decía “Walden”.
Sarah asintió, sacando una tarjeta de crédito de su billetera y se la entregó al cajero con los cupones de descuento. Este al recibirle sonrió tímidamente y, por un momento a ella se le hizo familiar aquel juvenil rostro.
–Con el uso de los cupones, –señaló el joven –su cuenta suma $251,50. Usted acaba de ahorrar $213,75. ¿A cuántas cuotas difiero su pago?
–¡Vaya! Propósito de año nuevo: Dejar la flojera y empezar a recortar cupones.
–Bien pensado. –Precisó Sarah, mientras se dirigía al cajero. –Una, por favor.
–Yo sabía que era buena idea que me acompañaras. Creo que me acabas de ahorrar una pequeña fortuna, cielo. –Celebró Ryan, dándole un sonoro beso en la mejilla.
–Ya deja la melosería, –se quejó Sarah –que la gente va a pensar que soy tu sugar momma.
Ryan blanqueó los ojos, restándole importancia.
–Y dime, bella ¿qué piensas hacer el 24? ¿saldrás de viaje?
–No lo creo. Tengo queso, vino blanco y chocolates suficientes para hacer mi propia celebración. Así que, este año me quedaré en casa.
–No suena mal, pero, y ¿qué tal si te vienes conmigo a Mohave County? Ya sabes que mi madre te adora.
–Y yo a ella. –Admitió Sarah.
–Creo que la pobre aún no se resigna y secretamente sueña con que su hijo cambie de preferencias y ponga un anillo en tu dedo.
Ambos rieron ante aquello.
–Oye, cariño. En serio, piensa en mi propuesta. Yo viajo el 20, y aunque sé que mi condado no es ni la mitad de hermoso que tu adorado Carson Lake, mi tía Rose hace unas galletas de infarto.
–Lo pensaré.
–Yo sabía que te había visto antes.
Ambos miraron hacia el cajero que los atendía.
–¿Sarah Calvin? –Indagó el joven, mientras le regresaba a ella su tarjeta de crédito con la factura y el voucher.
–Disculpa, ¿nos conocemos? –Consultó la aludida.
–Supongo que ahora luzco un poco diferente. –Reconoció este, mientras se pasaba tímidamente una mano por su nuca.
A Sarah, en cierta forma, el rostro de aquel chico se le hacía familiar, pero por más que lo intentó, a su mente no llegaba nada.
–Veo que has olvidado a ‘tu dolor de cabeza’, como solías llamarme. Soy Charles Walden, hijo mayor de la doctora Celia Scott. Fuiste nuestra niñera cuando yo tenía 9 años y mi hermanita Adeline, 6 años. En ese entonces tenías 15 años, o eso creo.
–¿Charlie? ¡Vaya! ¡Qué sorpresa! –Sarah se inclinó sobre la caja para abrazar levemente al joven, quien correspondió al gesto. –¡Mírate! Cuánto has crecido. Estás hecho un bombón.
El joven se sonrojó al escucharla.
–¿Será que pueden continuar ‘su romance’ en otro lugar? Algunos tenemos cosas que hacer y no podemos perder el tiempo. –Gruñó en voz alta un adulto mayor que hacía fila detrás de Ryan.
–¡Señor, por favor! –Replicó este sonriente y girándose para encarar al gruñón. –¿Dónde está su espíritu navideño? Aquí, mi amiga se acaba de reencontrar con alguien de su pueblo. ¿Sabe la probabilidad de que eso ocurra en una ciudad tan grande como Los Ángeles?