En el palacio de Valle Roble.
Horas antes del robo de la poción, se vivió una velada de ensueño y júbilo en Valle Roble. La música con instrumentos de cuerdas acompañaba a los fuegos artificiales que estallaban en el cielo para pintar de colores al oscuro lienzo de un despejado cielo nocturno. Afuera del palacio se comenzaban a agrupar los carruajes que traían consigo a muchas personas notables arribando a la celebración del cumpleaños del rey Moal. Una fiesta nacional que en esta ocasión contaría con un llamativo añadido; la presencia de uno de los más amados héroes legendarios de La Gran Revolución: el príncipe Dorba. Él era conocido por tener un gran corazón y un semblante impecable —su cuerpo bien formado enmarcaba unos ojos claros y una sonrisa encantadora—. A pesar del paso del tiempo y de haber participado en tantas batallas, su organismo parecía no estar al tanto de ello y haberse quedado estancado por siempre en su etapa más lozana. El príncipe era el soltero más codiciado de todos los reinos, un héroe que puso en riesgo su vida acomodada por unirse a la batalla en contra de la familia Móruvel. Muchas mujeres soñaban con conquistarle y poder ganarse su afecto de manera exclusiva –y de paso la fortuna y prestigio que vendrían con esto–. Ese día tocaba el turno a las habitantes de Valle Roble el poder intentar hacer realidad esa fantasía, quienes desde muy temprano formaron al exterior del palacio una interminable fila que aguardaba en espera del príncipe de cabello relamido y cara perfectamente afeitada. Cada una iba cuidadosamente arreglada, buscando cautivar con tan sólo un atisbo de su belleza a la mirada del invitado durante su fugaz paso por la entrada de aquella fastuosa edificación.
De pronto el ruido del lugar se elevó de manera considerable y el tumulto enloqueció cuando se vio llegar desde los aires un carruaje oscuro muy distinto a los demás, se rumoreaba que adentro se encontraba el príncipe Dorba. Los dos fortísimos grifos –aquellas criaturas milenarias con un cuerpo de león alado y cabeza de águila– aterrizaron con precisión y retrajeron sus largas y hermosas alas, manteniéndose disciplinadamente firmes en espera de que la puerta de la carroza fuera abierta. Los estridentes gritos de la concurrencia anticipaban la identidad del pasajero mientras una firme pierna salía del vehículo y daba un contundente paso sobre el tapete de terciopelo, ayudando a soportar el alto y fornido cuerpo que se erguía; pronto apareció la otra pierna que repartió el peso de manera uniforme. Acababa de descender el príncipe Dorba, las mujeres se empujaban violentamente para buscar ocupar el espacio frente a sus ojos. Éste fingía no percatarse de ese comportamiento hostil y territorial, sólo les contestaba con una sonrisa para agradecer su presencia. Un mayordomo se acercó a darle la bienvenida, intercambió palabras con el príncipe y lo guio hasta el interior del castillo. Durante el breve recorrido hacia la puerta, Dorba saludaba y agradecía las atenciones de las mujeres que estaban ahí.
Él era visto como un héroe distinto a sus compañeros de lucha de La Gran Revolución. No tenía el comportamiento tosco y tajante del rey Moal, ni las aficiones y vicios excesivos del general Haggif. Muchos decían que era una persona empática con toda la gente ordinaria que le rodeaba, siendo famoso por haber encontrado el amor en una simple plebeya años atrás. Una mujer con quien formó una relación envidiada por todos los reinos del mundo, siendo admirados como la pareja perfecta, pero que tristemente llegó su fin por una horrible tragedia que dejó viudo al príncipe Dorba. Este antecedente alimentaba las esperanzas de todas esas mujeres formadas al exterior del evento, pensando que él podría encontrar una vez más de manera súbita el amor en alguien de clase modesta.
Al interior le esperaba al príncipe un evento atareado, ya que una de las principales atracciones del festejo era la posibilidad de bailar con él. La lista de piezas programadas con infinidad de mujeres que apartaron su lugar meses atrás era kilométrica. Suficientes canciones para dejar muy adoloridas y cansadas a unas piernas comunes, pero no a las fortísimas extremidades del invitado, que parecían esculpidas en piedra por el más detallado y talentoso artista. El príncipe Dorba se dispuso a iniciar con el baile cuanto antes, pero primero hizo hincapié en cumplir una peculiar demanda: exigió que se ingresaran al castillo a cuantas mujeres plebeyas fuera posible para bailar con él, a sabiendas de que eso implicaría eliminar a igual número de damas de la nobleza de la lista. Ese acto generó enorme descontento al interior de la reunión, pero nadie tuvo el valor de recriminárselo de frente.
Dorba hizo lo que quiso y tomó la batuta de la reunión, pues el poco sociable rey Moal seguía sin hacer acto de presencia –en realidad no aparecería en toda la noche, y el motivo de esto se descubriría pronto–, pero la fiesta en su honor continuaba en curso. Se abrieron cuarenta botellas del vino preferido del rey y empezaron a verterse las copas de los invitados. La comida fue exquisita, digna de la realeza. Durante seis horas el ambiente fue festivo y alegre, las sonrisas y carcajadas aparecían recurrentemente a lo largo del extenso salón de fiestas que albergaba el castillo en una de sus alas. El júbilo generalizado se ponía en contraste con la frustración de algunas damas y sus padres, quienes estaban desencajados tras perder, frente a mujeres ordinarias, su única oportunidad de estar a solas con el príncipe Dorba durante el lapso de una canción. Él no se inmutaba por ello, dedicaba su total atención a la mujer con la que estuviera bailando en ese momento. Intentaba conocer lo más que pudiera sobre ella, no quería gastar esos escasos minutos en hablar de él y escuchaba con interés a quien tenía enfrente. Parecía agobiado por aprovechar cada minuto de la manera más eficiente, pues siempre miraba su reloj de bolsillo en algún momento de la plática. Al final de la pieza agradecía cortésmente a la mujer con quien bailó y le daba la bienvenida a una nueva acompañante temporal. Este proceso se prolongó durante muchas canciones, hasta que el príncipe se despidió para poder salir a fumar un poco.
Editado: 29.04.2022