Varios años atrás en el tiempo.
En un pequeño reino, un niño de la nobleza nació con una personalidad muy distinta a la del resto de su clase. Siempre estaba interesado en conocer más del mundo y de su gente, no percibía barreras sociales con nadie. Sus padres intentaron con insistencia enseñarle que no debía mezclarse con personas inferiores a él, pero nunca lograron convencerlo de ello. Su nombre era Dorba. Ese niño fue aborrecido por muchos otros nobles, quienes lo veían como alguien pendenciero que prefería tomar partido por la gente humilde antes que por los de su propia clase. Su actuar se regía siempre por lo que consideraba como justo, y no temía crearse enemistades con gente poderosa si creía que ésta debía ser detenida por sus prácticas abusivas y tiránicas. Jamás se le veía jugar con amigos, pues entre sus iguales solían verlo como un “noble indigno”. Una situación que muchas veces ocasionó que quisieran intimidarlo a punta de golpes, dejándolo lleno de moretones y heridas que nunca fueron suficientes para quebrar su espíritu.
Preocupados por los riesgos que corría su hijo, cuando Dorba cumplió once años, sus padres decidieron adelantar el regalo que tenían planeado darle hasta su decimoquinto aniversario de vida: la transmisión directa de Goan. Fue entonces cuando el niño conoció a Bopo, aquel anciano heredero del Goan original. Al momento de transferirle el poder, al viejo le sorprendió encontrar a un niño simple y curioso que no paraba de sonreír y hacer preguntas. Descubrió en él a un pequeño amable que carecía de esa pedantería que la gran mayoría de herederos de la nobleza solía tener desde temprana edad. Dorba lo interrogaba insistentemente para escuchar todas las vivencias acumuladas a lo largo de muchísimas décadas de experiencia. Al viejo le encantaba sentir que, por primera vez en tanto tiempo, alguien lo valoraba más por su persona que por el poder que llevaba consigo. Ese día, Dorba recibió de manos de Bopo el Goan por el que sus padres pagaron, pero ahí no terminó la relación con el heredero original. Se engendró una amistad poco común entre un niño y un viejo.
Dorba no quería alejarse del renombrado anciano y logró convencer a sus padres de que Bopo sería el mejor mentor para el uso de sus poderes. Encontró la excusa perfecta para salir a conocer el mundo junto a una de las personas más importantes en la historia de la humanidad. El viejo le tomó mucho cariño a ese niño, llegándolo a considerar como su propio hijo. Para aquel longevo hombre totalmente concentrado en extraer valor monetario del regalo que obtuvo de la Cueva del Poder, la presencia de ese pequeño vino a revigorizarle su gusto por las cosas simples de la vida. Se convirtió en el protector de Dorba ya que sus progenitores, aunque nunca lo dijeron, siempre se decepcionaron del comportamiento de su heredero. Obtuvieron de su partida al lado de Bopo, ese alivio que les permitía librarse de la culpa por sentir rechazo hacia su propio hijo.
A diferencia de sus padres, Bopo dejaba florecer sin restricciones la personalidad del niño. Veía con curiosidad cómo el chico no se obsesionaba con los lujos y la vida asegurada que podía tener por su clase social. Algo que contrastaba con la visión personal del viejo, pues él había priorizado por años la obtención de esas comodidades por medio del cotizado bien escaso que recibió en la Cueva del Poder. Dorba era muy diferente a él, y antes que pensar en sí mismo, siempre buscaba ayudar a la gente más desfavorecida. El viejo supo entonces que tenía que presentarlo con alguien más, una personita con intereses y perspectivas afines.
-Sabes, tu único amigo no puede ser un anciano. Necesitas conocer a otros niños. Hace un tiempo le transmití Goan a un pequeño un par de años menor que tú, y he escuchado que ahora es un prodigio con el uso de éste. Además, ese niño estaba siempre obsesionado con volverse fuerte para poder proteger a su gente de los abusivos. Si los dos son lo suficientemente humildes y se permiten aprender el uno del otro, creo que se llevarán muy bien, Dorba.
-Si tú consideras que es un buen chico, yo te creo, Bopo. Y ¿cómo se llama ese niño?
-Su nombre es Rioya.
Bopo consiguió que el encuentro entre los niños sucediera. Dorba conoció a un chico de ocho años con la musculatura de un adolescente. Su cuerpo era duro y áspero, pero tenía un corazón suave que transmitía mucha paz. Entrenaba más de doce horas al día al lado de su madre, una prestigiada guerrera en retiro tras haber perdido la vista en combate. Rioya sólo pausaba las maratónicas sesiones de práctica para dedicarle atención al ser prioritario en su vida, un bebé que siempre cargaba a todos lados, su hermano Fyrod. Tras la presentación inicial, Bopo se retiró a platicar con la madre para dejar solos a los pequeños. Dorba se asombró de ver en Rioya a un diminuto niño que sin problemas le podría dar una paliza.
-Eres fuerte, amigo. Bopo dice que quieres ser poderoso para proteger a la gente inocente. ¿Eso es verdad?
La respuesta a esa pregunta vino envuelta en una enternecedora voz aguda, pero ya desde entonces resonaba en el fondo de sus palabras el alma de un valiente guerrero.
-Claro, mi cuerpo será la herramienta para permitir que personas inocentes como mi hermanito Fyrod puedan vivir tranquilas. No importa qué tan difícil sea, voy a conseguir que nadie vuelva a abusar de su poder.
Dorba sonrió, ya que ante las declaraciones de Rioya que muchos podrían calificar de descabelladas, él encontró una conexión que nunca había sentido.
Editado: 29.04.2022