William
Cuando subí al despacho del comisario, ya intuía que algo raro pasaba. Demasiado movimiento en la planta, demasiadas voces, gente corriendo de un lado a otro como si se hubiese desatado un incendio invisible.
Me detuve un segundo para intentar entender qué estaba ocurriendo, y justo en ese momento sonó la voz la secretaria del jefe.
—Morales, el comisario quiere verle. Ya.
—¿Y todo este alboroto? —pregunté, desconcertado mientras seguía mirando a mi alrededor.
—¿Cómo que qué? ¡Navidad! —respondió ella, sin dejar de teclear—. Por primera vez en dos años nos van a dar un bono por mejorar los índices criminales del distrito. ¡Y además nos han concedido cuatro invitaciones para la cena de Año Nuevo que organiza el gobernador! ¿Te lo imaginas?
—Sí, me lo imagino —murmuré con una ceja levantada—. Lo que no entiendo es de dónde ha salido tanta generosidad de repente.
Sabía que la gente aquí se partía el lomo trabajando, y que el distrito, efectivamente, estaba más tranquilo que en años anteriores. Pero aquel entusiasmo institucional me sonaba más a estrategia que a gratitud.
¿Había elecciones a la vuelta de la esquina?
—Anda, entra —dijo la secretaria, esta vez sin rodeos—. Ya ha preguntado por ti dos veces.
Toqué dos veces antes de entrar.
El comisario estaba detrás de su escritorio, escribiendo algo con gesto concentrado. Al verme, dejó el bolígrafo a un lado y cerró la carpeta con calma.
—Ah, por fin apareces. ¿Dónde te habías metido?
—Estuve con Nikita Stoski, revisando algunos detalles del caso Valverde —respondí.
—Bien. Pues ve preparando todo para transferir el caso —dijo sin rodeos.
—¿Cómo que transferirlo? ¿A quién?
—A la central. Que se encarguen ellos. Ya no es asunto nuestro.
Me quedé un segundo en silencio, digiriendo la frase.
—¿Cómo que ya no? —solté, más molesto de lo que quería parecer—. Acabamos de encontrar una pista clave. Justamente ahora que se empieza a abrir la cosa… ¿nos lo quitan?
—Exactamente —asintió él, sin inmutarse—. “Acabamos de”. Han pasado más de 48 horas, Morales. Sabes cómo funciona esto: no lo vas a cerrar mañana. Te llevará semanas, con suerte. Y eso si el presunto no aparece con tres abogados colgando del cuello.
Tenía razón. En parte. Pero aún así...
—Pero estamos cerca —insistí—. Mi equipo tiene una línea de investigación sólida, vamos a presentar…
—Escucha —me interrumpió, sin levantar la voz, pero con el tono de quien ya lo ha decidido—. Valverde no vivía en nuestro distrito. No lo mataron aquí. Y, por lo que parece, el sospechoso tampoco es un repartidor de pizza. Así que no compliques las cosas. No arruines los buenos números que tenemos ni las fiestas de nadie.
Abrió el cajón y sacó cuatro sobres color crema.
—Toma. Invitaciones para la gala del gobernador. Reparte con tu equipo. Se lo merecen.
Tomé los sobres sin apurarlo, cruzando la mirada con él.
—¿Esto es un soborno?
—Llámalo como quieras —respondió, medio sonriendo.
—Está bien —dije, metiéndolos en el bolsillo—. Pero respóndame algo: ¿esto fue idea suya o alguien de arriba le pidió que nos lo quitáramos de encima?
El comisario me sostuvo la mirada por un segundo más de lo normal. Luego se encogió de hombros.
—¿Qué más da, Morales? Créeme… este caso está por encima de nuestro nivel de seguridad, y de nuestro presupuesto. Entrégalo, y disfruta de las fiestas.
Me hizo un gesto con la mano. La reunión había terminado.
Salí del despacho del comisario con el orgullo contenido. El pasillo bullía con esa energía artificial que solo despiertan los rumores de premios y reconocimientos. Risas sueltas, comentarios sobre menús navideños, apuestas improvisadas sobre quién iría a la gala del gobernador.
Pero en mi estómago crecía otra cosa: una certeza espesa, pegajosa. El caso Valverde iba a seguir el mismo camino que el de la chica de la maleta. Enterrado. Silenciado. Convertido en estadística útil para los informes de fin de año, pero vacío de justicia.
¿Y por qué? ¿Porque el asesino era el mismo?
¿Abel Ron?
Cuando entré en la sala de homicidios, lo primero que hice fue buscar a Mari. Pero su escritorio estaba vacío.
—¿Y Álvarez? —pregunté, dirigiéndome a Carlos.
—Se fue hace un rato —respondió con un gesto vago—. Dijo que no se encontraba bien. No entró en detalles.
Asentí despacio. Lo entendía. El caso nos estaba hundiendo a todos, pero a Mari le calaba más hondo. Más personal, porque se sentía culpable y tenía miedo de enfrentarse a lo que yo mismo rechacé. Por eso la invité al cine.
—Escuchadme —dije, alzando la voz solo lo justo para que me oyeran sin alertar al resto de la comisaría—. El caso Valverde pasa oficialmente a la central. Son órdenes directas. Dicen que, como la víctima no residía en nuestra zona, no nos compete.
—Qué casualidad —murmuró Santi, sin apartar la vista del teclado.
—Una más, sí —asentí, acercándome a su escritorio—. Por eso quiero una copia completa de todo lo que tenemos. Desde el primer informe hasta el último mensaje. Vídeos, huellas, análisis forenses. Absolutamente todo.
Carlos frunció el ceño.
—¿Qué tipo de copia? ¿Para uso interno? Tengo el vídeo del garaje de Nikita.
—¿Se ve cómo roban el coche?
—No exactamente. Las cámaras estaban saturadas y se sobrescriben cada semana, pero se ve como este coche sale de su garaje en el momento cuando, él estaba en casa de sus suegros. También un movimiento sospechoso...
—Vale, luego lo revisamos. Pero ese vídeo, no lo incluyas en el informe oficial. —Bajé un poco el tono—. Esto es extraoficial. Precaución, nada más. Ya vimos lo que pasó con el expediente de la chica. No pienso dejar que esta historia desaparezca igual. Quiero dos copias físicas y una digital. Guardadas en sitios distintos. Con clave. Discretamente.
—Entendido —respondió Santi, ya en modo ejecución.
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Editado: 07.08.2025