Mari
El pasillo hacia las oficinas superiores nunca me había parecido tan largo. Cada paso sonaba como un eco de desafío. Íbamos en formación cerrada: Bruno, Santi, Carlos y yo. No éramos una tropa, pero en ese momento lo sentíamos así.
Al llegar a la puerta del comisario, su secretaria alzó una ceja, sorprendida por la aparición conjunta.
—¿Tienen cita?
—No —respondí con firmeza—. Pero es urgente.
Nos pidió que esperáramos. Apenas unos minutos después, la puerta se abrió. El comisario nos recibió desde su escritorio con expresión tensa, las manos cruzadas.
—¿Se cansaron ya del papel de Robin Hood? ¿A qué han venido ahora?
—No estábamos jugando —empecé—. El inspector Morales intentaba probar la inocencia de un hombre.
—¿De qué hombre estamos hablando? —preguntó con sarcasmo.
—De Nikita Staski —dije, sin apartar la mirada.
El comisario resopló con impaciencia.
—¿Acaso ese sujeto forma parte de alguno de sus casos actuales?
—No, pero… —intenté justificar.
—¡Ese ya no es asunto vuestro! —interrumpió, alzando la voz—. El caso fue transferido hace dos meses. ¿Qué demonios han vuelto a hacer allí?
—No era nuestra intención… —empezó Bruno.
—¿Bruno, tú también metido en esto? Siempre te creí el más sensato. ¿Qué esperáis que haga yo ahora?
—Proteger a William —respondí sin vacilar.
—¿Protegerlo? —repitió con incredulidad—. El superior agredido presentó una denuncia formal ante Asuntos Internos, junto con el parte médico. ¿Sabéis lo que eso significa? Atentado contra la autoridad. Artículo 550 del Código Penal. Por si no lo sabéis.
—Lo sabemos —dijo Carlos—. Pero también sabemos por qué lo hizo.
—No fue una agresión gratuita —añadió Bruno—. Salvatierra lo provocó. Lo llevó deliberadamente al límite, porque no quería que Morales se meta otra vez allí.
El comisario lo observó con una mirada difícil de leer. ¿Interés? ¿Advertencia?
—¿Tienen pruebas de eso?
—No —intervine—. Pero conozco bien a Salvatierra. Fue mi jefe. Sé de lo que es capaz. Quitó pruebas del caso que nosotros pensábamos relacionado con lo de Valverde.
—Es una acusación grave, agente. ¿Tienes pruebas?
—No, pero…
—Entonces calla —me cortó, tajante.
Respiré hondo. Tenía que decirlo, aunque fuera en vano.
—William no actuó por ego ni por violencia. Fue por justicia. El nuevo equipo ignoró pruebas clave. Estábamos cerca de algo, pero quieren silenciarnos. Y empezaron por él.
El comisario cerró los ojos por un instante, exhaló con pesadez.
—Lo que ustedes sienten es lealtad. Lo respeto. Pero los procedimientos no se escriben con emociones. Y Morales cruzó una línea.
—Entonces nosotros también la cruzamos —dije—. Porque si este uniforme sirve para algo, es para proteger a quienes lo honran. William lo ha hecho cada día.
Silencio. Luego, el comisario tomó el teléfono, marcó un número y murmuró:
—Tráiganme el informe preliminar del inspector Morales. Y avisen a Legal. Quiero revisar su derecho a defensa.
Nos miró con seriedad.
—No puedo autorizar una visita aún. Pero haré que un abogado del cuerpo lo entreviste. Y les aseguro que se respetarán los plazos. No puedo ofrecer más… por ahora.
Nos levantamos. No era una victoria. Pero sí una grieta en el muro.
Al salir al pasillo, Carlos fue el primero en hablar:
—¿Eso sirvió para algo?
—Sí —dije—. Fue el primer paso.
Nos miramos. No dijimos más. Pero sabíamos que lo que venía no sería fácil. Y que ya no había vuelta atrás.
Al llegar a casa, la preocupación pesaba más que el cansancio. Me quité los zapatos sin pensar, dejé las llaves sobre la encimera, tratando de recuperar una rutina que ya no reconocía. Me hundí en el sofá, cerré los ojos, pensando, que podría hacer más, para proteger a mi querido William.
Entonces, sonó el móvil. Miré la pantalla. Ana Morales.
Tragué saliva y respiré hondo. Me olvidé completamente de ella, pero imaginada que va a preguntar por su hijo y a pesar de esto respondí.
—¿Sí?
—Mari, querida —su voz suave, con ese acento sureño que William había heredado—. ¿Está todo bien? Llevo horas llamando a mi hijo y no responde. No sé qué pensar… ¿está bien?
Me dolió no poder decirle la verdad. O algo que la calmara.
—Está… complicado —dije, intentando sonar tranquila—. Ha habido tensiones en la comisaría. Nada grave, pero… está sin el teléfono. Protocolos internos.
—¿Le pasó algo?
—No lo sé con certeza —mentí—. Estoy intentando averiguarlo. Pero estoy pendiente. En cuanto sepa algo, se lo haré saber.
Escuché un silencio breve paro cargado. Luego, su voz bajó.
—¿Quizás vale la pena llamar a Steve? Tal vez él sepa algo. Willy siempre me llama, Mari. Incluso cuando está de mal humor… siempre me llama. Y ahora tengo un mal presentimiento… Como si algo muy malo estuviera a punto de pasar.
Y lo pasaba. Todo lo estaba. Pero no podía decírselo abiertamente, para no ponerla más nerviosa.
—Lo sé. Pero estoy segura de que te llamará pronto. Sólo necesita tiempo.
—Sí… lo conozco. Y por eso sé que, si no me llama, es porque algo lo retiene. Cuídalo, Mari. Cuídamelo, por favor.
Se me cerró la garganta.
—Lo haré. Y si tengo noticias, serás la primera en saberlo. Lo prometo.
Colgué. Me quedé mirando la pantalla oscura del móvil, deseando poder prometerle algo más. Que todo estaría bien. Que lo sacaríamos de esto.
Pero ni siquiera yo lo sabía que podrían hacer a William.
Entonces recordé sus palabras. Pedir ayuda a Steve.
Si nuestro enemigo estaba en un trono alto, sólo alguien con la misma altura podía enfrentarlo. Y si alguien conocía las entrañas de la familia Ron y sus redes de poder, era él.
Busqué su número. Y marqué.
No tardó en responder.
—¿Mari?
—Hola, Steve. ¿Tienes un momento?
—Claro, ¿estás bien? —su voz sonaba alerta, sin rastros de su habitual ironía.
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Editado: 07.08.2025