Golpe de Suerte

Capítulo 5 — ¿Un pequeño corazón roto puede sanar?

 

Olivia

—Sí, mamá, estoy preparando mi desayuno justo ahora —dije con voz cantarina—. Este domingo tengo día libre.

Lancé dos filetes de tocino al sartén y me deleité con el delicioso aroma. Estaba hambrienta, luego de correr seis kilómetros esta mañana apenas desperté. 

Me encontraba en videollamada con mamá, así que mi día no podía empezar de mejor manera.

Estaba contenta y llena de energía. 

—¿Y cuándo vendrás a visitarnos? —me reprochó—. Daniela quiere que la ayudes con su proyecto de ciencias.

—Lo siento, mamá, te prometo que la próxima semana, aunque llueve, truene o relampaguee, iré a visitarlos, lo prometo —dije con sinceridad—. Y dile a mi hermanita que responda mis videollamadas, que no me use como excusa para no hacer sus deberes.

Daniela, mi media hermana preadolescente de doce años, era parte de esa generación que no podía despegarse de su celular. Siempre parecía tener asuntos más urgentes que conversar con su querida hermana mayor. Cosas de la edad.

—Bueno, espero que cumplas tu promesa —dijo con suspicacia—. Te extrañamos mucho, cielo.

—Y yo a ustedes —suspiré—. En serio me siento mal por ser tan ingrata, pero el trabajo me abruma más de lo que debería a veces.

Mamá vivía al otro lado de la ciudad, en una bonita casa tradicional junto a Julián, su esposo, y Daniela.

Mi relación con mi padrastro era bastante cordial, aunque no muy cercana, dado que se casaron poco después de que yo me graduara de la preparatoria. Luego, me fui a la universidad y cuando regresé, alquilé una casa cerca del hospital con mis ahorros.

Julián y yo apenas convivíamos, pero hasta ahora, había demostrado ser un buen hombre y un buen padre para mi hermana. Mamá y él estuvieron juntos durante muchos años antes de comprometerse, e incluso mamá quedó embarazada en esa época, aunque continuaron viviendo en casas separadas.

Mi mamá siempre consideró que introducir una nueva figura paterna en mi vida sería una tarea casi imposible y que podría hacerme sentir incómoda a muchos niveles.

Ella nunca tuvo la intención de traer a un extraño a nuestro hogar, así que vivió su relación en paralelo con su maternidad, y en ambas cosas tuvo éxito por separado.

Mi padre biológico nos abandonó hace muchos años, y desde entonces no he vuelto a saber nada de él. Aquello… aún dolía, pero intentaba no pensar mucho al respecto.   

Hoy, a mis veintisiete años, vivo sola con mi gata.

Un maullido estruendoso proveniente de la ventana me hizo girar y ver con mosqueo a Lucy, mi ingrata gata de hermoso pelaje blanco que pasaba la mayor parte del tiempo recorriendo las casas de los vecinos. A pesar de su regordete cuerpo, resultado de la esterilización, ella trepaba muros y corría por los tejados como un alma libre.

A veces la envidiaba.

—Un segundo, mamá, debo darle a la ingrata de Lucy sus croquetas —dije, apartándome de mi celular por un par de minutos para atender a mi desleal compañera.

Una vez que terminé de llenar su plato, regresé con mamá.

—Ufff, juro que esa gata tiene otra familia, ya casi nunca la veo —comenté mientras me servía mi tocino.

—Bueno, hija, cómo no tendría otra familia si apenas paras en tu casa. El hospital consume todo tu tiempo. No tienes tiempo para nada —respondió.

Y eso era cierto, pero, por suerte, sentía una firme vocación por mi trabajo. Desde pequeña soñé con ser doctora y luego de mucho esfuerzo hoy en día puedo decir que ese sueño se hizo realidad.

—¿Y has conocido a algún chico interesante? —preguntó mamá, y juraría que siente una felicidad perversa al recordarme cuán dolorosamente soltera estoy—. Al menos debe haber algún doctor lindo y soltero en donde trabajas, hija.

Mamá soñaba con convertirse en abuela. Tener nietos era su nueva ilusión.

Y al paso que vamos, lo más probable es que Daniela dentro de diez años sea quien se los dé, no yo.

—No estoy interesada en ninguno de mis compañeros de trabajo, mamá. Además, ¿crees que la sala de emergencias es el lugar adecuado para el romance? —solté, seguido de un bufido irónico—. ¡Vamos, mamá! Acepta de una vez por todas que no estoy interesada en estar en una relación en este momento.

—¿Por qué? —preguntó, frustrada—. Sé que lo de Luis te afectó mucho, pero ya han pasado cinco años, cielo.

Luis, mi ex novio con el que planeaba casarme después de terminar nuestra carrera juntos (nos conocimos en la universidad), un día simplemente empacó sus cosas y se fue del país.

No tuvo la decencia de contarme sus planes ni de despedirse; simplemente dejó una nota pegada en la nevera de nuestro pequeño apartamento alquilado.

Esta decía: "Lo siento, creo que lo nuestro no funciona. Me iré. Cuídate".

Y así terminó todo.

Intenté llamarlo, ponerme en contacto a través de sus amigos, pero nada. Lo busqué en redes sociales, pero tampoco hubo rastro de él.




Reportar




Uso de Cookies
Con el fin de proporcionar una mejor experiencia de usuario, recopilamos y utilizamos cookies. Si continúa navegando por nuestro sitio web, acepta la recopilación y el uso de cookies.