Golpe de suerte

Capítulo 54. La estrategia.

Mari

Steve frunció el ceño.
—¿Pero por qué Salvatierra querría impedir que hablara con los investigadores? ¿Qué estaba tratando de ocultar?

Tomé aire. Las palabras salieron como un eco de algo que, hasta ese momento, no había terminado de entender.
—Porque William llevaba las pruebas... y Salvatierra ya había manipulado el expediente.

Me quedé helada. Y entonces lo vi claro, como si una compuerta se abriera de golpe en mi mente.
—Fue él —dije en voz baja, aunque con absoluta certeza—. Fue él quien eliminó del expediente de la chica la mención de la maleta de lujo con número de serie. También borró los detalles de la autopsia. Estoy segura de que hizo lo mismo con el nuestro. Desmanteló todo desde dentro, para que pareciera que no había conexión entre dos asesinados.

El silencio cayó por un momento.

—Entonces no es solo encubrimiento —dijo él al fin—. Es sabotaje. Y eso implica un nivel de complicidad que no se limpia con un descenso de cargo público o una transferencia a un lugar remoto. Esto va mucho más arriba de lo que pensábamos.
—Y William está pagando el precio por intentar impedirlo —añadí.
—Pero no va a pagar solo —dijo Steve, alzando la mirada con determinación—. Vamos a sacar todo esto a la luz. Y vamos a empezar ahora.

Se inclinó hacia la carpeta con los documentos que me había entregado el comisario.
—¿Puedo enviar esto a León? —preguntó, señalando los papeles—. Es un jurista brillante. No ejerce como abogado, pero entiende las grietas del sistema mejor que nadie. Tal vez nos dé una perspectiva legal que no vemos.
Asentí sin dudar.
—Hazlo. Toda ayuda cuenta.

Luego me enderecé en la silla, apretando la mandíbula.
—Y mañana —dije con voz baja, afilada— voy a hablar con ese cabrón de Salvatierra.
—¿Y qué le vas a decir? —preguntó Silvia con una ceja alzada—. ¿O también quieres acabar tú en una celda?
—No —respondí, firme—. Pero quiero descubrir quién está detrás de él. Estoy convencida de que Salvatierra no decidió falsificar los documentos por iniciativa propia. Alguien le dio la orden. Y tengo algo con lo que podría presionarlo.
—¿Qué? —preguntaron Steve y Silvia al mismo tiempo.
—Una grabación. De cuando trabajaba con él. Tengo archivadas varias de sus insinuaciones inapropiadas.
Silvia negó con la cabeza, escéptica.
—Eso no va a servir. Ya lo intentaste una vez y nadie movió un dedo.
—Lo sé —admití con un suspiro—. Por eso tengo un plan B. Voy a amenazarlo con denunciar la desaparición de documentos clave del caso de la chica. Yo misma registré ese expediente cuando llegó. Estaba completo. Y hace dos meses, ciertos folios —incluidos los del informe forense y la maleta con número de serie— simplemente… desaparecieron.
—Eso sí podría hacerle sudar —intervino Steve, animado—. Tal vez no reaccione en el momento, pero seguro que avisará a quien le da las órdenes. Y ahí es donde podemos pescar algo.
—Sí, pero… ¿cómo lo sabremos? —dudé—. No va a llamarlo delante de mí.
—Déjamelo a mí —dijo Silvia de pronto, y se levantó, ya tecleando algo en su móvil mientras salía de la cocina—. Tal vez tenga justo lo que necesitamos.

Mientras Silvia hablaba por teléfono en voz baja, Steve rompió el silencio:
—¿Ana sabe lo de William?
—No del todo. Como cualquier madre, por supuesto que intuye que algo anda mal con su hijo —respondí, viendo cómo una sombra le cruzaba el rostro—. Pero logré calmarla, al menos por ahora. Aunque si no liberan a William pronto, no sé cómo voy a seguir ocultándolo. Ella regresa del balneario pasado mañana por la mañana.
Steve asintió en silencio, como si esa fecha marcara el fin de una cuenta regresiva invisible.

Justo entonces, Silvia volvió a la cocina con el móvil aún en la mano y una expresión satisfecha.
—Ya está. Hablé con alguien que puede ayudarnos —dijo, sentándose de nuevo frente a nosotros—. Se llama Hugo. Estoy tratando a su hija desde hace un par de años. Trabaja en sistemas informáticos de seguridad nacional.
—¿Le contaste lo que estamos haciendo? —preguntó Steve, con una ceja levantada.
—No. Le dije que quería espiar a mi novio —respondió ella con una media sonrisa—. Le conté que sospecho que me engaña y que necesito rastrear algunas llamadas. Me conoce lo suficiente para no hacer demasiadas preguntas.
—¿Y puede hacerlo sin dejar rastro? —pregunté, no solo preocupada por Hugo, sino también por lo que nos estábamos jugando.

—Sí. No va a intervenir en ningún servidor ni entrar en sistemas protegidos, así que no dejará rastro. Solo utilizará monitoreo pasivo del tráfico entre teléfonos móviles, algo que no requiere acceso interno. Podrá detectar desde qué número se realiza una llamada, hacia qué número va, quién es el titular de esa línea y la hora exacta. Lo único que necesita es el número personal de Salvatierra. Porque estoy convencida de que no va a usar su teléfono institucional para llamar a su “jefe”.

—Perfecto —dijo Steve—. Eso nos da algo concreto. Si después de tu conversación con él, Mari, hace una llamada comprometedora, sabremos a quién obedece.
—Justo eso —asintió Silvia, mientras mandaba el mensaje con el número de Salvatierra que yo había encontrado en mi agenda—. Si la llamada va a alguien del gabinete de la fiscalía o, peor aún, a algún contacto vinculado con los Ron, tendremos pruebas de que esto es más grande de lo que imaginábamos.

—Entonces el plan es este —dije, tratando de ordenar mis pensamientos en voz alta—: mañana me presento en su despacho. Le hablo de los documentos desaparecidos del caso de la chica. Le haré entender que sé que él estuvo detrás de eso, o al menos lo permitió. Observaré cómo reacciona. Y luego esperamos que se mueva. Que llame a quien sea que esté encima de él.
—Y mientras tanto —añadió Steve—, yo voy a contactar con León Marchand. Puede que encuentre una vía legal para sacar a William antes del juicio. Aunque sea con fianza.
—¿Eso cuesta mucho? —pregunté, haciendo cálculos mentales con una ansiedad que no me gustaba nada.
—No lo sé —respondió él—. Pero no te preocupes, lo pagaré yo —añadió con una sonrisa suave y una mirada que no supe interpretar del todo.
—¿Y si Salvatierra no llama a nadie? —pregunté, dudando ya de nuestro plan aparentemente infalible.
—Entonces denuncias la desaparición de los documentos —intervino Silvia con firmeza—. Dijiste que tu comisario te firmó la orden para extraer ese expediente, y tú misma constataste que no estaba completo. Eso es un punto de partida.
—Entendido. Así lo haré —respondí con decisión.
—No, no lo harás —dijo Steve, tajante—. Si lo haces, te pondrás en peligro.
—Ya está en peligro —replicó Silvia, sin levantar la voz—. Mencionar los documentos es suficiente para que Salvatierra se alarme. Y si llama a su “jefe”, intentarán silenciarla.
—Entonces no vale la pena —negó Steve con la cabeza—. Si a Mari le pasa algo, William no me lo perdonará jamás.




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