Goan. El Poder Transferido. Vol 1.

Capítulo 4. Encuentro Misterioso.

En el bosque, a las afueras de Valle Roble.

Luespo corría al frente del grupo con sus ágiles movimientos felinos. Le seguía el recién agigantado perro Mity, quien llevaba a Leiza montada sobre su lomo mientras se desplazaban entre los árboles del bosque. Los tres continuaban su huida de los guardias del rey y de aquel coloso que surgió entre los restos de lo que fuera su hogar. Se adentraron más en la zona para buscar estar a salvo, deteniendo su marcha hasta que llegaron a una sección en donde un río cortaba por completo el camino. Leiza les pidió al perro y al gato que dejaran de correr, ambos obedecieron la instrucción sin objeciones, nunca exigiendo un reacomodo jerárquico respecto a quién sería la cabeza de familia ahora que ellos eran notablemente más grandes que una humana común. Ante los ojos de ellos no había cambiado nada y ella continuaba siendo la proveedora, lo cual era una fortuna para Leiza, pero también una amenaza. Se cuestionaba ¿cómo iba a poder controlar a dos animales de semejantes dimensiones? Vivir con ellos representaría invariablemente un riesgo en todo momento, aunque no podía abandonarlos porque eran toda la compañía que ella tenía. Se sentó sobre el pasto para analizar su nueva realidad, mientras que Mity y Luespo bebían agua del río como si se tratara de su antiguo tazón en casa. A los pocos segundos, Mity dejó de sorber para comenzar a ladrar y gruñir con su nueva y amenazadora voz grave proveniente de sus agrandadas cuerdas vocales. Corrió con fuerza hacia donde estaba sentada Leiza, deteniéndose un par de metros antes de atropellarla por completo. Leiza se asustó e intentó ponerse de pie con rapidez, pero a mitad de su movimiento pudo observar cómo a sus espaldas la embestía un oso salvaje que veía en ella a su cena del día. Mity salió en su defensa y saltó sobre ese animal del bosque que lucía pequeño ante el tamaño del blanco perro. Las agresiones del oso resultaban inocuas contra el nuevo cuerpo de Mity y terminó sometido con extrema facilidad, sufriendo daños severos a causa de la presión ejercida por todo el peso del perro recargado sobre él. Aunque carecía de un instinto asesino, Mity estaba a punto de quitarle la vida al oso con su fuerza excesiva. La imagen era dura de ver para una amante de los animales como Leiza, quien quería salvar al oso, pero al mismo tiempo sabía que éste estuvo cerca de comérsela. Gritaba incesantemente el nombre de su perro, pero ni ella misma sabía con qué intención lo hacía, pues desconocía si era mejor que Mity se detuviera o no con ese ataque. Los alaridos de Leiza fueron cortados de tajo cuando vio cómo una delgada silueta cayó del cielo y derribó de un golpe a Mity, consiguiendo con ello liberar al oso. El herido animal salvaje salió huyendo tan rápido como su mermada condición física le permitió, quedando sólo en el lugar un ser sumamente extraño frente a los ojos de Leiza y Mity.

Era una criatura esquelética llena de marcas y heridas, su cabeza calva parecía haber sido quemada y su piel derretida, sólo se asomaba parcialmente de una de sus cuencas un ojo con tonalidad verde. En el lugar de la nariz tenía un orificio expuesto y conservaba pocos dientes al interior de su boca. Su espalda estaba encorvada y únicamente conseguía ponerse de pie en posición de cuclillas. Tanto Leiza como Mity se asustaron de ver a ese ser frente a ellos, el perro percibió el terror de Leiza y cobró valentía para buscar salvarla. Se abalanzó sobre el raquítico individuo frente a ellos en busca de lograr ahuyentarlo, pero fue esquivado con facilidad y lanzado contra el piso con una patada. El ser brincó sobre Mity, sometiendo al enorme perro de alrededor de cuatro metros, quien sorprendentemente no podía quitarse de encima a un esqueleto de menos de cincuenta kilogramos. El agresor se irguió tanto como su encorvada columna le permitió y descanso sus brazos en los muslos, plantó los pies sobre el pecho del perro y estos comenzaron a irradiar el color rojizo del Goan. Los ladridos de Mity pasaron de ser amenazadores ruidos a convertirse en muestras de intranquilidad y temor.

De pronto, el gato Luespo dejó de beber agua y se interesó por inmiscuirse en el conflicto. Con su agilidad natural llegó con presteza e intenciones fatales hasta el invasor, expulsando un sonoro bufido que denotaba que no estaba ahí para jugar. El filo de sus garras iba a hacer contacto con la piel del ser que permaneció estático, pero todo el contorno del cuerpo de éste se iluminó de rojo y no permitió el acceso del ataque. Después esa aura de color rojizo creció en tamaño y pareció moldearse para concentrarse en un punto que explotó en el rostro de Luespo, aventándolo varios metros atrás. El gato no pudo volverse a levantar después de ese impacto y Leiza quedó sola contra esa criatura escalofriante.

El ser alzó su brazo derecho y extendió uno de sus dedos con dirección a ella. Posteriormente desplazó el mismo dedo hacia su propio pecho e hizo lo mismo, emitiendo un rasposo y seco sonido gutural mientras lo señalaba. El perro Mity sólo podía observar cómo la raquítica figura del agresor que seguía parada encima de él intentaba comunicarse con Leiza. Ese ser tenía un aspecto horripilante, capaz de afectar los sentidos de quien lo viese, pero provocaba un mayor temor el gran poder que poseía, uno al que un gato y un perro gigantes no pudieron presentarle ninguna oposición. Sin embargo, de manera contradictoria, Mity cada vez sentía una menor amenaza en él. Estando boca arriba, pareció rendirse y dejó de patalear.

Cuando el ser vio que el can ya no se resistió más, hizo que el color rojizo que irradiaban sus dos plantas de los pies cesara. Saltó de encima de Mity y cayó en el pasto, acarició la panza del perro, quien dócilmente permitía que el extraño lo hiciera. En instantes, Mity reposaba con una tranquilidad total, como si nada acabara de suceder. Posteriormente el ser desconocido se dirigió hacia el gato, sobándolo con suavidad mientras sus manos se iluminaban de color rojo sobre el rostro y bigotes del felino. Entonces un Luespo sereno se levantó y comenzó a lamerse las patas. Leiza observaba en pánico cómo sus dos valientes guardianes acababan de ser fácilmente domesticados por el agresor que tenía la fuerza para hacer con ella lo que se le placiera. Llegó el turno de que el ser se detuviera en frente de Leiza, éste volvió a señalarla con su dedo índice para luego hacer lo mismo sobre su propio pecho. El desconcierto en ella era total, la imagen del ser al frente era amenazante, pero algo no concordaba; una peculiar vibra pacífica comenzaba a impregnar el ambiente.



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Editado: 29.04.2022

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