William
El bar de Manolo no tenía cartel, pero todo el barrio lo conocía. Una puerta de madera gastada, un farol que siempre titilaba como si estuviera a punto de morir, y un olor persistente a fritura, pero la cerveza siempre estaba fría y rica.
Nos sentábamos ahí desde hacía años. Cuando el trabajo apretaba, cuando algo dolía… o cuando necesitábamos hablar sin que nadie más escuchara.
Llegué poco antes de las ocho. Manolo ya tenía nuestra mesa lista en el rincón del fondo, cerca de la vieja rocola que nunca funcionaba.
Carlos y Santi estaban sentados, riéndose de algo en sus teléfonos. Al no ver conmigo a Mari, la pregunta se colgó en el aire.
—Tranquilos, Mari fue a visitar a su madre. Vuelve mañana —respondí antes de que dijeran una chorrada.
Bruno llegó justo detrás de mí, oliendo a loción barata y a rutina de padre de familia.
—¿Dónde dejaste a tus gremlins? —preguntó Santi, mientras le cedía el sitio junto a la pared.
—Con su madre. Y con suerte, dormidos. Si no, mañana desayuno gritos —respondió Bruno, dejándose caer en la silla con un suspiro. Me miró y añadió—: ¿Vas a contarnos por qué demonios estamos aquí en sábado, o vamos a fingir que esto es una fiesta sorpresa?
Pedí una ronda de cervezas antes de hablar. Cuando las botellas estuvieron servidas y el ambiente lo suficientemente espeso, solté la bomba.
—Detuvieron a Nikita Stoski.
El silencio se impuso de inmediato, como si alguien hubiera apagado la música de fondo que no existía.
—¿Otra vez ese caso de Valverde? —bufó Bruno—. Pensé que lo habíamos sacado del mapa.
—Yo también. Pero su mujer me atrapó hoy por la mañana en comisaría. Lo acusan del asesinato de Ángel. Oficialmente.
Carlos se inclinó hacia adelante.
—Central se encargó del caso y Nikita terminó en una celda. Sin teléfono, sin contacto. Aislado.
—¿Con qué prueba? —preguntó Santi con el ceño fruncido.
—Una huella dactilar en el panel junto a la puerta del apartamento de Valverde.
—¿Solo una huella? Eso no basta ni para una multa —murmuró Bruno.
Tomé un trago largo antes de seguir, dejando que el silencio hiciera su parte.
—El abogado… bueno, oficialmente es Leonardo Marchand, pero en realidad quien se presentó fue un estudiante en prácticas, probablemente recién habilitado por el colegio de abogados. Marchand, el titular, está fuera del país. Se marchó justo después de la imputación formal, sin dejar instrucciones claras ni seguimiento al caso.
Me incliné hacia ellos, bajando un poco la voz.
—Y eso no es una coincidencia. Un abogado de su calibre no desaparece así, a mitad de un proceso por homicidio, a menos que haya olido que algo apesta. Y lo peor es que el sustituto, ese aprendiz con corbata prestada, ni siquiera revisó la coartada de Nikita. No la mencionó en la primera comparecencia ni pidió tomar declaración a los testigos.
Carlos frunció el ceño, entendiendo la implicación.
—Como el forense del caso de la chica, ¿no? El que también salió del país justo antes de que necesitáramos su testimonio…
Asentí despacio.
Bruno resopló con incredulidad.
—¿Fue negligencia… o fue a propósito?
—Ese es el problema —dije, mostrándoles los documentos—. El coche de Nikita no aparece como robado. Aparece como quemado en un desguace. A menos de dos kilómetros de donde encontraron el cuerpo de Valverde. Eso, y el testimonio de Yago Lira, fueron suficientes para encerrarlo.
Santi soltó una risa seca.
—Pero tenemos parte del video. No se ve todo, pero basta para demostrar que el que conduce no es Nikita.
—Tal vez —concedí—. Pero si lo están usando como chivo expiatorio, y nosotros nos metemos, podríamos terminar con mierda hasta el cuello.
—¿Por qué estás tan seguro? —preguntó Carlos.
—Miren esto —dije, señalando el expediente—. Primero: todo se apoya en el testimonio de Yago, que odiaba a Nikita. Mari lo dijo: estaba loco por Valverde y celoso del jefe.
—Eso es cierto —admitió Bruno, con un gesto seco.
—Segundo —continué—: el abogado no dijo una sola palabra sobre el número de serie de la maleta. Como si no existiera.
—¿¡Cómo que no existía!? —exclamó Santi, casi levantándose—. ¡Yo mismo registré ese dato en el expediente!
—Y tercero —añadí, golpeando la mesa con el dedo—: no están vinculando el asesinato de Valverde con el de la chica.
Bruno frunció el ceño, hilando rápido.
—¿Estás diciendo que, como no pudieron tapar este caso como hicieron con el de la chica, decidieron colgárselo a Nikita para cerrarlo sin complicaciones?
—Exacto —respondí, con una sonrisa amarga—. Por eso nos sacaron del medio.
Carlos dejó escapar un silbido largo.
—Claro… Nos acercamos demasiado al verdadero culpable: Abel Ron.
Mis ojos recorrieron al equipo. Todos estaban conectando las piezas.
—¿Entienden lo que esto significa?
Bruno lanzó su pluma sobre la mesa, frustrado.
—¿Qué hay que entender? Desde el primer día, este caso apestaba.
Santi jugueteaba con su botella, incómodo pero atento.
—¿Y tú qué piensas hacer?
—Estoy pensando en meterme otra vez. Aunque oficialmente ya no sea nuestro caso, podemos ayudar al abogado.
—¿Y para qué nos llamaste? —preguntó Bruno, esta vez sin tono irónico.
—Para saber si vienen conmigo. O si vamos a quedarnos mirando cómo otro paga por estos asesinados… o si vamos a hacer lo correcto, aunque nos cueste.
Bruno entrecerró los ojos.
—¿Y “lo correcto” sería… por Nikita?
—No solo por Nikita —dije—. Por la verdad. Porque si Central empieza a fabricar culpables, mañana el que esté en la celda podría ser cualquiera de nosotros.
Santi fue el primero en asentir.
—Estoy dentro.
Carlos lo siguió, medio encogiéndose de hombros.
—Siempre supe que iba a perder mi carrera por tu culpa. Qué más da.
Solo Bruno se quedó en silencio, mirando la espuma morirse en su vaso.
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Editado: 07.08.2025