William
Fue Steve quien me sugirió enviar a alguien al salón de Ángel. Lo dijo con una naturalidad pasmosa, mientras yo me quejaba del agotador y poco fructífero proceso de interrogar a familiares, amigos y empleados. Un trabajo lento, denso, como caminar en barro con los ojos vendados. Y más aún en un caso como este, con un muerto que había conocido a media ciudad, pero a muy pocos en profundidad.
—¿Para qué vas a perder el tiempo con interrogatorios formales? —me dijo, encogiéndose de hombros—. Manda a alguien al salón. Las peluquerías de ese nivel no son lugares de trabajo, son centrales de información. Esas mujeres no necesitan interrogatorio, solo una taza de té y una excusa para soltarlo todo. Y Ángel... su muerte es la comidilla del mes, te lo aseguro. Si quieres, le pido a una amiga que consiga una cita. A ella nunca le dicen que no.
Y en ese momento, la idea me pareció brillante. Elegante, incluso. Una infiltración discreta, sin presión, en el hábitat natural del chisme bien informado. Pero esa chispa inicial de entusiasmo se apagó apenas se la presenté al comisario a la mañana siguiente, y me respondió sin titubear que la única disponible para esa misión era Álvarez.
Ahí empezaron mis dudas.
No porque creyera que no fuera capaz. Porque sí, lo era. Astuta, perspicaz, con olfato fino para los detalles. Pero esa misma inteligencia no podía borrarme de la cabeza el hecho de que no estaba en mi equipo por elección. Ni por méritos en campo. La habían sacado de Central. Expulsada, reubicada, arrinconada en un equipo de Homicidios periférico. Aún no sabía por qué, pero nadie la mandaba aquí para brillar. Y menos aún para meterse en operaciones encubiertas.
Me resistí. Lo intenté. Pero el comisario fue tajante: o ella, o nadie. Y yo ya podía imaginarme los días eternos y sin resultados que me esperaban si me tocaba hablar, uno por uno, con toda la clientela de Valverde.
Y entonces vi algo en la mirada de Álvarez. No era entusiasmo. Ni ambición. Era algo más raro: determinación teñida de miedo. Como quien está harta de que la midan por lo que fue, y dispuesta a arriesgar lo que le queda por lo que quiere ser.
—Cuando termines, me llamas directamente —le dije. Fue lo único que pude decir. Lo único que no sonó a advertencia, sino a lo que realmente era: una petición.
María salió con paso firme, probando la piel que claramente no era suya, como si fuera a desfilar por una alfombra roja en lugar de infiltrarse entre tijeras y chismes. La vi marcharse sin decir nada más. La puerta se cerró tras ella, y me quedé solo unos segundos, sintiendo el leve eco de algo que no debería importarme tanto, pero me importaba igual.
Quería acompañarla hasta el salón, como su guardaespaldas, pero no tenía tiempo para eso. Tampoco quería ella. Yo a las once tenía una cita con la madre del difunto. Sra. Valverde. Un nombre que hasta hacía unos días no me decía nada, y que ahora formaba parte del tejido complejo de este caso.
La casa estaba en una zona buena, tranquila, a unas calles del centro. Nada de lujos excesivos, pero todo limpio, ordenado. Persianas viejas, pero bien cuidadas. Flores en las jardineras. Detalles que hablaban de alguien que ponía cariño hasta en las esquinas del polvo.
La mujer me abrió antes de que pudiera tocar el timbre por segunda vez. Tenía el rostro curtido, las manos pequeñas y huesudas, y una voz templada que daba la bienvenida con esa mezcla de cortesía y tristeza que solo una madre en duelo puede lograr.
—Inspector Morales, ¿verdad? Pase.
Me quedé unos segundos en silencio antes de asentir.
—Gracias por recibirme, señora Valverde. Sé que no es un buen momento.
—Ya no hay buenos momentos desde que me lo arrebataron —respondió con simpleza, sin dramatismos, como quien ha practicado esa frase frente al espejo muchas veces—. Pase. Está todo preparado.
Entramos al salón. Había café recién hecho, bizcochos secos en un plato y una caja de pañuelos sin abrir. Agradecí el gesto, aunque supe de inmediato que ella no los usaría. No era de llorar en público.
—¿Qué puede contarme de Ángel? —pregunté tras sentarme.
Se acomodó frente a mí con la espalda recta y los ojos brillantes, pero secos.
—Mi hijo era… el mejor. No porque fuera mío. Lo decían todas. Tenía manos benditas. Tocaba un cabello y lo transformaba. Lo entendía, ¿sabe? Como si pudiera leer la vida de alguien solo por cómo se lo peinaba. Desde niño, ya me cortaba el flequillo mejor que la peluquera del barrio.
Sonrió. Un destello cálido en medio del duelo. Pero fue breve. Volvió a la pena con naturalidad.
—Estudió duro. Trabajó como un loco. Abrió su salón sin ayuda de nadie. Ni de bancos ni de amigos ricos como los maridos de sus clientas. Lo suyo era puro talento. Pero en el amor... —sacudió la cabeza, suavemente— nunca tuvo suerte.
—¿Sufría por eso? —pregunté.
—Mucho. Más de lo que decía. Se enamoraba siempre de los imposibles. De los casados, de los discretos, de los que no querían que nadie supiera. Algunos solo querían pasar el rato con alguien brillante y bonito. Otros... bueno. Otros simplemente tenían miedo de salir del armario. Es difícil encontrar su media naranja, cuando eres gay. Ángel siempre esperaba más de una relación. Y siempre acababa solo.
—¿Conocía usted a alguno de sus… vínculos?
—Nunca me dio nombres. Pero a veces me decía cosas. Que había alguien importante. Alguien con peso. "Si hablo, se arma", decía. Pero nunca hablaba. Yo le pedía que se cuidara. Que no confiara tanto. Pero era testarudo. Soñador. Demasiado romántico para su propio bien.
—¿Cree que alguien podría haberlo amenazado?
—Si lo hicieron, no me lo contó. Pero hace un par de meces Ángel vino muy nervioso por algo. Estaba muy nervioso, pero no me dijo nada. Cuando vi en las noticias cómo lo encontraron… en esa maleta… la compró para ir de vacaciones con su nuevo amor…—hizo una pausa, apretando las manos sobre el regazo—. Eso no fue un crimen cualquiera. Eso fue humillación. Venganza. O miedo. Y Ángel no tenía enemigos. Solo amantes cobardes.
#97 en Detective
#8 en Novela policíaca
#1141 en Novela romántica
amor y odio maltentendidos, un crimen lleno de misterio..., final feliz humor amor
Editado: 25.06.2025